Advierto que este artículo sólo gustara a una minoría, para mí selecta, pero ya saben que no soy político y no sé hacer un papel en este teatro público. A ningún político en activo gustará. Ni a los indepes, por supuesto, ni a los constitucionalistas, porque no iré votar a las elecciones generales del 28 de abril.
Sé que se extrañarán porque soy un animal político, pero tengo mis razones para no votar esta vez, y es de lo que va este artículo.
Hace 14 años cubrí una conferencia que dio Montse Tura, entonces consejera de Interior al frente de los Mossos, en la que decía que había que tener mucho cuidado con el manejo de las palabras despectivas. Que no se puede calificar como fascista, nazi o racista al contrincante político, porque eso es aguar la gravedad de estos conceptos políticos hoy licuados por la actual infantilización de los actores políticos.
Hace nueve meses, Pedro Sánchez calificó de racista a Quim Torra. Joaquim no es racista, porque está encantado de que los moros o los negros voten la estelada.
El monaguillo del fugado a Waterloo es supremacista, que es un complejo de superioridad propio de los nacionalistas catalanes porque sienten que tienen una cultura superior a los castellanos. Estos castellanos emigraron a Cataluña en los 60 y 70 porque en sus pueblos no tenían con qué ganarse la vida. De ahí el complejo de superioridad de los nacionalistas. A los vascos les sucede lo mismo.
Como es natural, votaría a un partido constitucionalista, pero ¿a quién voto? Aquí está la duda: yo votaría PSOE si con Ciudadanos sacaran mayoría. Pero como Rivera ha dicho que pondrá un cordón sanitario contra Pedro Sánchez no me quiero suicidar dando el voto a los socialistas para que acaben sumando con Podemos.
En este caso no se puede votar ni tapándose la nariz...
Por el contrario, a Carles Puigdemont le encantaría la triple alianza andaluza porque su estrategia política es cuanto peor, mejor, porque un 155 intemporal encresparía los ánimos de los separatas. Sería lo peor para España.
Por eso, el 28 de abril no votaré a ningún partido constitucionalista. La unidad de España no peligra, pero su debilidad no es por mérito de los estelados, sino demérito constitucionalista.