¿Existe un paralelismo entre la represión franquista y lo que está sucediendo hoy en Cataluña? ¿Pueden los partidos políticos partidarios de la independencia apropiarse de los ideales y valores de la República?
Con motivo del 14 de abril, se celebró en el Parlament de Cataluña un homenaje a los republicanos que sufrieron la represión franquista. Un acto que debería haber integrado a las distintas asociaciones que reúnen a las víctimas de la represión franquista acabó, sin embargo, convertido en una jornada de reivindicación de las demandas soberanistas por parte de los partidos políticos partidarios de la independencia.
No es la primera vez que esto sucede. Cada año el Parlament organiza este acto pero cuenta solamente con una de las muchas plataformas que reúnen a las víctimas: la Associació pro Memòria als Immolats per la Llibertat a Catalunya, cercana a ERC. Las demás, entre ellas la Associació Catalana d'Expresos Polítics del Franquisme, que hasta hace poco presidía el sindicalista y militante histórico del PSUC, Enric Pubill, no son consideradas.
En el acto de este año, el presidente del Parlament, Roger Torrent, utilizó su intervención institucional en el acto para vincular “los ideales y valores republicanos” con el proyecto político de los partidarios de la independencia y, por contraste, “los valores franquistas e ideales fascistas” con aquellos que se oponen. Su línea argumental avanzó bajo la premisa que fue la sociedad catalana en su conjunto la que estuvo en el bando de la lucha republicana obviando el hecho que los represores y las víctimas estuvieron repartidos en todos los territorios de España. Entre los catalanes había franquistas y republicanos, todos sabemos que no fue necesario ir a Burgos a buscar a los alcaldes catalanes de la Cataluña franquista.
Torrent utilizó su intervención institucional en el acto por los represaliados por el franquismo para vincular “los ideales y valores republicanos” con el proyecto político de los partidarios de la independencia
Torrent llegó incluso a justificar en nombre de las víctimas de la represión un hecho tan contingente y alejado de la temática del acto como la querella que la Mesa del Parlament anunció contra el juez Llarena.
En octubre pasado, el actual presidente de la Associació Catalana d'Expresos Polítics del Franquisme, Carles Vallejo, alertaba en varias entrevistas del peligro de comparar la situación política en Cataluña con la lucha antifranquista y de la banalización que esto suponía de la dictadura y de unos hechos que se desarrollaron en un contexto totalmente distinto al actual. Explicaba Vallejo lo que significó para él y para los otros miles de represaliados sufrir una detención arbitraria, torturas durante semanas y encarcelamiento en condiciones extremas.
La Guerra Civil duró sólo tres años pero la represión posterior contra los vencidos se perpetuó durante décadas. Los represaliados de la dictadura fueron objeto de torturas, ajusticiamientos, masacres colectivas, desapariciones forzosas y asesinatos y traslados ilegales, las llamadas sacas. Sus cuerpos fueron enterrados en fosas comunes y diseminados por los campos sin que su muerte constara en ningún registro civil. Algunos historiadores alzan el número de muertos hasta los 400.000 aunque hasta el día de hoy no hay acuerdo en torno a las cifras, otra cuestión pendiente de subsanar.
Los muertos no fueron las únicas víctimas. La Audiencia Nacional cifra en más de 30.000 los niños y niñas de parejas republicanas que fueron robados y cuyas entidades fueron cambiadas. La mayoría acabó en manos de familias franquistas o en orfanatos donde sufrieron todo tipo de vejaciones, como recogen varios documentales recientes.
Los familiares de los represaliados soportaron durante años el aislamiento, no podían acceder a según qué empleos, se les incautaron propiedades y cuentas bancarias y fueron al exilio. La violencia no fue sólo física sino también económica, cultural y, por supuesto, política. Eran ciudadanos marcados por una guerra que no tuvo contemplaciones respecto a los vencidos, como constatan Paloma Aguilar y Leigh Payne en su reciente libro El resurgir del pasado en España.
¿Pueden los partidos políticos partidarios de la independencia apropiarse de los ideales y valores de un proyecto que muy poco tuvo que ver con el movimiento soberanista?
¿Realmente estos hechos se corresponden a lo que está sucediendo hoy en Cataluña? ¿Pueden los partidos políticos partidarios de la independencia apropiarse de los ideales y valores de un proyecto que muy poco tuvo que ver con el movimiento soberanista?
La II República fue un movimiento de las izquierdas, de las clases trabajadores y populares de toda España por cambiar un modelo social injusto. Fue un proyecto apoyado también por una burguesía ilustrada que quería modernizar y democratizar España. Sus prioridades fueron combatir el analfabetismo, fomentar la participación política, llevar la educación a aquellas capas de la población que nunca se habían beneficiado de ésta pero también impulsar políticas sociales que más tarde definirían lo que hoy conocemos como Estado de bienestar.
Ninguna de estas cuestiones son las que mueven hoy al movimiento independentista que, como recordaba Salvador López Arnal en uno de sus últimos artículos, aspira a levantar muros entre lo que los republicanos consideraban pueblos hermanos.
La grave crisis política que atraviesa Cataluña no se solucionará utilizando las instituciones y episodios históricos dolorosos para miles de personas con fines partidistas. No se solucionará tampoco apropiándose de los espacios comunes de toda la ciudadanía como son el Parlament, la Diada, los eventos deportivos, las fiestas de los pueblos y los barrios o la manifestación de condena por los atentados de La Rambla. Tampoco el exilio que vivieron miles de republicanos en el campo de concentración de Argelers.
Se solucionará cuando comencemos a respetarnos unos a otros, a no banalizar las palabras y a valorar las cosas en su justa medida. Como recordaba Carles Vallejo, aunque muchos acontecimientos contemporáneos nos parezcan injustos, no son ni franquismo ni fascismo ni nazismo.