El día 8 de mayo está previsto que se celebren elecciones a las Cámaras de Comercio de Cataluña. Entre ellas, lo que suceda en la de Barcelona resulta de especial trascendencia. Unos comentarios:
La economía catalana se halla en una situación muy delicada, por mucho que algunos se empeñen en negarlo. Todos los indicadores señalan ya un progresivo debilitamiento. Si bien aún resulta suave en algunos de ellos, caso de no ser revertido, acabará por acarrear consecuencias muy negativas.
Una pérdida de poder económico que se ha visto reforzada por el cambio de sede de miles de nuestras mayores empresas, a raíz de los sucesos de 2017.
Así, junto al apoyo a las pequeñas y medianas empresas, el salir de la peligrosa dinámica en que nos hallamos pasa por estimular el retorno de las sedes. Algo que sólo sucederá si se normaliza la situación política y se percibe un compromiso compartido por una estabilidad que, también, nos permitiría aprovechar nuevas oportunidades que se nos presenten. Posible, pero nada sencillo.
Para ello se necesita liderazgo. En unas circunstancias normales, este debería venir del poder político. Pero en las actuales circunstancias, si, simplemente, logramos frenar su deterioro será ya un gran éxito.
La responsabilidad recae, pues, en el mundo empresarial que, ante la ausencia de grandes corporaciones o líderes, debe confiar, más que nunca, en sus instituciones. Entre ellas, de manera destacada, la Cámara de Comercio de Barcelona. Una institución que debe estar al servicio, única y exclusivamente, de la mejora de nuestra economía. La política ya tiene sus cauces. Entre otros, tres elecciones --generales, autonómicas y europeas--, en menos de dos meses.
Y a ese entramado institucional y empresarial le corresponde, en los próximos meses, compartir un proyecto estratégico de futuro para la economía catalana. Y no se puede esperar.
Sin embargo, la fractura política se da, también, en el mundo empresarial. Y resulta más preocupante, pues mientras el profesional de la política está habituado al enfrentamiento, no así el empresario. Las heridas que se produzcan, durarán. Y con el mundo empresarial dividido, no habrá acción conjunta para nuestra economía.
Por todo ello, la dinámica que están adquiriendo las elecciones a la Cámara resulta muy preocupante. Estas se han politizado. Y de la peor manera. No es sólo una cuestión, por parte de algunos, de señalar a quienes son independentistas y quienes no, lo cual no deja de ser tan grave como triste. Lo peor es la adopción de las peores prácticas de la política de nuestros días, la del acoso y ataque personal a la candidatura rival, a través de ese submundo en que se convierten a menudo las redes sociales. Las propuestas para pedir el voto se limitan a, simplemente, el rechazo del otro. ¡Cuando hay tanto por debatir!
Un proceso electoral en el que, además, la Generalitat quiere innovar a través del voto electrónico. ¿Se puede acudir a un partido de fútbol con unas reglas de juego aún por definir pocos días antes del encuentro? Se entiende la confusión y desconfianza de buena parte de los contendientes acerca de las reglas y el equipo arbitral.
Pero no perdamos el sentido del humor. Algunos que, desde hace años, no han cesado de criticar a la política y de denunciar su radicalización e incapacidad para el debate, ahora se apropian de las peores de sus prácticas. Felicidades.