Hubo viento suroeste suficiente para que ondease el banderón de la plaza de Colón. Sin embargo, los sustantivos más utilizados para calificar el acto de Cs, PP y Vox han sido "fracaso" y "pinchazo". Falta saber si ha sido por sensatez o por hastío del personal. Quizá porque se pueda concluir que a más bandera, menos discurso. O porque Sánchez tiene una flor en el culo.
Veníamos de una semana en que se sucedieron los 21 puntos de Torra, los 21 epítetos de Casado y la ocurrencia del relator. Y después de todo esto, ¿qué? ¿Elecciones? Probablemente dependa de las encuestas que tengan en Presidencia del Gobierno escondidas en un cajón. Tener cinco urnas el 26M, puede ser portentoso: una papeleta para cada partido. Y a ver quién suma con quién. En Cataluña habrá que esperar a que termine el juicio para votar. Y dicho así, puede sonar un poco raro, porque ya no sabemos cuánto juicio queda ni dónde. Cada uno, va a su bola. Mientras la rojigualda se mecía, los chinos celebraban en Madrid el año del cerdo y la gente se manifestaba en Teruel y Santiago de Compostela por una sanidad pública de calidad.
El debate Cataluña-España ha polarizado la vida política. Como si hubiese resucitado aquello de José Calvo Sotelo de “antes roja que rota”. Pero, mira por donde, ahora no sabemos si se ha retomado la dialéctica izquierda-derecha, gracias a los partidos convocantes de la manifa del domingo. A lo mejor nos llevamos una sorpresa y resulta que el socialismo recupera planteamientos sociales, antes de que se apoderen sus adversarios, y asuma que ya pesan tanto las aspiraciones a una sociedad igualitaria como simplemente más equitativa. Tal vez fuese una forma de escapar a la tendencia al radicalismo verbal y formal propio de la clásica taxonomía derecha-izquierda por temor a perder votos por la izquierda.
Es un debate que no computa para Cataluña, en donde esa disputa parece orillada en favor del sentimiento. Debatir con los sentimientos es tarea ímproba y estéril. El patriotismo y la bandera son, en un sitio, patrimonio histórico de la derecha y, en otro, de los independentistas. La izquierda ha quedado tal que apátrida. La polémica seguirá por los derroteros habituales. Máxime si se tiene en cuenta que empieza el juicio más importante desde que se sentó en el banquillo a Tejero y sus secuaces. Ambos bajo el signo de Acuario: el del 23F empezó un 19 de febrero.
Temo que seguiremos con el debate sobre la patria y el patriotismo, algo que parece definido en este país por la ideología. Juan Benet lo explicaba recordando a un sargento que les revelaba en la mili qué era la patria: el sentimiento de rabia cuando se veía a un francés. Así de simple. Pues cambiemos ahora al francés por un catalán o un español, según donde nos venga en gana, y tendremos situado el debate. El simple hecho de hablar resulta un esfuerzo colosal y estéril. Aunque hablar, lo que se dice hablar… Umberto Eco se despachó en su día contra las redes sociales diciendo que dan derecho a hablar a legiones de idiotas. Claro que eso fue hace cuatro años. La cuestión es saber cómo hablar sin dejar fuera al discrepante, al diferente o al que simplemente molesta.
Vivimos realidades diversas, no ya paralelas. Tomar distancia es difícil. Cada cual parece montarse el paraíso en su piso, a modo de Mecano, sin necesidad de soñar en Hawái o Bombay. A lo peor nos están engañando a todos y se dialoga a escondidas. El Gobierno lo hace sobre todo con una Elsa Artadi que puede parecer la sonrisa del régimen pero que se irá a la cancha municipal en cuanto pase el congreso del móvil, tras hacerse las pertinentes fotos y gozar del correspondiente protagonismo publicitario. Joaquim Torra, bajo la alargada sombra de Waterloo, seguirá instalado en el cuanto peor, mejor e importándole un comino lo de gobernar. Pablo Casado, metido a académico con su retahíla de epítetos dirigida a Pedro Sánchez --le faltó malandrín para ser más quijotesco-- haciendo la campaña a Vox y aspirando quizá al premio Nobel de Economía con su solución para resolver el futuro de las pensiones: tener más hijos. El presidente del Gobierno sin saber si desea asentarse hasta el final de la legislatura o arrastrar a los barones del partido al matadero electoral el 26M. Albert Rivera, impelido por la corriente fluvial sin decidirse en cuál de las dos orillas recalar. Vox riéndose por lo bajini, cual perro Pulgoso, soñando con el roto que le hará al PP y la cantidad de concejales y diputados autonómicos que le impedirá obtener. Podemos, instalado en el sideral más absoluto. Izquierda Unida destacando que entre las grandes ideas que piensan proponer está garantizar menús veganos en los espacios públicos. Y así, ¿hasta dónde?
Si las elecciones son la panacea o el nuevo bálsamo de Fierabrás de la democracia, habrá que esperar. El martes empieza el juicio y el miércoles se votan los presupuestos. Abandonado el relator para servir las aguas, ¿cuál será la ingeniosidad de turno? El marketing aplicado en política, a la búsqueda del titular fácil e impactante o la resonancia en las redes sociales tienen un valor efímero. Se vive al día y vale todo.