Les digan lo que les digan, tienen que tener claro que el sistema de pensiones hace muchos años que está muerto. Es posible que parezca otra cosa, porque nuestros mayores siguen recibiendo una cantidad de dinero, eso sí, cada vez menor. Es como el enfermo que no vive realmente, pero aguanta conectado a una máquina que apenas le hace llegar un mínimo aporte de oxígeno a los pulmones. Y así andamos desde hace muchos años.
Corría el año 1995 cuando publiqué, de la mano de Carlos Rodríguez Braun, mi primer artículo, que se titulaba Pobres viejos pobres. Él era el cocinero y yo el pinche de cocina, por supuesto. Mostrábamos con datos en la mano que las pensiones no contributivas y la evolución demográfica, entre otras cosas, iban a llevar al desmoronamiento del sistema de pensiones de reparto. Muchos otros economistas han explicado lo que ha ido sucediendo desde entonces, no hemos sido los únicos.
Mientras tanto, los gobiernos, los economistas más afines al statu quo, los posibilistas y aquellos a los que les daba miedo que les etiquetaran, han continuado desarrollando sesudos estudios donde diferentes tipos de cambios paramétricos en la ecuación permitían la supervivencia, e incluso la subida de la pensión media. Una subida que solía ser más un gesto de cara a las elecciones que otra cosa.
El sistema de pensiones de reparto es un cadáver viviente. Nada va a salvarlo. Y obviamente la solución ministerial resumida en la frase “el que pueda que abra un plan privado” es similar al “lancen los botes” del capitán del Titanic. Pero ¿sería un sistema de capitalización la solución? Puede ser. Eso sí, mis amigos liberales que lo recomiendan deberían explicar que requiere una fase de transición que no va a ser fácil, que no es una solución automática, porque eso en economía no existe, y que es necesario que la población tenga cierto conocimiento financiero que, por desgracia, la sociedad española aún no tiene.
La solución privada para las pensiones es una buena opción si somos capaces de dejar de demonizar ese concepto, si nos damos cuenta de que la gestión personal de la propia vejez es, cada vez más, el camino para muchos
Estoy de acuerdo en que en su fase madura posiblemente es un mejor sistema que el de reparto, y por mucho, pero miremos por la ventana y veamos cómo sería la hoja de ruta. Sobre todo, lo que se percibe es que no hay voluntad política por ningún sitio de cambiar nada; ni siquiera para proponer un estudio inicial que pueda, de lejos, parecerse a algo remotamente similar a una privatización. Porque, políticamente, es una palabra maldita, más aún cuando hay una pronunciada escora hacia la izquierda, el keynesianismo, la intervención, el estado ultra-benefactor y el populismo. Al acercarme a la ventana, la voz que llega de la calle dice: “Queremos lo nuestro. Allá tú cómo me lo consigas. Búscate la vida que yo he cotizado lo mío, cumple tu parte”. Y tienen razón.
Dice Marc Vidal que la salvación de las pensiones viene de mano de la evolución de la tecnología (y estoy de acuerdo) y sus efectos en la creación de riqueza y el mercado de trabajo, y también que, por desgracia, España ha caído cinco puestos en innovación. Eso pinta un panorama aún peor. Pero el enfoque de Marc es el correcto: cambiemos la mentalidad. Dejemos de considerar el mismo modelo que matemáticamente puede ser correcto y más o menos sofisticado, y démonos cuenta de que las pensiones del futuro van a estar financiadas de otra manera. Para empezar, el concepto de puesto de trabajo, la edad laboral, y muchas de las variables que manejamos ya están quedándose desfasadas.
La solución privada para las pensiones es una buena opción si somos capaces de dejar de demonizar ese concepto, si nos damos cuenta de que la gestión personal de la propia vejez es, cada vez más, el camino para muchos. ¿Y el resto? En primer lugar, la financiación de pensiones no contributivas y sus efectos es algo que hay que considerar en términos de los incentivos que se generan dentro y fuera del territorio. Y, además, hay que pensar cómo financiamos los rozamientos de la transición al futuro que nos come. Y hay que poner esos temas encima de una mesa que es otra, que no es el mismo escenario de siempre. De nuestra capacidad depende nuestra vejez.