Aunque China se autodenomina el país del centro, por aquello de sentirse el centro del mundo, España ha dado una clara demostración de equilibrio en lo político. Cuando los extremos se desatan logran que quienes no suelen votar salgan de su casa para evitar el incendio. Más allá de los garantizados espectáculos que nos darán en la XIII legislatura los diputados cuyo único programa se escribe en una bandera, sea la que sea, hay mimbres suficientes para tener una legislatura razonablemente sensata, siempre y cuando el PSOE no se tire al monte.
Aunque hasta después de autonómicas, municipales y europeas no habrá certeza de nada, el escenario más repetido es que el PSOE decida gobernar en solitario con acuerdos de legislatura o simplemente con pactos puntuales. Si fue capaz de sobrevivir con 84 diputados, con casi el 50% más debería tener menos problemas, entre otras cosas porque una moción de censura que aúne a Vox, Bildu, JxCat y muchos más parece extraordinariamente inverosímil. Gestionar abstenciones teniendo el control del Senado no será, ni mucho menos, misión imposible. En cualquier caso, no será hasta junio cuando, ojalá, se vuelva a gobernar tras dos legislaturas tan accidentadas como prescindibles.
Quien gobierne tiene muchísimos deberes en el lado económico porque en esta legislatura el viento dejará de soplar a favor y será imprescindible ayudar a una economía crecientemente amenazada. En 2020 o a lo sumo en 2021 nuestro crecimiento económico será bajo o negativo. Son imprescindibles varios pactos de Estado porque el problema es de todos. A mí se me ocurren varios.
Lucha contra el fraude fiscal, todo el fraude fiscal. La mejor manera de asegurar un incremento de recaudación no es subiendo los tipos sino ampliando la base de cotización. Y en nuestro país hay muchas goteras. Quien tiene nómina es fácilmente trazable, pero quien no la tiene, no. Si redujéramos drásticamente el efectivo en circulación obligando a pagar (y cobrar) con tarjeta de crédito o mediante aplicaciones móviles el uso de dinero negro se complicaría al ser todo trazable. No es tan difícil, somos un país extraordinariamente bancarizado y hay muchas más tarjetas de crédito que personas.
Reforma en profundidad del sistema eléctrico. La reducción de emisiones es una tendencia imparable a la que, además, nos queremos apuntar voluntariamente. Pero eso implica necesariamente usar más electricidad y hoy es la más cara de Europa. Además, para producirla quemamos carbón y petróleo y aunque cerramos centrales nucleares importamos electricidad producida por nucleares en Francia. Antes de empujar a la población a usar más electricidad habría que reformar de arriba abajo el sistema eléctrico y las tarifas que son todo menos lógicas y sociales.
Legislar sobre el coche sin hacernos daño. España es el segundo país de Europa productor de coches, y el octavo del mundo, todo un milagro porque consumimos poco más de un tercio de lo que producimos y no somos ni un país low cost ni un país donde innovemos en exceso. No se puede legislar contra el automóvil por la mañana y proteger el empleo que depende de él por la tarde. Hay que recuperar la colaboración empresa, sindicatos y Administración que salvó al sector en la pasada crisis. Algunas empresas ya han comenzado a hacer sus deberes, como Nissan, que ojalá pueda aplicar ese espíritu de colaboración que nunca se ha de perder. Todo pacto implica cesión. Pero solo es el primero de muchos casos pues vienen tiempos muy complicados para el sector y el entendimiento será imprescindible para mantener vivo el milagro que supone la industria automotriz española.
Coordinar esfuerzos. Somos un país muy descentralizado y hemos de ser capaces de combinar la descentralización, que en principio ayuda a gastar mejor por la proximidad al contribuyente, con algo de sentido común. Cada comunidad autónoma quiere un centro de excelencia de algo o una inversión singular, sin preguntarse si en España hay alguien que ya se dedica a ello. Eliminado el fantasma de la recentralización pongamos sentido común en el uso de los (escasos) recursos disponibles.
La lista podría ser mucho más larga, porque en esta legislatura hay que hablar de pensiones, de temporalidad, de precariedad laboral, de flexibilidad… Cuatro años por delante dan para hacer mucho. Apaguemos el modo campaña durante al menos tres años, demos unas largas vacaciones al crack que ha logrado lo imposible, y trabajemos por una vez por algo que vaya más allá de la siguiente elección. Llevamos demasiado tiempo perdido y la siguiente crisis está acechando a la vuelta de la esquina.