El rechazo a los presupuestos del Gobierno de Pedro Sánchez ha provocado la convocatoria de Elecciones Generales en España. La pinza de las derechas españolistas y los independentistas catalanes ha hecho fracasar unos presupuestos que tenían un fuerte cariz social y eran beneficiosos para España y Cataluña, y ha abortado la continuación de una mayoría de apoyo al Gobierno que podría permitir otras mejoras sociales para hacer frente al primer problema del país que es la desigualdad.
Ahora hay que afrontar las elecciones del 28 de abril, que sin duda tendrán una gran importancia, pues marcarán el marco político del país y condicionarán los comicios autonómicos, municipales y europeos del 26 de mayo. Y no puede haber dudas: aquí se trata de optar por continuar y reforzar el camino de los últimos meses, o volver a una política de las derechas de profundizar el recorte de las libertades y de los derechos sociales.
Las fuerzas de izquierda tienen que plantearse las elecciones en positivo, el camino que marcaban los presupuestos rechazados iba en la línea de hacer frente a la problemática prioritaria de todo el país: la lucha contra la desigualdad. Y este es el campo en el que hay que plantear el debate, fuera de la esterilidad del debate sobre banderas, que es donde pretende llevarnos el discurso demagógico de las tres derechas. Y esto no quiere decir rehuir el debate territorial, sino afrontarlo claramente a partir de un concepto muy claro: estamos ante un problema territorial que hay que tratar y en el cual se inserta la cuestión catalana, y es un debate que hay que abordar desde el diálogo y el respeto a la ley, tal como tiene que ser un debate democrático. En el tema territorial, más diálogo quiere decir más política y menos imposiciones por ninguna parte.
Pero el tema que tiene que centrar la campaña de las izquierdas, de todas, es la necesidad de hacer frente a las desigualdades sociales que han crecido durante la crisis. Y por tanto la necesidad de políticas fiscales más progresivas y directas que repercutan sobre los que más tienen y que nos acerquen a los niveles de fiscalidad europeos. Una fiscalidad que nos permita mejoras en la sanidad, la educación y la dependencia, pero a la vez se han reforzar los derechos laborales y sindicales haciendo entrar la democracia en las empresas, y continuar en la defensa de los derechos sociales y de igualdad de género. Todo esto a la vez que levantamos una bandera como país para mejorar el funcionamiento de la Unión Europea.
La izquierda política, toda, tiene que salir a la ofensiva con la que es objetivamente su bandera propia, la de la lucha por la igualdad, la fraternidad y la solidaridad, para conseguir un estándar de bienestar para los ciudadanos concretos de acuerdo con lo que el país puede y debe ofrecer.
Nunca debe hacerse una campaña a la defensiva sobre el miedo de que llegue la derecha. La defensa de las propias convicciones es la mejor forma de rechazar las propuestas de desigualdad, de austeridad y de clasismo que las tres derechas defienden y que no hay duda que situarán a la mayoría de la ciudadanía en un país menos libre, menos igualitario y con unos proyectos caducos de sociedad que hay que superar de una vez.
No puede volver a pasar como en Andalucía, no puede ser que la gente progresista y de izquierdas no se sienta motivada, al contrario esté desmotivada para ir a votar. El triunfo de la derecha lo pagarían las clases trabajadoras y el conjunto de la ciudadanía. Pero para ganar, la izquierda tiene que despertar ilusión con una propuesta de futuro. Es por ello que las izquierdas tienen que tener discursos serios en el contenido y que sean explicados de forma clara y asequible para el conjunto de la ciudadanía. Y que todos vayan más a disputar el voto a la derecha que a competir con el resto de las fuerzas de izquierdas. La derecha siempre sabe unirse porque tiene muy claros cuáles son los intereses que defienden todas ellas, los intereses de clase de los poderosos, la diferencia, la desigualdad, el individualismo egoísta y el conservadurismo social.
Hace falta que la gente trabajadora y progresista de todo el país haga un voto por su futuro. Un futuro de ilusión, de cambio, donde las personas sean la prioridad y no las cifras macroeconómicas. La gente tiene que expresarse con total pluralidad por la fuerza de izquierdas que considere más acertada o más útil, sea el PSOE, Podemos, IU, Compromís o cualquier otra con posibilidad de salir y de disputar el voto a la derecha. Y con voluntad de constituir un futuro Gobierno de progreso, la fórmula del cual ya se concretará desprendido de los resultados. Miramos como con todas las dificultades se consiguió hacer la moción de censura, y una brisa de aire fresco recorrió el país. No pongamos las diferencias por delante, sino la necesidad de unidad. Primero la unidad de las izquierdas y después si hay que completar una mayoría ya se verá con quién.
En estas elecciones la izquierda social, especialmente del sindicalismo de clase tiene que comprometerse de forma clara con el proceso, sin partidismos pero con exigencias. Hay que exigir a los partidos de izquierda que se comprometan con un programa de cambio que tenga en cuenta a los interlocutores sociales, que se comprometan a reforzar el papel de la negociación colectiva, de la concertación del Gobierno con los agentes sociales, a potenciar nuevas formas de participación de los trabajadores en el seno de las empresas. No se puede tener una democracia amputada en las empresas donde impera la dictadura del capital, se tienen que dar pasos en la democratización en el campo de la empresa, todo lo contrario del que ha hecho la derecha, que ha recortado incluso el derecho constitucional a la negociación colectiva. Porque los partidos de izquierdas tienen que tener claro que el cambio solo será posible y durable si existen estructuras sociales fuertes y organizadas.
El 28 de abril hace falta que ningún voto de izquierdas se quede en casa, y para conseguirlo hace falta una fuerte movilización de la izquierda política y social con propuestas de futuro contra las desigualdades.