Ha sido un fin de semana de congresos de los partidos de la derecha catalana y española. En Cataluña, los herederos de Pujol han decidido cerrar la persiana e integrarse en el movimiento nacional preconizado por Puigdemont bajo el nombre de Crida Nacional per la República. El debate no ha sido ideológico, sino simplemente táctico y de poder. Aunque aparentemente Puigdemont sale reforzado, al conseguir su objetivo de subordinar el PDeCAT a la Crida y la renuncia de Marta Pascal, la realidad es que ha estado lejos de conseguir la unanimidad y la verdadera batalla del expresident se juega contra ERC. Ya se sabe que cualquier movimiento nacional que se precie debe eliminar las diferencias entre izquierda y derecha y tener un caudillo único. No es una mera cuestión de unidad de acción o de confluencia electoral. Puigdemont quiere acabar con ERC como lo ha hecho con el PDeCAT. Pero, de momento, las encuestas siguen dando a ERC una mejor intención de voto en los dos últimas sondeos publicados, CEO y El Periódico, con resultados muy parecidos, ERC, entre 35 y 37 diputados y JxCat,entre 26 y 29. Si a ello le unimos la enemistad personal entre los líderes de ambas formaciones, todo augura que el deseo de hacer un partido nacional-populista claramente hegemónico, algo que consiguió Jordi Pujol, que alcanzó 72 diputados en solitario, no va a ser tarea sencilla para Puigdemont.

La guerra ERC–Puigdemont no es una buena noticia para Sánchez y su política de apaciguamiento. El Govern le va a dar pocos motivos para defenderla. Y además se va a encontrar con un PP que va a elevar el tono de su discurso contrario al secesionismo para recuperar terreno frente a Ciudadanos.

Casado por su parte ha conseguido ganar el congreso popular, algo nada evidente cuando se convocaron las primarias, por una suma de circunstancias. La principal es la aversión a Saénz de Santamaría de buena parte de la militancia popular, tanto por gobernar de espaldas al partido, como por culparla de la política fiscal de Montoro y de la debilidad frente al secesionismo, especialmente en la aplicación del 155. Además, ha recuperado alguna seña de identidad de los partidos conservadores como una defensa del llamado derecho a la vida, afirmando su oposición a la eutanasia y restringiendo la ley del aborto. Sorprende que no haya tocado el tema de la inmigración, fuente importante de votos como estamos viendo en los países de nuestro entorno.

La ausencia de la inmigración en el debate político se debe, esencialmente, a que para el secesionismo catalán, sin complejos para declararse nacionalista, la identidad se afirma frente a españoles en general, incluidos los catalanes no secesionistas. En Cataluña los de casa ya se sienten defendidos frente a los catalanes no secesionistas. En cambio el nacionalismo español, apenas rehaciéndose del estigma franquista, no acaba de reivindicarse y se conforma, de momento, con afirmarse implícitamente contraponiéndose a los nacionalismos periféricos. Pero el giro a la derecha del PP hará, presumiblemente, que VOX ponga mayor énfasis que hasta ahora en esta cuestión a la búsqueda de un espacio electoral.

Como afectan estos cambios a Ciudadanos? En Cataluña, el mantenimiento de la tensión le beneficia. El PP no va a poder recuperar el terreno perdido porqué carece de un liderazgo potente y carismático, lo que sí tiene Cs con Inés Arrimadas. En cambio, a nivel nacional, Rivera no lo tiene fácil. Si la moción de censura y la presidencia de Pedro Sánchez ya le han dejado descolocado, y dificultan su apuesta liberal-progresista, el pase del PP a la oposición y su nuevo líder plantean una batalla sin cuartel por la hegemonia del centro-derecha. Rivera deberá reforzar sus propuestas programáticas y vivificar su partido. No basta con vivir del desgaste del PP. Casado, con su giro conservador, le deja un espacio, pero para ocuparlo no basta con el patriotismo ciudadano, hay que reforzar el perfil ideológico liberal/progresista y transmitir capacidad, equipo y propuestas de gobierno. Este es su reto.