Dos años para nada. El viernes 29 de marzo el Reino Unido de la Gran Bretaña debería haber abandonado la Unión Europea y ahora no se sabe ni cuándo ni cómo. El laberinto en el que ha entrado uno de los países más sofisticados del planeta no es sino un síntoma más de lo superficial que se ha convertido la política global.

Este auténtico lío no se produce por falta de formación. David Cameron tiene una formación excelente, educado en Eton y Oxford y forma parte de las élites británicas. Y una gran parte de los políticos ingleses están muy, pero que muy preparados. Ni es por falta de debate. El Parlamento británico es un auténtico espectáculo para los demócratas de todo el mundo, marcando unas exquisitas distancias en la separación de poderes, tanto es así que desde el siglo XVII los monarcas ingleses no pueden ni siquiera pisar la Cámara de los Comunes. El penúltimo paso ha sido que la cámara ha tomado el liderazgo en las votaciones, dejando en evidencia a un Gobierno perdido en la niebla. Aunque tampoco ha servido para nada. Pero ni el Parlamento más antiguo del mundo, con permiso del de Islandia y el del Reino de Aragón, puede con el populismo y la intoxicación de los medios y redes sociales.

Reino Unido salvó su primer match ball al perder los nacionalistas escoceses su referéndum de secesión. Referéndum al que, ellos sí, tienen derecho por la historia de la nación escocesa, por cómo se constituyó el Reino Unido y por lo que dice su Constitución. Pero no contento con arriesgar una vez, David Cameron se lanzó por segunda al abismo, y entonces perdió.

Cameron arruinó su carrera política, pero sigue feliz disfrutando y engordando su patrimonio. El resto de británicos perdieron más, ya que hoy se encuentran divididos, desencantados y sin saber qué hacer.

El principal instigador del Brexit, Nigel Farage, ya ha reconocido que mintió, que se inventó el “Bruselas nos roba”. También ha reconocido Boris Johnson que nunca fue consciente del lío en el que se metía su país, que tampoco fue fiel a la verdad en su campaña pro-brexit y, sobre todo, que todo ha sido, y es, muy superficial. Y grandes fortunas, desde la de Jim Ratcliffe, la más grande de Reino Unido, al popular, y rico, creador de la aspiradora sin bolsa, James Dyson, tienen su dinero a buen recaudo fuera de la Gran Bretaña. Unos la liaron y otros, el ciudadano de a pie, es el que paga los platos rotos, el que ve cómo su libra se derrumba, el que no sabe qué hacer con su casa en Alicante, donde pensaba retirarse con derecho a la Sanidad española o al que le van a subir una enormidad el precio de los tomates, los pimientos y todos los bienes que importa Reino Unido desde el continente. Como también paga los platos rotos la City de Londres, que ve cómo se vacía poco a poco, o las prestigiosas universidades británicas, que ven cómo dejan de matricularse ciudadanos europeos. Pero los políticos siguen erre que erre disfrutando con la visión de su ombligo, su excelente oratoria y sus vistosos ritos mientras demuestran su crónica incapacidad para sacar el país del lío en el que ellos le han metido.

Nadie sabe lo que pasará. Si el Reino Unido estará atrapado sine die en la salida, si se irán dando un portazo perdiendo, todos, mucho dinero, si repetirán el referéndum o si habrá una solución más o menos razonable. Y sobre todo nadie sabe cuándo porque todos los ultimátums han vencido sin que nada sucediera.

Podemos aplicar perfectamente la lección en muchos sitios, desde la América de Trump al Brasil de Bolsonaro, pasando por la Cataluña pintada de amarillo. Los políticos tienden en la actualidad a poner por delante aspectos emocionales que pueden ser importantes para una parte de la población, pero nunca lo es para toda y, sobre todo, no resuelven las necesidades básicas de sus administrados, que esas sí tienen carácter universal.

Decía Maslow que primero hay que saciar las necesidades básicas. Parece que los políticos han olvidado el ABC de la conducta humana y en lugar de ocuparse en resolver las necesidades reales (Sanidad, pensiones, desempleo, dependencia, enseñanza, economía, robotización, envejecimiento, decrecimiento demográfico, inmigración, calentamiento global…) se centran en traccionar por lo emocional, que es fácilmente manipulable, especialmente en esta era de la inmediatez y de la transmisión sin filtro de las falsas noticias.