Como tengo decidido no ir a votar el 28, no iré, pero tengo la tentación de ir a votar contra los fascistas. Sé que, como me enseñó al expolítica Montse Tura, no se puede banalizar esa palabra. No porque lo sean. Los fascistas históricos los italianos de las camisas negras de Benito Mussolini.
Pero hoy se llama fascistas a los comunistas, ácratas e indepes; es decir, los que emplean la violencia frente a las ideas, como los indepes que el viernes boicotearon a Cayetana Álvarez de Toledo, la candidata del PP, en la UAB. Me gustaron sus ovarios para enfrentarse gallardamente a los radicales. También me gustó Rivera cuando se enfrentó en Rentería a los proetarras; y a Abascal en Bilbao a los batasunos.
También me gusta que el PSC, por primera vez, defienda en su lema de campaña a España. Esto era impensable hace cuatro años.
La única virtud de los indepes ha sido revitalizar la idea de la unidad de España, como en la guerra civil España era España y no un Estado sin nombre. El abuso de la dictadura hizo que la izquierda huyera de esta palabra como de la peste. Por eso nunca votaré al Podemos de Pablo Iglesias; podría votar al que no será: el de Iñigo Errejón.
Los fascistas me tientan a que vote a Cayetana, ahora mismo la que más, a Rivera menos; y de Abascal, en lo personal me parece un buen tipo, pero me echa para atrás en el tema de los inmigrantes: me da igual que sean bereberes, negros o amarillos.
Por supuesto que no soy el español que ama más a España, pero no existe otro que ame más que yo. Nadie es nadie; y eso que no soy nacionalista. Soy alérgico al nacionalismo. Lo sé cuando veo los males que hacen los nacionalistas británicos, franceses, alemanes y ahora también los italianos. Por eso se rechazo el sentimiento nacionalista. Entiendo el amor a lo tuyo. No sólo lo entiendo, sino que es un sentimiento, no político, universal: querer a tu familia, a tu paisaje, a tu habla...
Pero no entiendo que ese sentimiento natural y legítimo, por eso es universal, degenere en orgullo porque lo has recibido. Nadie te lo ha preguntado, nadie lo ha elegido. Te lo han dado. ¿Qué mérito tiene ese regalo? Ninguno. Las personas nos sentimos satisfechas por el esfuerzo realizado para conseguir un objetivo.
Es una tontería sentirse orgulloso de ser alto, rubio y con ojos verdes y tener buen tipo. Sólo un tonto puede sentirse orgulloso del regalo de la naturaleza. Si lo eres te irá mejor en la vida, pero sentir orgullo de un don de la vida sólo lo sienten los lelos. Hay mucho lelo por metro cuadrado.