Muy lejos queda ya cuando Gabriel Rufián anunció a finales de 2015 que en 18 meses él y todos los diputados de ERC abandonarían su escaño en el Congreso para regresar a la naciente República catalana. En septiembre pasado, Joan Tardà matizó que después del referéndum muy probablemente se estarían todavía unos meses más en Madrid porque se abriría un periodo de negociación, pero que en cualquier caso harían lo que les dijese el Govern. Pues bien, aunque siguen afirmando que el 1-O se autodeterminaron, ahí están en sus escaños, ahora ya sin fecha de partida.
En descargo de Tardà hay que decir que en 2004 anticipó que lo de irse no estaba nada claro, que él pensaba seguir en el Congreso, cobrando su buen sueldo como portavoz, hasta que se independizaran todos los países catalanes, pues quién iba a defender si no a los valencianos y baleares en España. ¡Menudo argumento!
Pero a diferencia del execrable Rufián, siempre es bueno prestar atención a Tardà, que es un torbellino de pasión desaforada pero personalmente parece más honesto. Ayer mismo, tras escuchar el plan de Gobierno de Pedro Sánchez para lo que queda de legislatura, afirmó que si la política española sigue rechazando la celebración de un referéndum, se verán condenados a “volver a desobedecer”.
Para Tardà, lo ocurrido en septiembre y octubre pasado en Cataluña es culpa del PP y PSOE por negarse a pactar el ejercicio de la autodeterminación. Ninguna reflexión autocrítica sobre la ilegitimidad democrática de su tentativa. A lo sumo en ocasiones ha reconocido que no todo lo hicieron bien, que les falta ensanchar la base (en lugar de aceptar que no tienen mayoría social), pero ya avisa de que volverán a intentarlo.
Por ahora no hay fecha ni estrategia para la desobediencia, pero no olvidemos que incluso los sectores más contenidos del independentismo, que ahora mismo son los de ERC, insisten en esa idea. Hace un mes, el vicepresidente del Govern y conseller de Economía, Pere Aragonés, afirmó que si el Gobierno Sánchez no afrontaba la cuestión de la soberanía "el problema continuará, habrá una discrepancia de fondo y dentro de un tiempo volverán a haber situaciones que nadie desea". Podemos hacer ver que no nos enteramos, pero no van a cejar en la amenaza.
Esto es lo que hay y creer que ERC o, ya no digamos, el nuevo partido peronista de Carles Puigdemont, tras devorar en breve al PDeCAT, va a conformarse con un nuevo Estatuto de Autonomía es engañarse, aunque se pueda utilizar coyunturalmente como argumento para atraer a los sectores más tibios o desencantados del soberanismo. El Gobierno Sánchez hace bien en mostrarse dialogante con el Govern, es su obligación y una forma de cargarse de razones por si hay que volver al 155, pero también debe esforzarse por sacar la crisis catalana de la confrontación entre los partidos constitucionalistas. El espectáculo de descalificaciones entre PSOE, Cs y PP es lamentable. Es un juego en el que al final todos pierden y solo ganan los separatistas. Porque mientras estos se ven a sí mismos condenados a desobedecer, los otros, en lugar de armar una estrategia de Estado de largo recorrido, se condenan a pelearse constantemente.