A los veteranos interesados en la política, todavía les sonará aquel eslogan de las primeras elecciones de la democracia, en junio de 1977, que decía: I per al Senat, l’Entesa dels Catalans. Ahora, ante la valiente propuesta de Pedro Sánchez de que el líder del PSC presida el Senado, aquel lema resurge de uno de esos rincones ocultos de la memoria: I per al Senat, Iceta. L’Entesa dels Catalans fue el resultado de un movimiento unitario integrado por socialistas, comunistas (PSUC) y nacionalistas catalanes (ERC, Estat Català), entre los que figuraban Paco Candel, Pere Portabella y Josep Benet. De los doce candidatos, ocho eran independientes cercanos al PSC Congrès (antes de la unificación socialista) y al PSUC, tres militaban en el principal embrión de lo que luego sería el PSC y uno lo hacía en Esquerra.
Tendría gracia que ahora ERC se opusiera al nombramiento de Iceta, que debe ser designado el jueves por el Parlament senador de representación autonómica para poder luego acceder a la presidencia de la Cámara sin problemas, dada la mayoría absoluta del PSOE. Siempre hasta ahora se ha elegido al senador que propone un grupo parlamentario sin objeción alguna, entre ellos una persona tan discutida como Xavier García Albiol (PP) o Lorena Roldán (Ciudadanos), la futura sustituta de Inés Arrimadas. El bloqueo de Iceta sería, pues, una desagradable novedad que marcaría la distancia entre lo que va de ayer a hoy. Eso sin contar que algunas interpretaciones, como la del catedrático Rafael Arenas, defienden que los demás partidos no pueden impedir la elección del designado por un grupo parlamentario.
El próximo jueves saldremos de dudas, pero la mera amenaza de ERC de votar contra la elección de Iceta es un indicio de las dificultades que la vía del diálogo va a encontrar también en esta legislatura. Con la designación de Iceta, es indudable que Sánchez hace un gesto a favor del diálogo con los partidos independentistas y en contra de una nueva aplicación del artículo 155 de la Constitución. Y sucede lo habitual en estos casos. Mientras la derecha política y mediática madrileña se revuelven contra la decisión, el otro extremo, el independentismo, se opone con igual rotundidad aunque sea por motivos opuestos.
A Iceta se le ha llamado amigo de los secesionistas, blanqueador del nacionalismo y hasta defensor de la independencia --una verdadera falsedad-- y se le han recordado sus críticas a la prisión preventiva de los dirigentes del procés, su opinión contraria a la acusación del delito de rebelión y sus insinuaciones sobre eventuales indultos. Para el otro lado, sin embargo, Iceta es el hombre que justificó el 155, el que se fotografiaba con García Albiol y Arrimadas, y uno de los innumerables traidores a Cataluña que proliferan como las setas. Para que el magma esté completo, en la oposición a Iceta se alinea también Ciudadanos, los mismos que salían en la foto, porque le consideran un aliado vergonzante del nacionalismo, cuando no ya directamente nacionalista.
La política del cuanto peor, mejor, se convierte así en un juego de despropósitos y un mero ejercicio táctico, que no se para a considerar ni un segundo las razones de fondo y las estrategias que pueden conducir a alguna solución --si la hay-- del embrollo en que se ha convertido la situación catalana. Si los deseos de diálogo y de buscar soluciones por parte de ERC son sinceros, ¿en qué puede perjudicar que Iceta presida en Senado? Más bien parece que la presencia, por primera vez, de un catalán al frente del Senado ha de ser beneficiosa para tratar de buscar puntos de encuentro, desarrollar el Estado autonómico y dotar cada vez más a la Cámara Alta de una vocación territorial, al menos mientras una reforma constitucional no lo establezca claramente. Tampoco se comprende en qué puede perjudicar la figura de Iceta a los partidos antiindependentistas catalanes cuando su firmeza constitucionalista, se diga lo que se diga, está fuera de toda duda. Esperemos que el jueves este nuevo episodio de rifirrafe de baja política acabe siendo una tormenta en un vaso de agua.