Afirmaba Pere Pugès en este medio que para que triunfe el movimiento independentista hay que poner en evidencia las contradicciones del Estado español en el conjunto de España. De ese modo muchos catalanes no independentistas acabarán por apoyar al soberanismo. No hay duda que sobre el principio de (no) contradicción pivota el pulso político en Cataluña.
El objetivo y las estrategias de la ANC son bien conocidas, no por novedosas sino por todo lo contrario, son viejas y reaccionarias. En esas mismas estrategias está anclada su propia debilidad, esa que tan bien disimulan. La clerecía del régimen nacionalista repite una y otra vez la misma consigna: Cataluña es un solo pueblo, que además es republicano. El poble català es el sujeto soberano y ellos son los representantes de su mandato, de su identidad que está siendo reprimida (sic). Este discurso republicanista y etnicista es tan conocido como casposo y rancio hasta el hartazgo.
En el último debate en la Cámara catalana los oradores independentistas fueron cayendo uno tras otro en su propia contradicción. No fue ninguna novedad, hace tiempo que están enredados en su propia telaraña. La complicidad de los comunes no hace más que ahondar esa contradicción. Domènech repite una y otra vez que hay que superar los dos bloques. ¿Cómo? En la foto de la Familia Nacional --desde Artur Mas hasta Carles Riera-- estaba el líder de los comunes. Es decir, la tercera vía que proponen es apoyar a un bloque o desgajar una parte de ese bloque para aliarse y ampliarlo.
La contradicción es palmaria cuando los independentistas han introducido en su discurso términos como bloque monárquico, unionista o del 155. Es imposible que el mismo atributo (bloque) pertenezca y no pertenezca a una misma cosa (poble català), al mismo tiempo (procès) y bajo la misma relación (supremacismo).
La contradicción del independentismo es palmaria cuando apelan a que Cataluña es un solo pueblo tras introducir en su discurso términos como bloque monárquico, unionista o del 155
Durante los años del régimen pujolista no existían bloques, todos los catalanistas --nacionalistas incluidos-- participaban de la ilusión de un solo poble català. La política totalitaria de inmersión lingüística y el invento falaz de la escola catalana formaron parte de esa misma creencia unívoca. La denominación “grupo catalán” en el Congreso de los Diputados respondió a la exportación de esa misma ideología reduccionista y excluyente al corazón mismo de la democracia. El veneno ya estaba inoculado. Se trataba de esperar.
Nadie preveyó que PSC e IC se hundiesen del modo que lo han hecho y que parte de su electorado se marchase a Cs. El gran éxito en la guerra semántica que se vive en Cataluña pertenece a ese partido. Su postura beligerante frente al dogmatismo identitario catalanista ha propiciado que el independentismo haya caído en la contradicción de definir a la mitad de la población catalana como unionista o españolista. Cuando se dan cuenta de su contradicción niegan que haya fractura en la sociedad catalana.
La realidad es muy tozuda y evidente. De ahí que sea muy difícil que tenga éxito la transversalidad propuesta por comunes y socialistas, sea por el peso de la tribu y por la progresiva sustitución de políticos identitarios por fanáticos supremacistas en el seno de los partidos independentistas.
Si persiste la palmaria contradicción entre un único pueblo imaginario y la incuestionable realidad de los bloques, el futuro del movimiento independentista es más que incierto. Al monolitismo nacionalista sólo le queda una salida: admitir que no es cuestión de bloques ni de un solo pueblo, sino de mestizaje, convivencia y de una impenitente realidad fluida y plural, la que ya existe y que se niegan a aceptar.