El calvario de Jaume Collboni como candidato a la alcaldía de Barcelona bajo sospecha de ser relevado por el PSC a la primera encuesta adversa va a finalizar este fin de semana, gracias al espaldarazo público de Pedro Sánchez. Oficialmente, nunca ha sido puesto en duda; oficiosamente, sí. Para eso están las direcciones de los partidos, para darle vueltas a las cosas hasta el último minuto, convirtiendo todas las decisiones en provisionalmente definitivas.
Quedan muchas semanas para llegar a finales de mayo, muchos sondeos por leer y bastantes incógnitas políticas por desvelar, sin embargo, el relevo de Collboni sería mucho más inexplicable a partir de ahora; salvo que vaya a ser consecuencia de un arranque de carácter personal liberando a su partido de cualquier compromiso ante un giro demoscópico pronosticando el desastre.
Collboni ha soportado estoicamente los rumores de su tambaleante aspiración, manteniendo un perfil discreto en este período de incertidumbre. Ganó unas primarias sin competencia pero en cuanto se supo que Manuel Valls iba a lanzarse a la aventura de rehacer su carrera política en la capital catalana, a los socialistas, o a ciertos dirigentes socialistas, les entraron las dudas, en ningún caso verbalizadas en público. La sustitución de Alfred Bosch por un Maragall fugado a ERC empeoró los análisis sobre sus posibilidades de hacerse un lugar en una batalla de personalismos entre el excompañero con apellido de presidente de la Generalitat, el excolega francés venido a menos y Ada Colau, su exsocia de gobierno.
Los datos disponibles auguran una batalla electoral en Barcelona extremadamente igualada, con cuatro candidatos moviéndose en una franja de tres o cuatro concejales de diferencia. Una alcaldía a los puntos y un consistorio de difícil gobernar sin pactos transversales. Collboni se mantiene ahí, subiendo moderadamente y a la expectativa, supuestamente sostenido por el plus del voto PSOE, reanimado indudablemente por la presidencia de Pedro Sánchez.
El desenlace no está escrito, queda por ver en cuánto perjudicará a ERC una lista del PDeCAT encabezada simbólicamente por Quim Forn desde la cárcel, cómo se equilibrarán los vasos comunicantes de los dos partidos independentistas y en que medida les perjudica a ambos la presencia de la candidatura de Jordi Graupera y la ANC, aliados involuntarios, probablemente, de la difícil reelección de Colau.
Ante tanta incertidumbre, el PSC parece haber optado por la estabilidad de su oferta. Collboni tuvo su momento, cuando alcanzó el pacto de gobierno con los Comuns, luego roto por un error manifiesto de Colau al desentenderse del nerviosismo juvenil de sus bases por todo lo del 155. Nada tenía que ver la tensión en la calle con el aceptable funcionamiento del equipo municipal Comuns-PSC, pero los primeros cedieron a los activistas del Twitter.
El pósito de aquella ruptura podría complicar un futuro acuerdo, aunque la tendencia natural de los socialistas a pactar allí donde se atisba un pacto acabará imponiéndose. Cierto que esta virtud podría ejercerse también por el flanco de Ciutadans-Valls, pero esta es otra historia que, además, se va a complicar enormemente de materializarse el maridaje andaluz con Vox.
La apuesta socialista por Collboni es pues también una apuesta por no olvidar la mala jugada de Colau. Al menos de entrada y durante la campaña, porque aquella renuncia de la alcaldesa le permitirá ejemplificar la escasa capacidad de resistencia de los Comuns a la presión ambiental del independentismo, la ingenuidad gubernamental exhibida en algunas decisiones relevantes del mandato y, de paso, impedirles la reclamación del maragallismo, al que el PSC no va a renunciar tan fácilmente, a pesar de todo. Con esta perspectiva, no es de esperar que Pedro Sánchez vaya a llamar a Ada Colau para expresarle la confianza del PSOE, como hizo en agosto con Manuela Carmena, a quien sí reconocen el liderazgo municipal para evitar el retorno de la derecha al Ayuntamiento de Madrid.