La Medusa petrifica a quien la mira. Petrificó a las tres derechas de Plaza Colón, y está a punto de convertir en estatua de sal a la casa común de la izquierda que pretende ser ERC. Al ofrecer cobertura en sus listas electorales a Elisenda Alamany (Nova Esquerra Catalana) y a Joan Josep Nuet (EUiA), Esquerra sigue su crecimiento ensimismado; sigue navegando sin rumbo y a favor del viento, con la misma inercia que lo hacía cuando montó estructuras de Estado, como la Agencia Tributaria Catalana o la red de embajadas. ¿Desde cuándo la izquierda ha dejado de aspirar a la convivencia y solo busca el choque? ¿Quién ha engañado a Nuet y Alemany? Se dirá que Esquerra es ahora la esperanza de la tranquilización del movimiento soberanista en aras de una camino más largo y sensato; está claro que una cosa es Junqueras y la otra, la prisa cabestra de Puigdemont y Torra. Pero al final, el bloque indepe es eso, un bloque que busca la frontalidad contra la España del 78, la España vertebrada por la que vale la pena luchar. El anhelo que no pudo ver Ortega, después de tanto pensarlo.
Creíamos que la izquierda predicaba la equidad y bendecía la solidaridad, la “sonrisa de los pueblos”. Pero por lo visto, la izquierda se empeña en ser el pasado, la fotografía que embalsama, el instante que inmortaliza. Y digamos que, cuando el militante comprometido sale en la foto hecho un baluarte, ya puede dedicarse a la patria, a librar sus instintos en el arte de la estelada y el lazo; al dolor de muelas.
Siguiendo el ejemplo entreguista de Ada Colau, la diáspora de los comuns, autoproclamada izquierda a la izquierda del PSC, se va situando bajo el paraguas de Junqueras. Pero hay un problemilla: ERC ha perdido la E; Esquerra no es de esquerres (izquierdas). El partido de Junqueras, Sánchez, Maragall, Romeva, Tardà y compañía es un grupo nacional-populista, una fuerza que quiere la hegemonía del movimiento independentista al precio que sea y, si es necesario que sea a través de una ideología autoritaria, también o mucho mejor. Finiquitado el procés, el núcleo duro del soberanismo tiene intención de reagrupar a sus bases y crecer en una estrategia a largo plazo. ERC es ya un partido de cuadros, una formación bolchevique con centralismo-democrático incluido, pero sin ninguna querencia por las prioridades sociales de la mayoría de la población.
A base de no ocuparse de gestionar el espacio público, los líderes de ERC han conculcado las aspiraciones lógicas de la ciudadanía (nivel de vida, empleo, etc); han aceptado la humillación económica de muchos, porque ellos se consideran una casta brahmánica, superior al resto. No les importa que, en el metro de Barcelona, se hable eslovaco, ucraniano, árabe, alemán, yiddish, húngaro, chino y así hasta 200 lenguas. No les interesa, primero porque no cogen el metro; van, más anchos que panchos, en coche oficial pagado por nosotros; y además, solo ofrendan ante el altar vernáculo de Pompeu Fabra y Aina Moll.
Los politólogos atentos a las consultas dicen que ERC ha detectado la expansión de un voto dual de los comuns basado en el municipalismo, cuando la cosa va de comicios locales, y concentrado en el partido republicano, cuando va de autonómicas. En el Ayuntamiento de Barcelona, la llave del “mundo de ayer”, ERC espera obtener dos victorias: la mayoría del consistorio y la pérdida de apoyos por parte del colauismo. Ambas cosas convergen en Ernest Maragall, un alcaldable uzbeko, enraizado en su mal café. A partir de su apriorismo, Esquerra trata de hacerse con los sectores soberanistas de la sinistra zibaldone (confusa), que acude a un panal de rica miel. Además de Alemany y Nuet, en esta trama del bajo relieve social se sitúa también Jaume Asens, el líder de Podemos (En Comú Podem) por el que apostó Pablo Iglesias. Asens es un soberanista de los que mueven la colita ante el federalismo de nuevo cuño, pero que, a la hora de la verdad, se dejará los dientes en la barricada republicana. La miopía de este valle de siglas es de traca y pañuelo. Está hipnotizada por la distopía del bloque independentista, la anti-utopía criminal que prevarica por sistema a base de videojuegos en los balcones con los que el señor Torra desacata a todo lo que se mueve.
Mientras los indepes pierden el tiempo, el Caballo de Troya se acerca a nuestras murallas ciclópeas. El PP (la “derechita cobarde” al decir de Ortega Smith y Santiago Abascal) utiliza como fuerza disruptiva las barbaridades de Vox, el partido marciano, para disputarle votos a C’s. Casado ha colocado a Cayetana Álvarez de Toledo en la lista por Barcelona, pero ella no hablará para Cataluña sino para toda España. A estas alturas, nadie desconoce ya que Cayetana es la número dos factual del PP, más allá de Suárez Illana, pero interpuesta, como quintacolumnista en territorio hostil. En el bochinche de las tres derechas que ya no suman, la cuestión de fondo seguirá siendo quién paga el guateque. Por otra parte, en el revoltillo del socialismo español, Pedro Sánchez y su mago de cabecera, Iván Redondo, andan sueltos. Tanto mejor para ellos, porque su socio catalán, el PSC, es el caballo al que “le dan sabana porque está viejo y cansao”. El pasado domingo, la alcaldesa de L’Hospitalet, Nuria Marín, junto a Miquel Iceta y Carmen Calvo, proclamó la “convivencia frente a la crispación política”. ¿Eso es todo? Pues se quedaron descansados, digo. Es el colmo del papanatismo buenista, de la pasividad ante la sociedad catalana, hoy castigada por el dogma, escindida y en el umbral de la pobreza.
El hilo de la identidad acaba siendo mortífero. La salud mental de una sociedad no se rige por la memoria, la Medusa, sino por su capacidad de olvidar lo paralizante. “Olvidar es enorme”, escribió Valéry.