Vuelve a cundir la cíclica sensación de que en Barcelona no hay nadie al mando (ni lo ha habido desde los tiempos de Maragall: el ínclito doctor Trías, pese a ser convergente y de derechas, valga la redundancia, no se distinguió precisamente por su contundencia a la hora de preservar el orden público). La última gota que ha hecho rebosar el vaso de la paciencia ciudadana ha sido el conato de linchamiento de un turista norteamericano con nombre español a cargo de unos manteros en la Plaza de Cataluña, pero, de hecho, solo ha sido un elemento más que añadir a la sensación generalizada de que la ciudad se degrada y el equipo municipal, escudado en su buenismo seudo progresista, no hace gran cosa al respecto.
Antes de que el mantero de marras -no detenido a la hora de escribir estas líneas- la emprendiera a golpes de cinturón con el turista norteamericano de nombre español, los barceloneses ya acumulaban una larga lista de agravios: el despiporre anual de la Barceloneta (corregido y aumentado), la conversión de la Gran Vía en el camping La Ballena Alegre por el sector más zafio del noble gremio del taxi (más los coches de Uber y Cabify destrozados por ciertos taxistas: ¿nadie ha reparado en que uno de esos coches mostraba un impacto de bala?), la proliferación de narco pisos que se desmantelan y reemprenden su actividad en cuestión de horas, la presencia agobiante de bicicletas, patinetes (eléctricos o a tracción humana), segways y demás trastos dedicados al atropello de ancianas por las aceras de la ciudad….Tampoco se han visto grandes operaciones policiales para desarticular a las mafias que controlan a los pobres infelices del top manta ni a los camellos de medio pelo que se enseñorean de los zulos del Raval…No se ha visto nada.
Ada Colau ha desaparecido -ya sé que es más agradable hacerse fotos con las señoras Hidalgo y Ocasio-Cortez- y sus secuaces no se muestran muy locuaces (perdón por el ripio). Igual mejor, pues son capaces de mostrar su apoyo al colectivo de manteros y expulsar ignominiosamente de Barcelona al turista norteamericano de nombre español con toda su parentela (innecesario: el hombre ya ha dicho que no piensa volver a poner los pies en nuestra bonita ciudad.
Pese a todo lo dicho hasta ahora, la Barcelona actual es una balsa de aceite en comparación con el vertedero humano en que se había convertido Nueva York en los años 70 y 80 (quien quiera asomarse a él de forma segura, no tiene más que ver la serie de HBO The Deuce, o revisar el clásico de Scorsese y Schrader Taxi driver). Si el alcalde Rudy Giuliani consiguió convertir el centro de Manhattan -ocupado por putas, macarras, drogadictos, cines porno, ladrones y chusma de todo pelaje-, en una zona segura para locales y turistas, a Ada Colau debería resultarle mucho más sencillo poner orden en Barcelona.
De acuerdo, Giuliani era un señor de derechas y de medios expeditivos que ahora es fan de Donald Trump, y Nueva York se ha convertido en una ciudad para millonarios que no admite pelagatos por mucho talento que aporten a la comunidad. Pero también Barcelona se está convirtiendo en una ciudad para ricos, y sin molestarse tan siquiera en pasar la fregona metafórica por sus calles. Lo que acabará alejando a ricos, a turistas y a turistas ricos y dejándonos con la turba de AirBnb deambulando en bolas por la Barceloneta en dirección a la playa (con un alto en la licorería de turno).
La izquierda suele cometer el error de creer que el orden público es cosa de la derecha. Es muy loable no querer ejercer de estado policial, pero permitir la degradación de la convivencia en nombre del progresismo, la tolerancia y la fraternidad universal solo consigue dar armas a la derecha, que, cuando por fin alcanza el poder, se lanza a prohibirlo todo y a repartir estopa a diestra y siniestra, sin distinguir entre la chusma y el ciudadano que respeta la ley y paga sus impuestos. Así llegó Giuliani a alcalde de Nueva York, por cierto, un detalle que nuestra querida Ada debería tener presente por la cuenta que le trae.