El lince ibérico es nuestro tigre de Bengala, solo que fijado en una versión parda y funcionarial, y tal vez por ese pudor no encuentra a un Borges que le amueble un poema, ni un National Geographic que le dedique una portada.
Para agravar las cosas, el lince es el costalero del lobo. O sea, un animal menos mediático que este y por eso no le interesa a Jordi Évole. De hecho, solo irrumpe en las noticias cuando lo aplastan los faros de las carreteras andaluzas, que el lince atraviesa verde y nocturno. Porque la mayor parte de nuestros linces son andaluces. De ahí los dos minaretes en las pupilas almohades y esa barba diminuta de califa loco deshilachándosele entre el cuello y los bigotes finísimos. Esta belleza indómita lo convierte en el felino más amenazado del mundo, en una "aciaga joya", como diría Borges del tigre, para los furtivos, que rematan el trabajo de las carreteras.
Que todavía abundan quienes se creen con derecho a disponer a su antojo de los animales (la boina, en España, es genética) es algo tristemente sabido. Y la explicación de esto se encuentra, en última instancia, en el Génesis. Desde su triángulo equilátero y voyerista, Yahvé alentaba a Adán y Eva a una yihad contra el planeta. Me estoy refiriendo a la orden de "creced, multiplicaos y dominad la tierra". Lo cual se traduce en esquilmar minuciosamente los recursos naturales, en la sobrepoblación, en la epilepsia consumista, en alimentar a las ballenas con plásticos y en erigir como lema universal el sálvese quien pueda. Dicho de otro modo, darle mulé a un toro de cuatro hierbas, abatir bisontes y elefantes en civilizados safaris, matar al lince o a cualquier especie por puro antojo es un mandato divino. Ítem más: dado que Dios prometió a Noé no repetir el diluvio universal, prosigamos entonces emporcando el aire con emisiones de efecto invernadero. Y que le den a la biodiversidad.
Chomsky dice que la quiebra del sistema financiero puede ser remediada metiendo la mano en los bolsillos del ciudadano, pero que nadie va a venir al rescate si se destruye el medio ambiente. Y, sin embargo, el mundo se alía con Trump, a pesar del blablablá de las críticas, antes que con Francisco de Asís, el primer ecologista que igualó al hombre no con los dioses, sino con la "muy útil y humilde y preciosa y casta" hermana agua.
Y para recordarnos esta igualdad, para decirnos que el lince existe, Litio, un ejemplar adulto, se ha echado al camino. Nacido en Huelva, lo encontraron cerca de Barcelona, después de que los biólogos de Doñana le hubieran perdido la pista. Invisible y tenaz, detrás de él iba una Santa Compaña de mujeres maltratadas por jefes y maridos, de parados, de trabajadores de quita y pon, de desahuciados, de jóvenes sin más futuro que otro lunes al sol, de dolientes que, como el lince, solo salen en un breve de las páginas de sucesos o en las escombreras de las estadísticas. Litio es el Kerouac de su especie, un vagabundo del dharma, un jipi tranquilo en su rebeldía que ha recorrido más de mil kilómetros sorteando carreteras, valles y ríos, como en la canción de Marvin Gaye y Tammi Terrell, solo para demostrar que él y los que lo seguían existen. Y nos lo dice con sus pupilas almohades y esa barba de califa sabio. ¿Tomará nota Pedro Sánchez? Del presidente se elogia que sepa caer de pie como los gatos. Ahora tiene que demostrar, además, que es astuto como el lince. Como Litio.