El filósofo Manuel Cruz (Barcelona, 1951) lo tiene claro. Manipulación de la opinión pública, y denuncia de los independentistas que dicen ahora que no quieren saber nada del nacionalismo, sin ser conscientes, o tal vez sí, con todas las consecuencias, de que el nacionalismo es el nutriente de todo el proceso soberanista.
Manuel Cruz, filósofo, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, se refiere a la utopía, la que algunos de sus colegas de profesión alentaban con el proceso. Entiende que no es utopía, sino “épica”, la única disponible por el independentismo en estos tiempos tan dependientes y globales. Curiosa paradoja.
--¿Se puede decir que, en el fondo, lo que ha habido es un proceso de deslealtad progresivo desde Cataluña?
--En el fondo y, volviendo a la pregunta inicial, en la forma. Llama la atención que hasta que el Jefe del Estado no denunció esta deslealtad en su intervención televisada del 3 de octubre las fuerzas políticas que debían haber formulado esa denuncia desde hacía mucho, hubieran sido tan renuentes a hacerlo.
--Y ya que lo ha planteado usted mismo hace un momento, ¿qué le sugiere que tantas personas mayores se manifiesten en las calles de las ciudades catalanas con lacitos amarillos?
--Con el debido respeto a todo el mundo, me parece expresión del déficit de cultura política de este país y de la preocupante credulidad de importantes sectores de la sociedad catalana respecto a los mensajes que no cesa de lanzar el oficialismo independentista. Hágase, si a alguien esta afirmación le parece exagerada, extraigamos las conclusiones pertinentes que se siguen de la lógica subyacente a la campaña de los lacitos amarillos: si quienes cometen delitos argumentaran que lo han hecho por razones políticas y que esta circunstancia les exime de toda responsabilidad, a quien hubiera cometido incluso las mayores atrocidades con dicha motivación nada le podría ser imputado. No estoy proponiendo ningún experimento mental imaginario. Cosas así se decían hace muy poco y bien cerca. Además de eso, qué duda cabe que, aunque ha quedado sobradamente demostrado que la independencia no es en absoluto la última utopía disponible, sí que parece ser para muchos la última épica disponible. Cuando escucho a tantos dirigentes independentistas declarar en platós de televisión o en emisoras de radio que están siendo perseguidos por sus ideas (tras exponerlas sin sufrir la menor represión) o que no pueden expresar libremente lo que piensan (después de hacerlo sin que nadie les haya silenciado) me pregunto si quienes les ven y escuchan no perciben la profunda contradicción que tales declaraciones contienen, o bien es que les trae completamente sin cuidado dicha contradicción (y cualquier otra). Las dos opciones me parecen francamente preocupantes.
--A propósito de cultura política, usted declaró en cierta ocasión algo que luego he visto que ha sido muy criticado, especialmente en las redes sociales. Dijo, y le cito textualmente, que "para ser nacionalista no hace falta haber leído un solo libro", lo que ha sido interpretado por algunos como un desprecio hacia los nacionalistas.
--Probablemente no me expliqué lo suficiente, o no lo hice bien, porque en ningún caso pretendía afirmar nada ni remotamente parecido a que los nacionalistas son incultos, lo que sería algo tan injusto como erróneo. Lo que pretendía señalar con la frase -que, por cierto, ni siquiera es mía, pero cuya autoría prefiero no explicitar aquí para no complicarle la vida a quien me la comentó: así está el patio- es que todas las posiciones políticas remiten a unos autores, que son considerados los clásicos de ese pensamiento y en los que se encuentran los fundamentos doctrinales de las perspectivas en cuestión. De tal manera que si alguien le pidiera, pongamos por caso, a un socialdemócrata, a un liberal, a un anarquista o a un comunista en qué consiste la propuesta política y social que defiende, cada uno de ellos le remitiría a los textos de Bernstein, Stuart Mill, Kropotkin, Lenin o cualesquiera de los muchos que han colocado los fundamentos de sus respectivos proyectos. Pues bien, lo que yo pretendía señalar con la frase por la que me pregunta es que, en la situación imaginaria de que alguien, ignorante por completo de la teoría política moderna, le preguntara a un nacionalista qué es el nacionalismo, no creo que aquel tuviera autor o texto clásico al que remitirle.
--¿Qué diría?
--Es altamente probable que si el nacionalista preguntado fuera catalán, le remitiera a aquello a lo que indefectiblemente suelen apelar todos ellos, el sentiment, como instancia última incuestionable. Dicho lo cual, me gustaría también añadir al respecto que no deja de ser digno de destacar el enorme interés que tienen los independentistas actuales en subrayar que lo suyo no tiene nada que ver con el nacionalismo, como si ser nacionalista se hubiera constituido últimamente para ellos en motivo de desdoro. Pero eso deberían explicarlo ellos, precisamente porque vienen de ahí, de ese lugar del que ahora quieren huir.
--Usted ha adoptado compromisos a partir de lo ocurrido en Cataluña. ¿Considera que existe una clerecía que se ha beneficiado del procés, y que es la gran responsable de que el independentismo llegara tan lejos?
--Respecto a la primera parte de la pregunta, creo que no es una cuestión de opinión, sino de hecho: son perfectamente conocidas las personas que han hecho de la apología permanente del procés su modo de vida, adopte aquel el signo que adopte y sea cual sea la decisión que en cada momento vaya tomando su dirección. Sin duda, esa clerecía tiene una gran cuota de responsabilidad en que el independentismo haya llegado tan lejos. En todo caso, no la mayor, entre otras cosas porque su función siempre fue la de intentar legitimar lo que otros iban decidiendo. La mayor responsabilidad, si acaso, correspondería más bien a quienes pusieron en marcha y condujeron todo este proceso hasta la disparatada situación actual. Por lo demás, ya sé que los independentistas se resisten a aceptar la crítica a los medios de comunicación públicos catalanes, pero no deja de ser significativo que el primer acuerdo al que llegaron Junts per Catalunya y ERC fue acerca de cómo repartirse el control de tales medios. Luego, todo fueron problemas, pero ahí hubo un acuerdo rápido y total. Debe ser que les importa sobremanera poder continuar utilizándolos como aparato de propaganda.
--¿Qué cuestiones cree que se deberían reformular en Cataluña para lograr un nuevo contrato social, que una sociedad plural como la catalana pueda compartir?
--Hay muchas cuestiones pendientes, sin duda. Entre otras razones porque, además de las cosas que se ha visto que no han funcionado correctamente en todos estos años, hay otras que, habiéndolo hecho no del todo mal, requieren una adecuación a las nuevas situaciones. En cualquier caso, los principios por los que se deberían guiar todas esas reformulaciones deberían ser, como mínimo, tres: respeto a la real pluralidad de la sociedad catalana, lealtad con las reglas del juego acordadas y claridad en las políticas que se sigan a partir de ahora. Porque si algo ha definido la situación que hemos vivido y padecido en Cataluña en estos últimos años ha sido precisamente que sus responsables políticos parecen haber adoptado como guía y criterio la negación de estos tres principios. Basta con remitirse a los hechos para constatar que lo que ha habido ha sido: exclusión de todo un sector de la ciudadanía catalana, deslealtad organizada desde el poder y manipulación sistemática de la opinión pública.