Cuando tanto y con tanto desconocimiento se habla y se escribe, en especial desde las filas del independentismo catalán, acerca de la tan traída y llevada vía eslovena, tal vez tenga algún interés plantear algunas preguntas sobre ella. Algunas preguntas que, al menos según mi leal saber y entender, son de una absoluta pertinencia, aunque me temo que a otras personas les puedan parecer impertinentes, o cuanto menos inconvenientes o inoportunas.
No se trata simplemente de preguntar cuántos ciudadanos de Cataluña están realmente dispuestos a morir por la independencia de su país, que también es el mío. Yo ya les avanzo que no estoy dispuesto a semejante insensatez. Pero es que tampoco se trata de preguntar cuántos ciudadanos de Cataluña están dispuestos a matar por la independencia de su país, algo sin duda mucho más grave y trascendente. Evidentemente, quiero que quede claro que yo no estoy dispuesto a morir, y mucho menos aún a matar, por la independencia de mi país, y tampoco lo estoy para impedir o evitar esta independencia. Todavía soy de los que piensan que ningún objetivo político, ninguna ideología, ninguna opinión o creencia, pueden ser aducidas como justificación para ninguna clase de violencia. A pesar de todos los pesares, sigo siendo de los que piensan que el fin jamás justifica los medios. Y mucho menos cuando estos medios implican muertes violentas, sean estas cuales sean.
Mucho más allá de estas reflexiones, planteadas aquí a modo de preguntas, me parece particularmente pertinente plantear también otros interrogantes sobre la vía eslovena, en este caso de índole histórica, política e incluso geoestratégica. Porque, vamos a ver, ¿en qué se asemeja la Cataluña de este 2018 con la Eslovenia de 1990 y 1991, cuando se independizó de la República Federal Socialista de Yugoslavia --coincidiendo, por cierto, con el desplome sin ningún control de la Unión Soviética y de todo su gran imperio--? De entrada, aquella Yugoslavia de 1990 y 1991 era heredera del Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos fundado solo en 1918 a causa del colapso de la monarquía austro-húngara, de la que aquellos territorios habían dependido hasta entonces, y en 1929 pasó a ser el Reino de Yugoslavia, que como consecuencia del resultado final de la II Guerra Mundial dio origen, en 1945, a la ya antes mencionada República Federal Socialista de Yugoslavia bajo el mando hasta su muerte, en 1980, del mariscal Josip Broz Tito. ¿Tiene acaso esto alguna similitud con la Cataluña actual?
¿En qué se asemeja la historia de Cataluña, y más en concreto su pertenencia a España desde hace más de seis siglos con todo tipo de regímenes políticos, democráticos y dictatoriales, republicanos y monárquicos, y entre estos últimos tanto absolutistas como parlamentarios, con la historia de Eslovenia y su ni tan solo centenaria pertenencia a Yugoslavia, permanentemente sometida a un régimen poco o nada democrático, como fueron tanto su sumisión al Imperio Austro-Húngaro como sus dos reinos fundacionales y también la posterior dictadura comunista de Tito?
¿En qué se parece la España actual, un Estado social y democrático de derecho desde hace ya cuarenta años y que desde el 1 de enero de 1986 es socio de pleno derecho de la Unión Europea, con aquella Yugoslavia que, en especial tras la muerte de Tito en 1980, vivió una década de profundas y constantes convulsiones internas provocadas por las pulsiones nacionalistas de serbios, croatas, eslovenos, bosnios, kosovares y macedonios, entre otros?
A diferencia de Eslovenia, que en sus ambiciones secesionistas de Yugoslavia contó con la colaboración diplomática, financiera e incluso el apoyo militar de Alemania y Austria, ansiosas ambas de contar con un nuevo socio y sobre todo con un nuevo mercado, así como con el apoyo incontestable y entusiasta del Vaticano, por aquel entonces con el Papa Juan Pablo II al frente, ¿qué Estados estarían dispuestos a prestar ahora su colaboración diplomática, financiera y no hablemos ya de un posible apoyo militar a Cataluña para que se independizase de España, que no solo es socio activo de pleno derecho de la Unión Europea sino que, además, desde el 30 de mayo de 1982, también es socio activo y de pleno derecho de una organización político-militar tan importante como sin duda es la Organización del Tratado del Atlántico Norte, esto es la OTAN?
Por si no bastasen estas diferencias, me apetece plantear todavía unas pocas preguntas más que considero asimismo pertinentes. ¿Alguien sabe el resultado de la votación con la que el Parlamento de Eslovenia aprobó su declaración unilateral de independencia? 189 votos a favor, 7 en contra y 11 abstenciones. ¿Se parece en algo la contundencia de esta votación con el resultado que tuvo en el Parlamento de Cataluña, con 70 de 135 votos a favor de la declaración unilateral de independencia, con nada más y nada menos que 53 diputados voluntariamente ausentes, 10 en blanco y los restantes 2 en contra?
Todavía más, ¿qué participación ciudadana tuvo el referéndum unilateral de independencia de Eslovenia, celebrado el 20 de diciembre de 1990? 93,2%. ¿Y cuál fue el porcentaje de votos a favor de la independencia? Algo más del 95%, con poco más del 4% en contra. ¿En qué se asemejan estos porcentajes de participación y a favor y en contra de la independencia con los que una y otra vez nos ofrecen las elecciones celebradas en Cataluña, en donde el secesionismo en ninguna ocasión ha alcanzado ni tan siquiera la mayoría absoluta raspada, quedando como mucho con el 47% o 48% de votos favorables, superados siempre por los no partidarios de la secesión?
Entrando ya de lleno en el terreno propio del conflicto armado en el que acabó derivando de forma dramática la vía eslovena, ¿me sabría alguien decir de qué fuerzas armadas dispone la Generalitat de Cataluña para hacer frente a una más que previsible, aunque en modo alguno deseable, respuesta militar por parte de España si se llegara a llevar a la práctica la independencia unilateral de Cataluña? Porque resulta que en la República Federal Socialista de Yugoslavia cada Estado miembro, y por tanto también Eslovenia, disponía de su propia milicia de Defensa Territorial, algo así como una Guardia Nacional fuertemente armada, equipada y muy bien entrenada, reconvertida en la Estructura Nacional de Protección Nacional, que con más de 21.000 miembros, en un país con poco más de 2 millones de habitantes y un territorio muy reducido, se enfrentó con éxito, en solo diez días de guerra, al Ejército de Yugoslavia y, después de maniobras todavía no esclarecidas que incluyeron un acuerdo bajo mano con Serbia para que pudiera enfrentarse con mayor potencia a Croacia y otro extraño acuerdo secreto con Croacia que prestó armamento a Eslovenia, sin saber que con ello Croacia se desarmaba contra Serbia, logró el ansiado triunfo bélico. Con un balance trágico, que tal vez pueda parecer escaso para algunos pero que no por ello resulta menos lamentable: 44 muertos y 146 heridos entre los miembros del Ejército Yugoslavo, 18 víctimas mortales y 182 heridos entre la Guardia Nacional y los civiles eslovenos, además de una docena de ciudadanos de otros países muertos en aquellos diez días de guerra, fundamentalmente periodistas extranjeros y algunos transportistas búlgaros. En total, 74 muertos, 328 heridos y miles de civiles desplazados.
¿Alguien piensa quizás que los 17.000 actuales agentes de los Mossos d’Esquadra podrían llegar a desarrollar una labor específicamente militar como la que la Guardia Nacional Eslovena llevó a cabo entonces?
Por último, habida cuenta que la República de Eslovenia ya independiente retiró la nacionalidad a más del 1% de los antiguos residentes en aquel territorio --unos 2.500, aproximadamente--, ¿alguien me sabría explicar quiénes serían o seríamos los que, siendo actualmente ciudadanos de Cataluña, dejarían o dejaríamos de serlo si la independencia unilateral de Cataluña se llevase a término a través de la vía eslovena?
No me parece en modo alguno impertinente formular esta pregunta, como me ocurre con todas las anteriores. Lo juzgo absolutamente pertinente, oportuno y conveniente. Como mínimo, para que no nos pille desprevenidos. Y me gustaría mucho que alguien con mando en plaza tuviese el valor, y sobre todo el honor, de contestarme.