Tras un periodo de gran volatilidad en las encuestas, en los últimos días parece que el mapa político que puede surgir de las elecciones generales del 28-A tiende a consolidarse. Habida cuenta que en política las matemáticas son determinantes, al final lo que cuenta es como alcanzar mayorías y por ello el posibilismo realista debería acabar imponiéndose. Aunque en momentos convulsos y con nuevas fuerzas políticas, hay que esperar a que se abran las urnas para confirmar las tendencias, recuérdese lo que pasó en Andalucía o en Cataluña con el sorpasso de Puigdemont a Junqueras o la victoria de Ciudadanos el 21D. Se vislumbran dos mayorias posibles en el Congreso de Diputados: el pacto entre socialistas, podemitas e independentistas que tumbó a Mariano Rajoy, o el acuerdo entre socialistas y liberales. La mayoría de centro-derecha no parece que pueda llegar a sumar los 176 escaños necesarios porque, aún descontando la existencia de voto oculto, la tendencia a que el bloque está estabilizado a la baja parece consistente.
Si se confirman lo que anticipan las encuestas, Sánchez podría intentar repetir la mayoría que lo hizo presidente. Pero ya tiene la experiencia que es una mayoría que puede investirlo pero que no le va a permitir gobernar. No es de extrañar que en estas circunstancias desde el PSOE se acaricie la idea de un pacto con Ciudadanos que, además, podría repetirse en muchas Comunidades y municipios. Ciudadanos también necesita entrar en el Gobierno, pues difícilmente aguantará en la oposición la competencia con un PP renovado.
Aunque desde Ciudadanos se ha negado repetidamente esta posibilidad, lo que es entendible como estrategia electoral, dada la división en dos bloques de los electores y que los trasvases de votos se juegan en el interior de cada bloque, la evidencia de la composición del Congreso debe poder hacer cambiar de opinión al partido de Albert Rivera. Los argumentos para ello son de peso: evitar un Gobierno que dependa del populismo independentista y podemita, romper la confrontación de bloques y dar estabilidad al país que ya lleva demasiado tiempo convulso.
De hecho, las diferencias programáticas son menores de lo que aparentan y deberían permitir un programa común de gobierno que, de hecho, ya se dio en 2015. En relación a Cataluña, donde las posiciones parecen muy alejadas, el reposicionamiento de Sánchez --este fin de semana negaba abiertamente un referéndum-- acerca claramente las posturas. La aplicación del 155 quedaría relegada a un segundo plano y sólo reaparecería en el supuesto de desobediencia grave o unilateralidad que hoy parecen lejanos. El único tema realmente conflictivo sería el indulto en el caso, previsible, de condena a los dirigentes independentistas juzgados en el Tribunal Supremo. Pero en este tema habrá que esperar a la sentencia y, a partir de ahí, no es arriesgado esperar algún tipo de solución acordada entre ambas formaciones políticas.
En conclusión, salvo que las urnas den una mayoría a la andaluza, o una mayoría de izquierdas sin el concurso independentista, ambas hoy poco probables, el pacto entre PSOE y Ciudadanos aparece como la mejor opción para el Gobierno de España, tanto para evitar la división del país en dos bloques antagónicos como por su estabilidad.