En una semana la política española ha cambiado de tren. Y el tren ha cambiado de dirección. ¿Hacia dónde vamos? Espere un poco amigo lector, porque todavía nadie se ha parado para ver qué dirección ha tomado el tren. Veremos. Esperemos acontecimientos. El primero es la composición del nuevo Gobierno que, dicho a vuela pluma, no tiene mala pinta. A esperar acontecimientos. Pero durante esta semana ¿qué ha pasado? ¿A qué se debe tanto cambio? Dudo que lo sepa el CNI. Seguro que están tan desorientados como nosotros, ciudadanos de a pie.
Terminamos el mes de mayo entre tormentas y aguaceros, pero con la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado (PGE). Celebración. Euforia. Felicitaciones al ministro Montoro, excepto Albert Rivera, que se roza con él y no se digna felicitarle. Nula elegancia. Ya predicaba Albert pidiendo elecciones lo antes posible. A los pocos días se conoce la sentencia de Gürtel. A continuación se registra la moción de censura. ¡Qué rapidez de Pedro Sánchez! El resto de políticos quedan en fuera de juego. Incluso bastantes de su propio partido, sobre todo los susanistas. Con esa misma rapidez marcan los días para que se celebre la moción. Discursos, comidas, copas y a votar. Rajoy no dimite. “¡Que no hay dimisión!”, afirma tajante Dolores de Cospedal. Albert vota con Rajoy y... pierden. Vota perdedor. ¡Albert, despierta! Está fuera de sí con la moción. Sin reflejos. Vota perdedor en vez de abstenerse. Y sigue de perdedor. Porque no ha reaccionado a día de hoy.
Sigue en el tren equivocado y no se ha bajado en la estación. Vio cómo se esfumaba la victoria que todas las encuestas le asignaban. Sigue sin enterarse de que tiene que cambiar de tren. Mantiene el mismo discurso de meses sin percatarse que estamos en una nueva dimensión política. Despierta, Albert. Le has regalado La Moncloa a Sánchez. Y todavía no lo has asimilado. Casi, ni te has enterado. Has pasado a ser la oposición de la oposición. De muleta del Gobierno a nada. Sin capacidad para provocar otra moción para ir a elecciones. Fracaso. Pensaste que la legislatura estaba liquidada y todos se fueron al PSOE. No hay ni fecha preestablecida para las elecciones. Cuando Sánchez quiera. Y si le sale bien el experimento... Uf. Tú de perdedor.
Gestión desastrosa. Dejas caer al Gobierno por la corrupción y luego votas con él. No se entiende. Nadie lo entiende. La abstención sí hubiera sido un factor a tu favor, Albert. Así te has ido con las manos vacías. Poniendo al enemigo en el poder. Ya te lo habrá agradecido. ¿O no?
Para complicarlo más, va Mariano y no dimite. Gobierno en funciones y convocar elecciones. Nada. Chupitos de whisky y el sillón vacío. Falta de elegancia y de responsabilidad. A casa, digo al piso, que el palacio lo ocupa otro inquilino. No dimitió. Incredulidad. Bueno pues, mire usted amigo lector, llegó el martes, llamó a la prensa como testigos y dimitió de presidente del Partido Popular. ¿Cómo? Que ha dimitido Mariano Rajoy. No me lo creo. ¿Dónde está su tancredismo? ¿Y su frialdad? No dimite de presidente del Gobierno y sí del partido. Que lo explique quien lo sepa. ¿Lo sabes, Soraya? ¿Lo sabes, Maíllo? Explicarlo. O que lo explique el CNI. Si lo sabe, que lo mismo es mucho suponer.
Unos dicen que Mariano se ha ido. Otros que a Mariano se le ha echado. Lo cierto es que no está. ¿Causas? Habrá que esperar un tiempo. Su situación era desesperada y no lo quiso ver. O no se lo advirtieron, que para eso tiene tantos asesores. No asimiló la traición del PNV. Y como no dimitió la pasada semana, pues ha dimitido ésta. Ahí le vale. Más que valentía parece una cobardía.
Pero así su dimisión no ha sido por Gürtel, por la corrupción. Siempre ha defendido que la corrupción es de personas. Ahora dimite para que el partido inicie una nueva etapa. Eso dice. ¿Lo creemos? No es creíble. Mucha navaja desenfundada dentro del partido y él no ha hecho nada por arreglarlo. Se aparta. O eso dice. Con algún recadito a su antecesor, Aznar.
Pero ¡milagro! Coincidencias de la vida. Nadie lo hubiera programado con tanta exactitud. Un libro. Presentación, el mismo día por la tarde, del libro No hay ala oeste en la Moncloa, del escritor Javier Zarzalejos y presentado por José María Aznar. ¡Toma! Cuando dimite Rajoy, cuando encierran a exministros, cuando hay sentencia sobre la corrupción de la época de Aznar... aparece Aznar y habla. Se estaba echando de menos la palabra de Aznar. Pues habló. ¡Vamos que si habló! Y se ha ofrecido a “reconstruir el centroderecha”. Ahí es nada. Con dos. Tiene doce de sus catorce ministros tocados por la corrupción. Y viene Aznar de salvador de la política. ¿No supo nada Aznar de los negocietes de sus ministros?
No se olvidó de la situación catalana, “un intento de golpe de Estado que no ha sido desmantelado” y que Rajoy no supo gestionar. En unos días tan animados Aznar quiso “satisfacer posibles inquietudes”. Vamos, que ahí está él para lo que haga falta. Como el presidente de la Societat Civil Catalana, José Rosiñol, que se pregunta “dónde está Cataluña”. Y uno se pregunta dónde está este señor, si en Cataluña o en una isla perdida del Pacífico. Tanto uno como otro, Aznar como Rosiñol, no han respirado el aire de los nuevos tiempos. El nuevo aire de la política en España. A veces, escuchando, se retrocede a la Edad Media de Castilla. Nuevos tiempos, viejos políticos. ¿Hacia dónde vamos?¿Hacia la “nada simpática” de Aznar? Que el viento nos dirija. Y acierte.