Ahora que tenemos a Pedro Sánchez rondando por Europa para ver si se les puede echar una manita a Merkel y Macron para que la UE no se vaya al carajo --inciso: señor Orbán, me cisco en sus muertos; y también en los suyos, señor Salvini--, todos nuestros canales de televisión destacan el hecho, realmente impactante y novedoso en la política española, de que el señor presidente del gobierno habla idiomas. “De esta manera”, oí decir, como si acabara de experimentar una epifanía, al corresponsal de TV3 en Bruselas, “el presidente español puede hablar directamente con los líderes europeos sin necesidad de intérprete”.
Que hablar inglés sea una novedad para el presidente de la nación, y no lo mínimo que cabría esperar de él, resulta un tanto deprimente, pero España y los españoles somos así, señora. Mariano Rajoy no hablaba nada que no fuese su susurrante castellano --por no hablar, no hablaba ni gallego--, pero lo compensaba con los entrañables salivazos que se le escapaban de las comisuras. Rodríguez Zapatero tampoco se enteraba de nada en las reuniones internacionales, ¡con lo bien que nos habría venido que hablara directamente con Obama, que era un tipo simpático y cercano! Aznar aprendió un inglés aproximativo para que le dejaran poner los pies en las mesas del rancho de George W. Bush. Felipe González hablaba algo de francés. Y Franco no hablaba nada de nada, aunque también es verdad que nadie en la escena internacional se tomaba la molestia de dirigirle la palabra.
Los catalanes hemos tenido más suerte en ese aspecto, aunque el don de lenguas solo haya servido para esparcir insultos contra España en foros internacionales. Chis Torra habla un inglés cochambroso, pero lo suficientemente inteligible para montar tanganas en Washington y que lo echen a patadas como a un cani de la Zona Hermética. Puchi chapurrea inglés y francés, idiomas que Mas hablaba muy bien. Y Pujol hablaba hasta alemán. Lástima que a ninguno de ellos se le ocurriera tomarse en serio la enseñanza del inglés en la escuela catalana, pues con el asco que le tienen al español, podrían por lo menos haber elegido el idioma más hablado en occidente: así nos habríamos librado de esas generaciones de patrióticos maulets que no hablan español porque no les da la gana y no hablan inglés porque hay que estudiarlo y eso les quita el tiempo que necesitan para colgar lazos amarillos y clavar cruces en las playas.
Bienvenido sea el don de lenguas de Sánchez, aunque el español (y el catalán) medio siga pensando que el monolingüismo mola mazo. Ir por la vida sin intérprete no debería ser una novedad en la política española, sino lo más natural del mundo. Aunque sea para hablar con un cenutrio como Donald Trump. Nos guste o no, el inglés es la lingua franca de Occidente. Y aunque te caigan mal los americanos, más te vale conocer el idioma del imperio: siempre te puede servir para mentarles la madre el día que te despiertes especialmente de izquierdas.