No sé cómo lo verán ustedes, pero yo creo que Josep Lluís Trapero armó la Marimorena en su comparecencia ante el Tribunal Supremo la pasada semana, porque tras varias jornadas de juicio sumamente tediosas, en las que vimos desfilar a diseñadores; directivos de empresas de artes gráficas; responsables de agencias de publicidad y diversos cargos del área de comunicación de la Generalitat --testigos que en más de un caso tergiversaron la verdad, o mintieron con alevosía, creando cortafuegos a fin de evitar que los encausados acabaran achicharrados--, Trapero, contra todo pronóstico, vino a verter sobre los políticos presos un barril de agua helada, que Manuel Marchena, sin incumplir norma alguna, se encargó de que fuera derramada con generosidad sobre sus cabezas de chorlito.

La declaración pausada de Trapero, minuciosa, explícita, ha vuelto a demostrar que el mundo separatista vive instalado en una nube de algodón de azúcar, flotando a tres mil metros sobre la realidad, conectado a un gotero de ratafía que le mantiene confortablemente idiotizado aunque feliz en ese mundo paralelo, o “biverso”, desde el que cada día efectúa incontables y gloriosas declaraciones unilaterales de independencia, es reconocido como Estado por todos los Estados y es reverenciado hasta por el último chimpancé del planeta. 

La prueba la pueden encontrar repasando a vuelapluma los miles de comentarios, proclamas y opiniones que desde todos los medios de comunicación y redes sociales ha vertido el nacionalismo en los últimos días. El hecho de que Trapero negara que la policía autonómica hubiera cerrado filas con el golpe de Estado patafísico de Puigdemont, es invariablemente leído, traducido y entendido por los amantes de la sedición como la mejor y más irrefutable prueba de que no hubo ni violencia ni rebelión alguna; que sólo fueron cuatro altercados de mercado persa por un quítame allá esas urnas, y que sí, que sí, que es cierto que Pep y Joan le pegaron una patada en la espinilla a un policía nacional, pero que en respuesta ellos, pandilla de bestias, dejaron tetrapléjicos a más de veinticinco mil niños y abuelos y blablablá. Perdonen que tire de guasa. Es que no hay otra. No es que esta gente no se entere, es que no quiere enterarse. Son como los tres monos sabios de la mitología china pero más idiotas.

Debido a un error de cálculo, o de forma –lo ignoro, pues no soy experto en procedimientos jurídicos-- la fiscalía no articuló una pregunta clave a Trapero. Tan clave que podría sostener la cúpula de Santa Sofía de Constantinopla. Y Marchena, ni corto ni perezoso, acogiéndose a una prerrogativa de la Ley de Enjuiciamiento Criminal --el artículo 708, tan letal como el artículo 155--, que prevé que un magistrado formule preguntas encaminadas a "depurar los hechos sobre los que se declara", la verbalizó cuando todo parecía haber concluido. Pidió a Trapero que explicara por qué había solicitado reunirse, el día 28, con el Presidente Carles Puigdemont, con Oriol Junqueras y Joaquim Forn, y qué les transmitió y qué respuesta obtuvo de ellos.

Y el alto cargo de los Mossos narró, en tono monocorde y sin despeinarse, el malestar instalado en las filas del cuerpo autonómico, que sentía estar siendo utilizado como policía política desde el Govern, al que dejaron muy claro que no estaban dispuestos a ser partícipes de un desacato de esa índole al Tribunal Constitucional y a la ley; advirtiendo, y no por vez primera, que con dos millones de personas en la calle y quince mil agentes del orden eso tenía todos los números para acabar mal. En sus cálculos consideraban --y así se demostró el 1 de octubre-- muy alta la probabilidad de que se produjeran disturbios, enfrentamientos, heridos o quizás algo peor. Trapero y otros altos cargos recriminaron a Forn su irresponsabilidad, e instaron al President a dar marcha atrás desconvocando el referéndum, asegurándole que el cuerpo armado nunca quebraría la Constitución. Puigdemont, por toda respuesta, espetó un lapidario "hagan el trabajo que tengan que hacer", que se traduce por "alea iacta est" o que salga el sol por Antequera. Él ya había tomado su decisión. Y si Troya ardía, pues mala suerte.

Si todo lo dicho ya es más que suficiente para que Trapero pase de héroe a villano y engrose la lista negra de enemigos de la patria, su confesión de que la cúpula de los Mossos se había reunido para decidir quién se encargaría de la detención de Puigdemont, de Junqueras y de todos los consellers del Govern si llegaba orden desde los tribunales, ha causado más devastación que la bomba de Hiroshima.

Todo lo narrado por Trapero venía a sumarse a las declaraciones efectuadas anteriormente por Manel Castellví y Emilio Quevedo --que también alertaron en términos similares a Puigdemont y al Govern--, pero su testimonio es mas relevante en todos los sentidos. Ignoro si su declaración encierra revanchismo hacia los que le han colocado en posición tan delicada --se enfrenta a delito de rebelión-- o persigue cierta indulgencia a la hora de ser juzgado. Lo que sí está claro es que con sus palabras ha intentado restituir a los Mossos la dignidad perdida a los ojos de más de la mitad de la ciudadanía catalana. 

A falta de poder probar, en futuras declaraciones de testigos, y en la extensa fase documental del juicio, la existencia del grado de violencia que abriría las puertas a una sentencia por rebelión, está bastante claro y queda más que probada la absoluta irresponsabilidad criminal de un Govern golpista, que conspiró contra el Estado desde el Estado; empeñado en burlar las leyes; pertinaz en su desprecio a los tribunales, al Estatut de Cataluña y a la Constitución; un Govern que alentó a la población, por activa y pasiva, a la sedición y al enfrentamiento en su camino sin retorno a ninguna parte.

La tensión continuará. No lo duden. Quim Torra no retirará los lazos; Puigdemont seguirá interponiendo querellas aquí y allá; los independentistas organizarán cuantas manifestaciones y protestas sean necesarias en Madrid, aunque el pinchazo sea histórico, como el del pasado sábado --las imágenes de las cámaras del Ayuntamiento de Madrid son irrefutables-- y, en definitiva, continuarán bloqueando la política catalana y contribuyendo a la ingobernabilidad de España. Siendo como son seres superiores, están por encima de la ley. Recuerden las últimas declaraciones de Marta Rovira: “El Supremo no es quien para juzgar lo que hemos hecho como independentistas”.

Todos deberíamos tenerlo tan claro como ellos.