Hoy triunfa el uso desinhibido de la prepotencia. Carles Puigdemont le clava el estoque al PDeCAT a base de limpiar su espacio de reformistas laboriosos. El adiós de Carles Campuzano, Jordi Xuclà y Marta Pascal significa que Puigdemont no ha perdonado a su partido la moción de censura ganada por Sánchez. Por lo tanto, “no volverán a producirse pactos entre el PSOE y el PDeCAT”. Así habló Waterloo, nuestro Zarathustra de bolsillo. Los que representen al PDeCAT en el Europarlamento compartirán grupo con el Partido Nacionalista Flamenco, racial y autoritario, acompañados de Vox, tres cuartos de lo mismo.
El independentismo bicéfalo se ha quitado la máscara: Puigdemont es eurófobo y xenófobo, como Vox. Oriol Junqueras será el primero de la lista de ERC el 28A, mientras que Jordi Sànchez será cabeza de lista de JxCat. El expresidente de la ANC habla así claro: “Ni derechas ni izquierdas, nuestro único objetivo es la independencia”. Triste parecido al famoso discurso de José Antonio en la fundación de Falange, pronunciado en el teatro de la Comedia de Madrid, el 29 de octubre de 1933: “Ser derechista o izquierdista supone expulsar la mitad del alma”. Por lo visto, el debate ideológico es estéril porque, para ambos, el único ideal es la patria. Corren malos tiempos o así lo dijo aquel príncipe danés: “Hay más cosas en el cielo y la tierra, Horacio, que las soñadas en tu filosofía”.
El dictatum del expresident ausente se impone en el partido de Artur Mas, el infeliz inhabilitado que abrió la caja de los truenos. La gobernabilidad ya es historia; lo celebran Casado, el faltón, y Rivera, el boquirroto. Campuzano lo ha puesto todo de su parte. Sabe que la política empieza por el disenso y trata de llegar al consenso. Nunca al revés. Un buen negociador jamás se sienta en una mesa con todo decidido y, cuando gana, lo hace cediendo. El ya exdiputado soberanista ha aplicado la dialéctica que gobierna el mundo civilizado, hasta que lo ha sepultado Puigdemont, el rey del legitimismo, dispuesto, dice, a jugársela al recoger su acta de diputado europeo ante la Junta Electoral. No es la primera vez que promete lo que no cumplirá.
En Cataluña, la política podría definirse como el arte de aplicar lo que la historia niega. Puigdemont y Torra han venido a cargarse el último vestigio de diálogo con España. Ellos representan el sorpaso mastuerzo de la práctica conocida como peix al cove, practicada por el nacionalismo durante décadas. Aquello embarrancó al decirle que no al mismo Aznar, cuando este propuso un pacto fiscal para Cataluña, similar al cupo vasco de las diputaciones forales, tal como lo cuenta Duran Lleida en su último libro, El riesgo de la verdad (Ed. Planeta). En 1996, Pujol desestimó el cupo a cambio de una política de infraestructuras con importantes inversiones del Estado y un montón de constructoras licitadas, que dejaban el 3% en caja.
Campuzano, portavoz de PDeCAT en el Congreso, se ha limitado a ser un buen político. Ha sido fiel al estilo de los parientes pobres del coronel Aureliano Buendía, ciegos ante los gerifaltes que perpetraban crímenes horrendos con el silencio cómplice de los demás. El caso es que Waterloo le empuja hacia fuera del Hemiciclo español y él se pregunta sobre el fondo del psicodrama, como lo hizo Segismundo en el drama de Calderón: “Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí…”. Después de Pérez de los Cobos y del jefe de Información de los Mossos, Castellví, el impacto del Gran Juicio en la opinión ya no proporciona un descuento favorable a la causa. Quim Torra solo espera una sentencia dura para poner en marcha una revisitación del octubre de 2017, incluida la aplicación de un largo 155, para agudizar la contradicción principal en la mente de los cabestros.
La guerra entre Junqueras y Puigdemont ya es a muerte. La hegemonía en el seno del separatismo se mide hoy por el número de presos o huidos que tiene cada lista electoral. El dolor es el trofeo, como lo fue la cabeza de Juan Bautista. Junqueras acepta coaligar, después del 28A, a ERC y Bildu, con Arnaldo Otegi al mando del piquete negacionista en el Congreso, y con Rufián de mano derecha. Mientras la tensión entre los dos partidos del movimiento indepe crece y crece, sus portavoces, Marta Vilalta (ERC) y Elsa Artadi (Torra), salen a por uvas, aunque su semblante no miente. Llegado el momento, Puigdemont presenta su cartel: Sànchez, Borràs, Nogueras, Tremosa, Cañadell, Rull y Bel, entre otros.
Pese a su imposición absoluta, el pragmatismo pesa hoy sobre el ánimo de Puigdemont, muerto de ansiedad en Bruselas. El expresident puede dar las vueltas que quiera a la Grand Place de la capital belga; ya sabe que para cenar solo hay moules con una capa de rebozado por arriba o milanesas adornadas con patatas fritas. En la calle, casi siempre es de noche y la humedad de invierno te cala los huesos. Campuzano sale de la escena y ocupa una pausa temporal hecha de manglares y mariposas. Está marcado por el pecado original de su fructífera praxis frente a la voracidad criminal de los dogmáticos. Vuelve al apóstrofe de Segismundo, en el que la conciencia obedece a la costumbre: “Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido…”.