Esta es la continuación de la segunda parte del artículo del miércoles con motivo del 78º aniversario del fusilamiento de Lluis Companys, el president mártir que hizo como José Antonio Primo Rivera descalzándose y con los pies desnudos en la fría madrugada de muerte gritar, sin miedo a un resfriado, ¡Arriba España! El president gritó Visca Catalunya! Así como los falangistas lo bautizaron como el Ausente. Companys fue el president mártir.
Los historiadores coinciden en que Franco convirtió a un político con luces y sombras en un héroe para la causa nacionalista, en un mártir, gracias a una honorable muerte a la que se enfrentó con sangre fría ante el pelotón de fusilamiento.
Companys fue juzgado y condenado no por un tribunal militar venido de Burgos, capital de la España nacional, sino en un juicio sumarísimo con un juez instructor catalán (Ramón de Puigramón), un fiscal catalán (Enric de Querol), un defensor también catalán (Ramón de Colubí), unos testigos declarantes en contra (como Carles Trias, tío de Xavier, el exalcalde de Barcelona, o el padre del pintor Antoni Tàpies)…
El president mártir tenía muchos enemigos: desde el 18 de julio de 1936 hasta el 26 de enero del 39, con la ocupación de Barcelona, más de ocho mil catalanes fueron asesinados por el delito de ser sacerdotes, monjas, fieles de misa diaria, militares, empresarios, notarios o jóvenes militantes de derecha o de la Lliga Regionalista. Aplicaron el mismo palo que con los maestros porque los militantes de los partidos y sindicatos ya habían cogido el camino del exilio.
La vergüenza nacional empezó en el 36 y se extendió a los años del hambre y del estraperlo, porque tras la victoria franquista Estalló la paz como tituló el escritor en el tercer libro de su serie de novelas de la guerra, Josep María Gironella, en sus best-sellers de los años 40, ambientados en su Girona natal.
Durante los tres años de la guerra treinta y cinco mil catalanes, entre ellos Josep Pla, tuvieron que huir a Francia. Unos por los Pirineos campo a través alejado de las carreteras, caminos y pistas forestales en donde los Comités Antifascistas patrullaban todas las noches y los días –-como en la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina-- buscando cazar conejos fascistas.
Los que no fueron a pie como, por ejemplo, los industriales de Granollers Torras Villà, Estabanell y Pahisa, escritores como Josep María de Segarra, y otros miles de la Lliga Regionalista pagaron al president mártir para que embarcaran en el puerto de Barcelona con destino Marsella y Genova a la Roma fascista. Uno de ellos fue el bisabuelo Pere Rahola. Su biznieta Pilar lo admira…