El análisis de los resultados de este pasado domingo específicamente en Cataluña ofrece dos lecturas posibles, una tranquilizadora y otra más inquietante, dependiendo del punto comparativo que elijamos. La alta participación (77,5%), solo un punto y medio menos que la registrada en las autonómicas de 2017 (79%), permite un paralelismo sobre la evolución del voto aunque se trate de convocatorias con objetivos políticos diferentes. Aquí es donde la lectura optimista gana enteros, pues la suma de las tres fuerzas separatistas habría sufrido un fuerte bajón, quedándose en el 39,2%, 8,1 puntos menos que en 2017 (47,3%), muy lejos de su máximo histórico. Los cacareados dos millones largos de independentistas se habrían reducido esta vez a 1.600.000, una pérdida de 450.000 votos. Si bien la CUP no se presentaba a las generales, la candidatura del Front Republicà ha suplido el espacio de los anticapitalistas, de manera que a esta comparación no le faltaría ningún ingrediente. Por su parte, los partidos manifiestamente contrarios a la secesión (CS, PSC, PP y VOX) no varían su nivel de apoyo global, algo por encima del 43% en ambas elecciones. Evidentemente, el factor que de forma lineal explicaría en porcentajes la oscilación tan importante del independentismo (del 47,3% al 39,2%) son los vaivenes de los comunes, que pasan del 7,4% en 2017 al 14,8% en 2019.
La lectura optimista tiene a su favor que la participación en ambas convocatorias ha sido no solo casi la misma sino además altísima. Ahora bien, nos engañaríamos si solo hiciéramos esa comparación con las autonómicas. Los datos tienen también que contrastarse con las generales de 2016, pues la naturaleza política de la convocatoria fue la misma. Que la abstención aumentase en casi 12 puntos más no invalida esa referencia, solo la relativiza al añadir en 2019 a 663 mil votantes más. Pues bien, la lectura pesimista es que ahora el conjunto de los partidos secesionistas ha crecido 7,3 puntos, más de medio millón de votos. Ciertamente, no todo el incremento de la participación se ha ido a esas formaciones, pues el constitucionalismo también ha ganado apoyos absolutos, alrededor de 380.000 votos. Esa ganancia se ha concentrado básicamente en el PSC. En la derecha, la debacle del PP, que ha conservado solo 200.000 de los 464.000 votos que obtuvo en 2016, ha sido absorbida casi en su totalidad por la irrupción de Vox (con 124.000 sufragios) y el moderado incremento de Cs (97.000 más). O sea, en la derecha, el voto grosso modo se ha redistribuido y poco altera nuestro análisis.
La clave es determinar por un lado cuál ha podido ser la transferencia de voto desde los comunes hacia otras fuerzas necesariamente de izquierdas, tanto constitucionalistas (PSC) como independentistas (ERC y Front Republicà). Y, por otro, estimar cómo ha podido distribuirse el incremento de la participación entre ambos bloques. Sin duda son cuestiones muy complejas. Sobre la primera cuestión, ayer mismo El Mundo publicó un interesante gráfico elaborado por Sigma Dos. Hechas las sumas y las restas, de los 239.000 votos perdidos por En Comú Podem el pasado domingo, un 40% habría elegido la candidatura de ERC. Es de imaginar que el PSC ha recogido el resto, o casi todo, ya que una pequeña parte podría haber ido al Front Republicà (FR), ya que Albano Dante Fachin estaba en Podemos hasta hace cuatro días y una parte de los que votaron a los comunes en 2016 eran ideológicamente independentistas.
Así pues, el primer factor para una lectura menos optimista sobre los resultados del domingo es que el retroceso de los comunes no beneficia sustancialmente a los socialistas como a primera vista podría creerse, pues se reparte de forma bastante pareja con fuerzas secesionistas. La segunda cuestión es el detalle de cómo se ha distribuido el incremento de la participación entre ambos bloques. Sabemos que el conjunto de los partidos separatistas ha incrementado en 514.000 sus apoyos en relación a 2016, mientras los contrarios solo lo han hecho en 380.000. Puesto que atribuimos orientativamente la mitad del trasvase de los votos perdidos por los comunes a cada lado por igual, a los nuevos apoyos recibidos por el independentismo habría que restarle esa cifra para conocer en qué porcentaje le ha beneficiado el incremento de la participación. El mismo cálculo hay que hacer para el constitucionalismo. El resultado es un reparto del 60-40% sobre el total de los 663.000 nuevos votantes. Un desequilibrio muy considerable a favor del independentismo.
Otra derivada, aún más compleja de saber, es la orientación del elector joven. Hay aproximaciones sociológicas que señalan a los nuevos votantes, también a los menores de 35 años, como mucho más favorables al independentismo, mientras los mayores de 65 años se decantarían mayoritariamente por el unionismo. Hechas las sumas y restas, incorporando los nuevos votantes menos las defunciones, el separatismo podría crecer entre 15.000 y 18.000 en votos potenciales, señalan algunos informes.
En definitiva, no hay nada ganado. El procés unilateral está muerto, pero la propaganda separatista sigue a todo trapo en los medios de comunicación y en sus campañas de agitprop. Nunca es recomendable caer en el pesimismo, pero sería estúpido confiarnos con lecturas superficiales sobre lo ocurrido el domingo. De lo contrario, por ejemplo, el PSC hubiera ganado las elecciones en Cataluña como ocurrió por última vez en 2008. Que esta vez las haya ganado ERC sin que JxCAT haya caído (en realidad ha incrementado en 14.000, votos aunque ha perdido casi dos puntos en porcentaje), muestra que hay una corriente de fondo que trabaja cada día a su favor. Tal vez por eso ERC habla tanto de ensanchar la base y ganar tiempo. Esta es una guerra a largo plazo que el constitucionalismo, sobre todo fuera de Cataluña, no se toma en serio como lamentablemente se demuestra desde hace años.