ETA, la última organización terrorista de Europa, ya es historia. Con su disolución el 4 de mayo de 2018, ha entrado en la peor parte de la historia. Una historia de 60 años de existencia, 50 de crímenes, 854 asesinatos (incluyendo el último, el gendarme Jean-Serge Nerin, abatido en Francia), 3.600 atentados (el más grave, el de Hipercor, en Barcelona, con 21 muertos) y 86 secuestros. Para desmentir su supuesta razón de ser antifranquista, solo un dato: el 95% de los asesinatos los cometió ETA tras la restauración de la democracia.
¿Por qué desaparece ETA? Sobre todo, porque ha sido derrotada por el Estado de derecho, que ha utilizado los instrumentos de la política, las fuerzas de seguridad y la judicatura para acabar con la organización terrorista. La acción política fue básica para conseguir la cooperación internacional, especialmente de Francia a partir de 1987, pero también para acabar con la política de apaciguamiento que durante algunos años se intentó mediante negociaciones de los distintos gobiernos con ETA que resultaron siempre fallidas. La ley de partidos y la ilegalización de Herri Batasuna, tan criticadas en su momento, resultaron al final decisivas para el giro de la llamada izquierda abertzale, que contribuyó a la extinción de la organización terrorista, aunque no en tanta medida como Arnaldo Otegi quiere hacernos creer.
Además del dolor por tantos crímenes, atentados y secuestros, la violencia logró la creación en Euskadi de un clima de colaboración, complicidad y disculpa que envilecieron a parte de la sociedad vasca, una perversión moral que tan bien refleja la magnífica novela Patria, de Fernando Aramburu. La comprensión hacia “esos chicos” quedaba reflejada perfectamente en las reacciones cuando se producían detenciones, por ejemplo. Al descubrirse el escondite donde estuvo secuestrado José Antonio Ortega Lara 532 días, les preguntaron en un reportaje en televisión a los vecinos de los guardianes y la respuesta fue: “Pues eran majos. ¡Vascos!”. Si en Francia se habla de la “lepenización de los espíritus” para expresar la influencia del Frente Nacional en la sociedad francesa, bien podríamos referirnos aquí a la “etarrización de los espíritus”.
¿Por qué desaparece ETA? Sobre todo, porque ha sido derrotada por el Estado de derecho, que ha utilizado los instrumentos de la política, las fuerzas de seguridad y la judicatura para acabar con la organización terrorista
Para su disolución, ETA ha preparado una escenificación ridícula y patética a la que se han prestado los llamados “artesanos de la paz” o mediadores internacionales, cuya única mediación ha consistido en tratar con los etarras la manera en que se representaba la ceremonia final porque ni España ni Francia han aceptado, naturalmente, intermediación alguna. Como ya ocurrió en octubre de 2011 con la Conferencia de Aiete, cuando ETA anunció el final de las “acciones armadas”, ahora el cierre definitivo se ha escenificado en la localidad vascofrancesa de Cambo-les-Bains, con la asistencia de representantes de algunos partidos, pero no de los gobiernos vasco o navarro.
La ceremonia forma parte del intento de ETA de imponer su relato --como se dice ahora--, que persigue sobre todo no reconocer la derrota y vender la disolución como una contribución a la paz y a la libertad de Euskadi. En esta línea, entre apelaciones constantes al “pueblo” y fijando como su nuevo objetivo el “derecho a decidir”, ETA anuncia en su último comunicado que sus militantes seguirán luchando por “una Euskal Herria reunificada, independiente, socialista, euskaldún” y ahora añade para estar à la page “no patriarcal”, y reivindica que lo harán “con la responsabilidad y honestidad de siempre”, sin ningún gramo de autocrítica.
Con este relato que no admite la derrota han coincidido, paradójicamente, los sectores más duros del PP, encabezados por el exministro del Interior Jaime Mayor Oreja, que llegaron a decir que ETA había ganado cuando anunció al abandono de las armas sin contrapartida alguna. Denunciaban que ETA estaba ahora en las instituciones cuando era precisamente eso lo que los partidos llevaban años reclamando: que dejaran la violencia e hicieran política.
El Gobierno de Mariano Rajoy tampoco ha sabido adaptar su discurso a los cambios. Desde el alto el fuego definitivo de noviembre de 2011, la frase más repetida ha sido: “El único comunicado que esperamos de ETA es que anuncie su disolución y la entrega de las armas”. Pero cuando ha hecho ambas cosas, la reacción no ha estado a la altura. En lugar de apuntarse la victoria, el ministro del Interior. Juan Ignacio Zoido, ha declarado con torpeza que “ellos jamás van a disolverse, sino que ya habían sido disueltos por las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado”. ¿Pero entonces por qué se exigía que se disolvieran?
La democracia española ha derrotado a ETA. Esta es la única verdad, como ha dicho el presidente del Gobierno, pero eso no es incompatible con medidas como el acercamiento de presos al País Vasco
Zoido anunció que no habrá impunidad --y no debe haberla-- y que los terroristas “serán perseguidos allá donde se encuentren” al tiempo que les instaba a colaborar para esclarecer los atentados --más de 300-- sin resolver. Esta es la nueva exigencia, como antes fue la de que pidieran perdón, cosa que solo han hecho parcialmente, a las víctimas “que no tenían una participación directa en el conflicto”. Con ser esta fórmula de un cinismo insuperable, la exigencia del perdón es una cuestión moral que no resuelve nada. Es mucho más importante no olvidar lo ocurrido e impedir que triunfe el falso relato que quieren imponer ETA y su entorno.
Esa es la batalla decisiva que comienza ahora y que debe prevalecer por encima de la firmeza con que Rajoy defiende que la política antiterrorista no puede variar, como si nada hubiera ocurrido. La democracia española ha derrotado a ETA. Esta es la única verdad, como ha dicho el presidente del Gobierno, pero eso no es incompatible con medidas como el acercamiento de presos al País Vasco, como ya ha empezado a hacer Francia, y como hizo, sin ir más lejos, el Gobierno de José María Aznar en momentos más dramáticos que los presentes.
Porque lo que no puede ser es que desde el cese de la violencia en 2011 haya habido más condenas por enaltecimiento del terrorismo que cuando ETA mataba. Entre 2011 y 2018, ha habido 121 sentencias por apología del terrorismo (83 condenatorias), casi cuatro veces más que entre 2004 y 2011, periodo en el que se produjeron 33 sentencias. La reforma regresiva del Código Penal impulsada por el PP en 2015 tiene la culpa.