Extrapolar resultados de unas elecciones a otras es casi una pérdida de tiempo; casi, porque es difícil negar la creación de corrientes de simpatía para los ganadores de unos comicios cuando los siguientes llegan tan pronto. La extrapolación pura y dura es, además, una falta de respeto para el elector, al que no se le puede negar su capacidad de discernir lo que está en juego en cada convocatoria; solo hay que ver la diferente suerte de Compromís en las generales y en las autonómicas valencianas del pasado domingo. Se detecta impaciencia, en formato temor o euforia, por saber qué pasará en Barcelona dentro de veinticinco días, cómo afectará a Ada Colau lo sucedido el 28-A en Cataluña y el conjunto de España.
Lo que ha pasado en Barcelona es que ha ganado la izquierda, al igual que en el conjunto de Cataluña, con más del 62% de los votos. En la capital, ERC y PSC alcanzaron un empate técnico, superando cada uno de ellos en siete puntos a los Comunes. El dato no coincide con los sondeos conocidos sobre perspectivas en las municipales, que suelen apuntar a una ligerísima ventaja de Ernest Maragall frente a Ada Colau, con Jaume Collboni algo más retrasado, aunque con tendencia a mejorar. La suma de estos tres partidos eliminaría cualquier incógnita sobre mayorías de gobierno en situaciones de normalidad política, pero el país no pasa por estas circunstancias; la línea roja que todo lo separa convierte esta suma en inútil, al menos por el momento. Aquí todo es más difícil y complejo.
La tradición electoral de Barcelona desde la recuperación democrática no acompaña a la extrapolación mimética de resultados de unas a otras elecciones. La alcaldía socialista de Barcelona convivió durante años con persistentes victorias electorales del pujolismo en la capital del país a cada autonómica; durante mucho tiempo, Sabadell fue el paradigma de lo que algunos denominaron esquizofrenia electoral, la ciudad ofrecía de forma sostenida a los comunistas la victoria en las municipales, a los convergentes en las autonómicas y a los socialistas en las generales. No es esquizofrenia, simplemente el elector tiene criterio propio y sabe interpretar perfectamente los efectos de su voto en cada caso.
El domingo, la respuesta del electorado barcelonés fue idéntica a la del conjunto de los catalanes. Buena parte del universo de votantes de izquierda, en su triple modalidad de independentistas, soberanistas y catalanistas, entendió que lo conveniente era apostar por republicanos y socialistas, en detrimento de los Comunes, cuyo cabeza de lista no ayudó demasiado a defender una posición difícil de mantener, ciertamente.
De no darse alguna novedad relevante, en las próximas municipales no habrá lobo feroz merodeando la alcaldía de Barcelona; Manuel Valls tenía que jugar este papel, sin embargo sus posiciones europeístas respecto de Vox y su tendencia natural a buscar el espacio de los socialistas catalanes le han enfrentado a una madeja difícil de desenredar con Ciudadanos, sus principales avaladores. Las encuestas no apuntan nada bueno para el ex primer ministro francés.
Tampoco para Ada Colau. Pero la alcaldesa podría beneficiarse de otro fenómeno: el voto que persigue el equilibrio institucional, el de la compensación del reciente voto útil a ERC y PSC. Una derrota tan reciente puede impulsar una victoria. Sin lobo creíble, sin pragmatismo que consolidar, los votantes de izquierda que impulsaron a los socialistas hasta casi el millón de votos como antídoto a la triple derecha podrán girar sus ojos hacia Colau para asegurarse que la capital de Cataluña no se convierte en un simple instrumento de la estrategia independentistas. Por su parte, los soberanistas que decidieron afianzar a los republicanos frente al legitimismo de los candidatos de Puigdemont en las generales, tendrán como aliciente para regresar al campo de los Comunes el evitar una victoria de ERC por la mínima que le otorgue la alcaldía en segunda vuelta. Al fin y al cabo, para muchos de estos votantes, los republicanos son poco de izquierdas y siempre podrían tener la tentación de acercarse a la derecha convergente, vaya a llamarse PDeCat, JxCat o Crida, en nombre de un objetivo superior.