En apariencia inexistente, en realidad asimilada por la pura y simple derecha, con la cada vez más evidente irrupción de Vox en el mapa político de nuestro país también en España vamos a tener que contar con la extrema derecha extrema. Es esta una formulación política que algunos politólogos utilizan para no tener que hablar de fascismo, o al menos aquí de franquismo, puesto que esta fue la forma que en España adquirieron el fascismo y el nazismo, claro está que con sus propias características: el nacional-catolicismo, el militarismo y un conservadurismo extremo tanto en lo económico como en lo social, apenas disimulado con el uso y abuso de la demagogia falangista.

Según casi todas las encuestas conocidas, Vox puede pasar a obtener por vez primera representación parlamentaria no ya solo en las próximas elecciones legislativas, que pueden o no celebrarse antes de 2020, sino incluso bastante antes, en los comicios europeos del mes de mayo de 2019. Curiosamente, PP y Cs parecen competir entre sí a la hora dar mayor visibilidad y presencia pública a Vox, además de seguir empecinados en una disputa incesante por el radicalismo opositor frente al Gobierno socialista presidido por Pedro Sánchez.  Tanto los de Pablo Casado como los de Albert Rivera siguen desconcertados desde la inesperada victoria de la moción de censura constructiva que Sánchez presentó contra Mariano Rajoy. A falta de programas políticos alternativos y de discursos ideológicos sólidos, PP y Cs han optado por recurrir a una fórmula que está en el ADN del más rancio conservadurismo español: la demagogia patriotera, el nacional-populismo.

La opción compartida por todas las derechas españolas actuales --PP, Cs y Vox-- tiene una única virtud, al menos aparentemente: está de moda en el mundo. No solo Donald Trump o Vladimir Putin, también muchos otros dirigentes ya en el poder en Europa --Viktor Orbán en Hungría, Mateusz Morawiecki en Polonia o Recep Tayyip Erdogan en Turquía, por no hablar, claro está, de Luigi di Maio y Matteo Salvini en Italia-- y en el mundo --ahí está el rotundo triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, sin olvidarnos, por ejemplo, de la continuidad de un tipo como Rodrigo Duterte en Filipinas--, así como el cada día más importante apoyo en las urnas que el nacional-populismo de la extrema derecha extrema recibe en otros países europeos, como hemos podido comprobar en Suiza, Austria, Dinamarca, Francia, Holanda, Bélgica y Suecia.

Lo que sucede ahora recuerda demasiado a lo que ocurrió hace ya cerca de un siglo, con el ascenso del nazismo y el fascismo como respuesta extrema a los devastadores efectos sociales de una gran crisis financiera y económica, pero también como respuesta al triunfo del comunismo en Rusia y la creación de la Unión Soviética. Además de los efectos demoledores de la gran crisis financiera y económica que todavía no hemos superado, ahora los supuestos enemigos son la globalización y los inmigrantes, con el añadido del terrorismo de raíz islamista. Y la respuesta es, en España como en otros países europeos y también en el resto del mundo, la extrema derecha extrema encarnada en el nacional-populismo, racista, islamófobo, xenófobo y antieuropeísta.

Me ha llegado al alma la voz siempre lúcida de Rossana Rossanda, que tras vivir en París estos últimos doce años ha decidido regresar a su Italia natal porque, ha dicho a sus 94 años de edad, “me acuerdo bien del fascismo, por eso me da miedo”. “La muchacha del siglo”, como quiso titular su autobiografía esta veterana y prestigiosa periodista, escritora y partisana, está dispuesta a plantarle cara a esta nueva amenaza que tanto nos recuerda a la amenaza contra la democracia.