La economía vertebra a España mejor que la política. La hipérbole de la derecha ha movilizado a la izquierda, y solo queda el pacto PSOE-Ciudadanos. Cuando la inhibición se convierte en expansión, ya es demasiado tarde. La Bolsa sube y la prima de riesgo baja, a pesar del momento venezolano (sede de grandes filiales españolas), con Guaidó y Leopoldo López refugiados en la base de La Carlota (Caracas). Los mercados descuentan al alza la victoria inapelable de Sánchez. Los fondos internacionales aprueban la firmeza española que supera tres escollos: Cataluña, la inseguridad regulatoria y el miedo a la repetición de las elecciones.
Los efectos del 28A, tras una campaña crispada y escamoteadora de los debates de fondo, mantienen la estolidez de los partidos políticos. Sin embargo, reverbera de indignación entre los intereses empresariales, el pensamiento académico y los altos cargos del funcionariado del Estado (los enarcas españoles). El Círculo de Economía, presidido por Juanjo Brugera, el mejor emblema de este triple cruce, aprueba los resultados del 28A, porque mejora el clima de pactos entre Madrid y Barcelona. En CEOE, lo primero fue el electroencefalograma plano de Antonio Garamendi, un presidente subalterno, acosado por la vaguedad de la dialéctica integrista. Pero 24 horas después, la gran patronal española --gracias al rebote de think tanks y de las organizaciones sectoriales de peso-- se apuntó a la tesis del PSOE gobernando en solitario con pactos puntuales y pidió la abstención a PP y Ciudadanos en la investidura de Pedro Sánchez. Este esquema sitúa a Ciudadanos en la cabeza de la oposición. Y aquí entra en juego el Círculo de Empresarios de Madrid, adalid de la Nueva Política y defensor de Rivera por cuenta del analítico Luis Garicano, un experto de desaliento prematuro. Pero, sea como sea, también para eso es demasiado tarde. Rivera ya no será el líder que pidió Josep Oliu (presidente del Banco Sabadell), cuando en 2015 dijo aquello de “necesitamos un Podemos de derechas”.
En el Madrid rancio de Paseo de la Castellana, con el Café Gijón de eterno proscenio, el Círculo de Empresarios (Telefónica, Repsol, Endesa, Banco Santander, Iberdrola, etc) lamenta el batacazo de las tres derechas de Plaza Colón y lo disimula con sonrisas. Las empresas aflojan en el momento de las declaraciones institucionales, pero confiesan off the record que todo ha sido un fracaso. El Ibex suspende a la derecha tripartita, PP-Cs-Vox, en su examen de grado. En las grandes utilities, vinculadas a la Administración por los precios políticos de las tarifas (electricidad, agua o gas), los gestos traicionan a las palabras.
El empresariado duro quiere descartar al social-populismo (Podemos), al nacional-populismo (Vox) y los soberanistas catalanes o vascos. Pero ya no estamos en los tiempos del Consejo Económico para la Competitividad, bajo la autoridad moral de César Alierta e Isidro Fainé. En las altas plataformas de opinión discreta mandan ahora Pallete (Telefónica) y Ana Botín, pero son demasiado directos e intervencionistas. Del célebre manca finezza de Andreotti se desprenden las palabras de Botín: “es la hora de un pacto PSOE-Ciudadanos”. Pero no será. Los patronos pagan su no intervención ante la deriva extremista de Casado y Rivera. Ha ganado Sánchez y ahora trata de sortear la coalición que espera Iglesias. El socialismo español evita el frentismo, siguiendo la ruta de González en el 82. España no da para el esquema de clase contra clase; estamos lejos del último Frente Popular de Europa, concretado por Mitterrand en la Francia de 1980, cuando el socialismo francés se unió al PC de Georges Marchais para nacionalizar la banca, un camino con reflujo, como contó tan alegremente el último Rotschild.
La patronal ha rectificado a tiempo, pero Garamendi es el recebo de Cuevas, aquel ex miembro del sindicato vertical entregado al antiguo régimen, partidario del énfasis y siempre lejos del término medio entre la negociación y fuerza. La CEOE de hoy teme la agenda de Sánchez, mientras los foros de opinión, marcados por la senda europea, se distancian del ultraísmo corporativo. Estos últimos se han unido al Fomento del Trabajo Nacional, presidido por Josep Sánchez Llibre, a la hora de defender la subida del salario mínimo y considerar que solo la fortaleza salarial y sus devengos en materia de subsidios pueden mantener la senda de crecimiento del PIB. Los Círculos catalán, vasco y madrileño le paran los pies a su sindicato autoritario y hacen costado a la ministra Calviño, una economista de altísima consideración en el Eurogrupo. Después de la moción de censura, Sánchez no pudo desmontar la reforma pepera que precarizó el empleo; pero ahora, sí; tiene la mayoría y cuenta con el apoyo de los foros libres de ataduras.
Las peleas entre los sucesivos líderes españoles, como los dúos Aznar-Felipe, Rajoy-Sánchez o Sánchez-Casado no han tenido nunca continuidad en sus ministros de Economía. El trayecto de los Boyer, Solchaga, Solbes, Rato, Sebastián, De Guindos, Montoro y Calviño mantiene una continuidad basada en la ortodoxia de Bruselas y del FMI. Los titulares de Economía y Hacienda españoles han estado siempre muy por encima de las peleas de colegio de sus respectivas cúpulas. Así lo quisieron históricamente republicanos como Carner, liberales de centro, como Laureano Figuerola (fundador de la peseta), o el mismo Mendizabal, encaramado gracias a la logia masónica, Taller Sublime, durante la rebelión del ochocientos, que culminó con el Pronunciamiento de Riego. Esta es la tradición y, desde que el Banco de San Fernando se convirtió en Banco de España, los técnicos comerciales del Estado (los Rojo, Barea, Varela, sucesores de los Zabala, Cárdenas, Goicoechea o Navarro Rubio, entre otros) optaron por la ortodoxia monetaria y fiscal basada en la autonomía, sin contaminantes ideológicos.
La fortaleza de una economía se mide por sus variables recurrentes, manejadas por gentes cuyos errores pasan a segundo plano frente a sus gestas. Y este no es el caso de la política, enfangada entre el nefasto nacional-populismo catalán y la violencia verbal de los perdedores.