Nada más conocerse la suspensión de su sentencia, uno cae en la cuenta de que la damnatio memoriae de Lluís Companys nunca precisó de una reparación oficial del Gobierno porque cada año se le rinden homenajes de reconocimiento al expresident fusilado en Montjuïc. Lo que sí ocurre es que una buena dosis de cabezas cortadas impide que la gente se ocupe de temas importantes, como la baja natalidad o el sistema público de salud. Después del Consejo de Ministros celebrado en Barcelona, nos enteramos de que el Gobierno de Sánchez había firmado la anulación de aquella sentencia y se dio por sabido que la reunión bilateral Gobierno-Generalitat fue un acuerdo de intenciones marcado por los símbolos.
La última mujer joven masacrada en Huelva por un asesino horroroso conmueve al país entero; es portada durante varios días y todos lo comparamos con la desaparición y muerte de Diana Quer en Galicia. La pregunta en boca de la gente consiste en saber cómo es que estos episodios ocurren en la España de hoy a tanta distancia mental del mundo de Pascual Duarte que alimenta el ingrediente falsario de la España profunda, analfabeta y triste. El miedo a morir a manos de un criminal es parecido al miedo escénico del Quevedo en el Madrid de capote y daga, al que pudieron sentir los caminantes en los años de Galdós, un transeúnte perdido en el callejón del Gato de Valle o un cronística francés, atravesando el Marais en el París de Balzac. El miedo es libre, pero la estadística es factual: España es el segundo país del mundo en materia de seguridad. Y precisamente en su discurso de Navidad, Felipe VI empezó por la juventud y el mercado laboral pero dejó un acento protector del Estado Social de Derecho como fórmula que puede funcionar mejor que en Alemania. El Rey ha cambiado de registro sobre la cuestión territorial, vinculándola a la social. El Jefe de Estado abandona el discurso del 3 de octubre y habla de convivencia y respeto a la diversidad, rectifica el tiro al asumir un error implícito al apuntarse al sector más duro del 155; y, sin embargo, sin bajarse de la lealtad constitucional que tiene el artículo que suprime las funciones de una autonomía, cuando es una región fallida en el esquema español. Y Cataluña lo es; una comunidad autónoma sin presupuestos, sin gestión del día a día en años, es una administración sustentada en el vacío.
Conviene no olvidar esta segunda intención algo mas interior del discurso real. No olvidarla en momentos como este en los que, cuando nos creemos a salvo, reaparece la violencia en forma de amenaza terrorista de las que dejan, antes de ocurrir, un rastro de soledades y enfrentan a vecinos y pacíficos migrantes. Ante la disyuntiva inmigrantes legales sí, refugiados y sin papeles no, nadie se hace tan fuerte como Merkel al reclamar 1,2 millones de extracomunitarios para integrarlos en el aparato productivo. Del resto nadie habla porque la soluciones caben solo dentro de la lógica económica convencional: necesitamos a un buen ejército industrial de reserva, bajo la lógica de Malthus y David Ricardo, que será integrado por la vía del minijob (400 euros al mes de media).
Parece que, en la salida de la crisis, que se alarga y no acaba del todo desde 2008, las recaídas no podrán llegar tan lejos. Mientras los bancos centrales ultiman sus entornos de endurecimiento monetario, las sociedades vuelven lentamente al altar de la cultura. Petrarca ya no será defendido por Boccaccio; es decir, nadie pretenderá dictar nomas para todos como lo hicieron a lo largo de medio siglo, la Escuela cuantitativista de Chicago y los descendientes de Lord Maynard Keynes, que impartió clase en Cambridge. Ya no valdrá para nunca más la pelea de las políticas de la oferta, jalonadas de reformas estructurales que perjudican a las clases asalariadas, frente a las políticas de demanda que tiran de la economía con mucha presencia de lo público. No habrá suficientes fondos para lo segundo si no se crea riqueza por lo menos de forma proporcional al gasto.
Ahora, el crimen nuestro de cada día, como tituló Umberto Eco en uno de sus artículos de La Repubblica no se detuvo en 2008 (año de su publicación; incluido en De la estupidez a la locura, Lumen), flirtea con la criminalidad política de larga tradición florentina y ni siquiera forma parte en el simple asesinato ritual que suponen los miles de muertos en el Mediterráneo, desde que la UE no cumple con sus propios tratados. Ya tenemos claro que los migrantes del excedente, más allá de lo que está dispuesta a asimilar Merkel, van directos al matadero. Lo que no podemos calcular todavía es la aniquilación del ejército de reserva (inventado por los clásicos, coreado por Marx y Torrens), aquel resumen de miles de lumpen proletarios de entonces que los hombres de Estado británicos sepultaron bajo las teorías de Ricardo, merced a los negocios que el tipo de cambio de la libra esterlina reportaba para UK en el comercio internacional del trigo.
La Gran Bretaña del Brexit, encerrada en las torres de Westminster, quiere ser un pistoletazo de salida para volver a la ley de los costes comparativos que enalteció a los tories de su tiempo. Tratar de volver allí, sin las importaciones de choque procedentes de las colonias (hace mucho que no hay colonias), es una locura todavía no calculada por Boris Johnson, la última gran reliquia del hard Brexit. Cuando muera de forma inminente el Brexit is Brexit de Theresa May, no habrá esperanzas en el Partido Laborista británico. Solo una mirada de horror misántropo a los que nunca alcanzarán nuestras playas soleadas; solo les queda yacer en el lecho marino, de aguas internacionales.