Durante el debate que mantuvieron Juanma Moreno y Susana Díaz se reprodujo un comportamiento gestual que ha marcado una y otra vez nuestra democracia. Mientras la presidenta saliente hablaba no miraba al entrante, sino a su bancada socialista que sonreía. La sonrisa se transmutaba en risa cuando le replicaba el que iba a ser investido. Era tal el flujo de reír que Moreno les comentó, muy educadamente, que padecían de risa nerviosa, esa que antecede a la pérdida del poder. Quizás se equivocó en su apreciación, ¿no sería aquella sonrisa presidencial una expresión de soberbia?
La altivez y la vanidad suelen retornar como un cuchillo a quien las expresa y las practica. Recordemos el primer cara a cara en la historia de la televisión en España entre Felipe González y José María Aznar en 1993, que se desarrolló en Antena 3 moderado por Manuel Campo Vidal. Según Eduardo García Matilla, la soberbia de González fue el primer triunfo de Aznar. Ni lo miraba y solo parecía escucharlo porque sonreía, levemente y con desprecio, cuando el candidato del PP le criticaba sus acciones de gobierno. Recordemos la sonrisa de Mas, de Puigdemont o de Junqueras, ese gesto envanecido con el que menospreciaban primero a Rivera y después a Arrimadas. ¿Se imaginan que todos los políticos se riesen en sus debates cuando el adversario está hablando? Decía Gracián que cuando las dos mitades del mundo se ríen de la otra mitad, ambas son necias.
No estaría de más que el primer obsequio que un diputado o una diputada novel recibiera al entrar en la cámara correspondiente fuera el Oráculo manual y arte de prudencia (1647) de Baltasar Gracián. No porque no lo conozca o no tenga un ejemplar en su biblioteca, sino para que no olvide que esos trescientos aforismos comentados --un tesoro que puede ser leído de manera discontinua-- encierra una de las propuestas más sugerentes sobre sabiduría práctica que nunca se haya escrito, imprescindible para moverse con éxito en un escenario tan competitivo y hostil como un Parlamento. No debe ser casual que desde hace varias décadas, esta obrita del jesuita aragonés aparezca una y otra vez entre los libros más vendidos en Estados Unidos o en Alemania.
Uno de los primeros admiradores de la obrita de Gracián fue François de La Rochefoucauld, quien afirmó que la soberbia es un homenaje que la tontería ofrece al genio. Quizás sea un exceso, pero el menosprecio de los demás es la tumba del político. Por ejemplo, los comentarios que Teresa Rodríguez dirigió en el mismo debate al líder nacional de Vox, calificándolo como “el niño de la pistola” fue otra exhibición de esa soberbia como apetito desordenado de ser preferido a otros o a otras. Paradójicamente, esa misma altivez le impide ver que ese tipo de comentarios es un gesto propagandístico a favor de ese partido nacionalista español. Aunque qué mayor soberbia que la de Vox cuando, con tan sólo una docena de diputados autonómicos, pretende derogar la ley nacional de violencia de género.
Pero si vano intento puede ser regalar un libro a quienes no sean aficionados a la lectura o tengan su curiosidad más que colmada, siempre nos quedará el recurso más antiguo: grabar el sentido común en piedra. Y que a la entrada del Parlamento sus señorías puedan leer, una y otra vez, aquella sentencia bíblica de Tobías: “Toda perdición tiene su origen en la soberbia”, las derrotas electorales también.