En una reciente encuesta del CEO, entidad dependiente de la Generalitat, los ciudadanos catalanes situaban el paro y la precariedad laboral como su primera preocupación (31,3%); la insatisfacción con la política se situaba en segundo lugar (30,0%) y la relación entre Cataluña y España ocupaba la tercera plaza (29,4%). Entre otras muchas consideraciones, mostraban un bajo nivel de confianza en la capacidad del president Torra para resolver dichos problemas.

Los datos reflejan una sociedad consciente de los grandes desafíos del momento, coincidiendo con las inquietudes de los ciudadanos españoles y de la mayoría de países occidentales. Unas sociedades que, por primera vez en muchas décadas, ven el futuro con pesimismo. Recuperar el ánimo y la confianza pasa por la política.

En este entorno tan abierto y globalizado, muchos de nuestros  problemas deben ser abordados a nivel europeo, pero sigue siendo muy relevante el papel de los estados y, también, de las comunidades autónomas. Por ello, el acierto de una persona como el presidente de la Generalitat resulta fundamental para recuperar la confianza y fortalecer la convivencia.

Veamos como responde nuestro president a las preocupaciones que mencionábamos. Acerca de la primera, el paro y la precariedad, no percibo que forme parte ni de sus prioridades, ni de la acción de su Gobierno. Son muy escasas las iniciativas en este ámbito y, aún más preocupante, no se visualiza la mínima voluntad política.   

Por otra parte, soy incapaz de observar mejora alguna de nuestras prácticas democráticas. Ciertamente, el discurso del president se centra en la batalla por la democracia pero, en paralelo, las instituciones públicas, aquellas que deben representar a la totalidad de ciudadanos, se hallan claramente al servicio de una orientación política. En estos cuarenta años de democracia, no recuerdo semejante confusión entre instituciones públicas y partidos.

Finalmente, nadie puede discutir su dedicación a la relación entre Cataluña y España, si bien en defensa de una opción que no es la de la mayoría de los ciudadanos, por mucho que se empeñe en intentar demostrar lo contrario. Y de esa amalgama de partidos y corrientes que le da apoyo parlamentario, representando a menos de la mitad de los ciudadanos, las diferencias entre unos y otros son tan manifiestas como profundas.

Hoy, los ciudadanos catalanes manifiestan su deseo por ir cerrando las fracturas económicas y sociales de estos años; por mejorar la calidad de nuestra democracia representativa y por encontrar un mejor acomodo en España, abriendo un proceso de diálogo con el Gobierno español, en la línea que parece defender el presidente Sánchez.

Para todo ello, el president de la Generalitat es más un problema que una oportunidad. Nos convendría que cediera el paso, a través de un adelanto electoral, a alguien capaz de atender las preocupaciones de la gran mayoría de ciudadanos. Por su parte, él podría recuperar esa personalidad de editor y activista que, a buen seguro, responde más a su personalidad.

Curiosamente, lo que más me inquieta no es que siga como president durante toda la legislatura, sino que, acorde con una cierta tradición entre sus antecesores, quiera pasar a la historia. La única manera de hacerlo sería dejándose llevar por esa pulsión del “cuanto peor, mejor”. Me temo que sería “cuanto peor, peor”. Para todos. También para los políticos encausados y para el propio independentismo. Muchos políticos independentistas lo ven así. ¿Por qué callan?