La semana pasada explicaba las dos lecturas posibles, una optimista y otra pesimista, de los resultados electorales en Cataluña del 28 de abril. Lógicamente los partidos independentistas intentan subrayar su éxito, que se resume en que por primera vez ERC gana unas elecciones generales y también que hay más diputados catalanes separatistas que unionistas, concretamente 22 (15 ERC y 7 JxCat) frente a 19 (12 PSC, 5 Cs, 1 PP y 1 Vox), dejando aparte los 7 de En Comú Podem. El independentismo crece en votos y diputados (también, claro está, en senadores), aunque parte de su triunfo se deba a un sistema electoral que le da mayor representación gracias a su hegemonía fuera de la Cataluña metropolitana. Con el 39,3% de los votos, obtiene el 45,8% de los diputados. Pero el independentismo también tiene su cruz, políticamente es más importante: pese a tener más votos y diputados, su influencia en Madrid será escasísima en los próximos cuatro años hasta el punto que ERC puede quedar fuera de la Mesa del Congreso. Es prescindible y eso es una novedad importante.
La legislatura no está en manos de los independentistas, sino de que Pedro Sánchez alcance un acuerdo estable con Pablo Iglesias, que no significa necesariamente un gobierno de coalición. No va ser fácil que el líder de Unidas Podemos renuncie a esa reivindicación. Esta vez ha aprendido que nada logrará con exigencias y repartos ministeriales por anticipado. El tono de la rueda de prensa de ayer tras su encuentro en la Moncloa nada tiene que ver con el protagonizado en 2016, en el que se atribuyó una vicepresidencia, diversos ministerios y hasta el control del CNI. Las negociaciones serán “largas y discretas”, declaró. Sánchez descarta la coalición gubernamental, pero Iglesias no va a ceder hasta el final. Es el único escenario con el que convertiría un mal resultado en las urnas en un éxito histórico y en un salvavidas personal en un momento en que su figura política parece agotada. Acabará cediendo para evitar la repetición electoral y a cambio de un acuerdo de investidura, de un programa de gobierno con muchas cesiones. Otra posibilidad intermedia sería el nombramiento de algunos ministros independientes, figuras de reconocido prestigio profesional que contaran con el beneplácito de Iglesias. Sin ser una coalición, se aproximaría. De no haber algo así, el nuevo Gobierno podría tener dificultades tanto para aprobar presupuestos, no inmediatamente pero sí en 2020, así como otras iniciativas parlamentarias y proyectos de ley.
Una vez Sánchez logre el apoyo de Iglesias, en una negociación en la que sabemos que habrá acuerdo final, pero no de qué tipo, solo le faltarían diez diputados para la mayoría absoluta en la investidura, a la que podría aspirar gracias al mercadeo con fuerzas nacionalistas y regionalistas (PNV, Coalición Canaria, Compromís y la novedad del diputado cántabro regionalista). En el peor de los casos, el líder socialista tendría garantizada la reelección en segunda vuelta con la abstención de muchos de esos pequeños grupos. Como una coalición de izquierdas se aventura improbable, puede que al PSOE gobernar con 123 diputados le acabe resultando igual de difícil que cuando tenía solo 84, excepto por una cosa, en esta legislatura los independentistas son prescindibles y con ello desaparece la amenaza de un nuevo bloqueo si no se negocia la autodeterminación antes o después. Tener 15 diputados a ERC no le sirve de mucho. Es un cambio importante.