La derrota sufrida ayer en el pleno municipal por Ada Colau no es un contratiempo menor, se trata de un durísimo revés político que va a marcar lo que queda de mandato. El proyecto de la unión de los tranvías por la Diagonal quedó finalmente embarrancado, y la multiconsulta anunciada sobre cuatro cuestiones concretas de ciudad fue también decapitada. Antes de empezar la sesión, el equipo municipal tuvo que retirar sus dos propuestas de pregunta porque tenían la derrota asegurada, la primera sobre una modificación urbanística para hacer más viviendas en el distrito tecnológico del 22@ y, la segunda, sobre el uso de un solar en Ciutat Vella. En cuanto a las dos restantes, las más emblemáticas políticamente, presentadas por entidades ciudadanas pero defendidas con uñas y dientes por Barcelona En Comú (BEC), relativas a la municipalización del agua y al cambio de nombre de la plaza Antonio López, tampoco reunieron los apoyos suficientes. Cuando le llegó el turno al tranvía, Colau solo contó con el tradicional apoyo socialista a este transporte, aunque no exento de reproches y críticas por haber “frivolizado el proyecto, haciendo postureo, con un mercadeo político indigno”, le soltó Jaume Collboni.
Es un enorme fiasco que evidencia la soledad de Colau desde que rompió con el PSC por la aplicación del artículo 155. Resulta evidente que con ese gesto, y las continuas muestras de apoyo que la alcaldesa ha ofrecido a los independentistas, pretendía ganarse la complicidad de ERC y del PDeCAT para el tramo final de la legislatura. En realidad, a finales de octubre pasado, fueron esos dos partidos los que instaron a BEC a romper con los socialistas a cambio de formar un nuevo gobierno municipal. En rueda de prensa conjunta, Xavier Bosch afirmó que “si rompía con los que estaban colaborando con la represión de Mariano Rajoy, podían sumar 26 concejales para hacer funcionar el ayuntamiento con estabilidad”.
Es un enorme fiasco que evidencia la soledad de Colau desde que rompió con el PSC por la aplicación del artículo 155
Por su parte, Xavier Trias declaró que si Colau se deshacía del PSC “estamos dispuestos a sentarnos para colaborar con ella, no le haremos la jugada para hacerla caer”. Los lugartenientes de la alcaldesa, Gerardo Pisarello y Jaume Asens, picaron el anzuelo y llevaron a las bases de BEC a votar la expulsión de sus socios de gobierno. Pero saltaba a la vista que era solo una trampa porque el objetivo nunca fue regalarle un balón de oxígeno a Colau, sino evitar que se consolidara con una gestión reconocible. Enviarla contra las rocas del desgobierno. Exactamente donde se encuentra ahora.
Tras el rechazo hace unas semanas a los presupuestos para 2018, tanto republicanos como neoconvergentes no podían más que contribuir a hacer imposible el arranque del proyecto del tranvía y la celebración de una multiconsulta con la que la alcaldesa quería argumentar el giro social y participativo de su mandato. La tensión en el pleno municipal, con durísimas descalificaciones políticas, incluidas de orden personal, sobre todo de la concejal de Urbanismo, Janet Sanz, hacia Bosch por la cuestión del tranvía, muestra la frustración por el engaño de los republicanos. Las amargas lágrimas de Colau a la salida del debate son la consecuencia de la errónea estrategia política de los comunes. Bailar siempre el agua al independentismo, llegando a sacrificar a los socialistas a cambio de nada como socios de gobierno. Luchar por los votos soberanistas en lugar de intentar ensanchar sus bases electorales en aquellos barrios donde Ciutadans arrasó en las autonómicas. En definitiva, el colauismo solo tenía futuro si reinventaba el maragallismo por la izquierda, lejos de veleidades separatistas. Las amargas lágrimas de Colau son un anticipo de su fracaso en mayo del año que viene. Pero tampoco confíen en que lo venga después sea mejor, es difícil ver por ahora a ningún candidato constitucionalista en condiciones de ganar.