En las últimas semanas han proliferado por doquier declaraciones de personajes --presuntamente solventes y equilibrados-- sobre el perfil totalitario del Estado español. Uno de los lemas del peregrinaje de Puigdemont es la denuncia de falta de libertades y garantías jurídicas en el Estat espanyol. Hace unos días se produjo un revuelo por las declaraciones de un directivo catalán de la multinacional holandesa JDE, propietaria de Saimaza y Marcilla, en las que afirmó que España es un Estado fascista.
Entre los comuns también abunda el uso de sinónimos para referirse a ese imaginario modelo totalitario, como el de Estado franquista. Aquellos que saben cuán anacrónica es esa calificación prefieren hablar de España posfranquista, que sería como llamar al Estado franquista Estado posrepublicano. Otro modo de referirse al Estado español es el empleado por la alcaldesa Colau cuando declara que Cataluña vive bajo el Estado de excepción al haberse aplicado el 155. Fue el marxista Nicos Poulantzas el que definió que el Estado fascista es una forma de Estado de excepción, en tanto que es un tipo capitalista de Estado que interviene en la economía, es autónomo respecto a la clase dominante y en el que no existen instituciones “independientes” entre el individuo y el Estado. No parece que este sea el caso de España.
Cabe otra interpretación. Es posible que la apreciación de Colau --tan compartida por comuns, CUP y demás fuerzas nacionalistas-- esté más cerca de la definición que hizo Carl Schmitt. Este pensador conservador pronazi sostuvo que el Estado de excepción no es una circunstancia en la que las leyes queden suspendidas sino un espacio en el que el poder soberano se arroga toda la autoridad sobre el conjunto de los ciudadanos. En una relectura posterior de esta tesis, el filósofo italiano Giorgio Agamben ha afirmado que el Estado de excepción no es una dictadura sino un espacio sin leyes, de ahí su advertencia sobre las imprevisibles consecuencias de la excepción una vez que se restauren las leyes previas. Nada vuelve a ser igual.
El movimiento nacional catalán ha convertido en un tópico que España es fascista per se, y que los catalanes no soberanistas son fachas por naturaleza
Pero, ¿es o no fascista el Estado español? La clave reside en la premeditada y cansina confusión que los soberanistas (independentistas más comuns) practican entre realidad y deseo. Dos son, al menos, las causas del mal uso del calificativo fascista. La primera la hallamos en el análisis parcial que hacen de la realidad política del Estado. Para Poulantzas uno de los errores más comunes en los que ha incurrido la izquierda --con la excepción de Gramsci-- ha sido aproximarse al conocimiento del Estado centrándose en el llamado “aparato represivo de Estado”: ejército, policía, administración, tribunales y gobierno. Los análisis soberanistas de la actualidad política y del Estado español derivan de esa tendenciosa y errónea lectura. Se comprende que, ante la constante reiteración de la foto fija del 1-O, los fieles repitan mecánicamente “Estat espanyol: feixista i repressor”.
La segunda causa tiene que ver con el deseo. El nacionalcatalanismo aplica la tesis del poder extrajudicial de Schmitt, según la cual en circunstancias normales basta con el imperio de la ley pero en las excepcionales no. Con esta interpretación, este filósofo pronazi justificó la excepcionalidad de la Noche de los cuchillos largos en el verano de 1934, en la que eliminaron a 85 opositores políticos que eran una supuesta amenaza para el Estado alemán. Aunque en España ha habido una aplicación constitucional y no extrajudicial del 155, el soberanismo cree en la tesis Schmitt e insiste una y otra vez que, ante el desafío independentista, el Estado español --personificado en Felipe VI y Rajoy-- ha actuado por encima de las leyes, suspendiéndolas y haciendo todo lo necesario para salvar el propio Estado.
En definitiva, de un modo u otro, el movimiento nacional catalán ha convertido en un tópico que España es fascista per se, y que los catalanes no soberanistas son fachas por naturaleza, hasta el punto de verlos como una quinta columna a eliminar en el camino hacia el éxtasis nacional. La paradoja es que la fuente de donde toman sus argumentos sea esa misma ideología totalitaria. Nada nuevo ni casual.