La semana empezó el lunes en Ginebra y acabará mañana en Barcelona. En Ginebra, el independentismo presentó su última batalla entre legalidad y legitimidad, y mañana, en la sede del Cercle d'EconomiaLópez Burniol, Jordi Hereu, Miquel Nadal y Mariona Tomàs ofrecerán el panorama liberador de la Barcelona deseada en el encuadre mental de la Catalunya-Ciutat; la sociedad anhelada por los noucentistes en los años de la Mancomunitat; intentada entonces, pero solo lograda en parte, casi un siglo después, en los mejores momentos del alcalde Pasqual Maragall. Los socios del Cercle, junto a una avanzadilla de la vanguardia económica y política del momento, recogerán la esperanza de un viaje al futuro en un debate titulado Pensar Barcelona y el seu govern.

En Ginebra, en la sede de Naciones Unidas y alrededor del mundo exangüe de Carles Puigdemont, leguleyos de tronío, como Martín Pallín, Rafael Ribó o Michael Hamilton, retorcieron los códigos para justificar la supuesta indefensión de los dirigentes soberanistas encarcelados y encausados. Conviene no olvidar la oportunidad de ambos debates, justamente ahora, en las horas tensas antes de que el Tribunal Supremo se pronuncie sobre una causa que inhabilitará a decenas de independentistas entrampados en el golpe al Parlament del pasado 6 de setiembre y en sus delirantes consecuencias: el 1-O y la declaración de independencia.

Antes de entrar en harina, el Cercle nos aconseja lecturas previas como P. Ducrozet, Barcelone, histoire, promenades, anthologie et dictionnaire; Josep Maria Bricall, Memòria d'un silenci; Mariona Tomàs, Governar la Barcelona real. Pasqual Maragall i el dret a la ciutat metropolitana, así como artículos de Pablo Salvador Coderch o Miquel Nadal. Y de esta versátil mochila, extraigo el silencio propuesto por Bricall, el profesor eterno y exrector magnánimo de la Central, capaz de asimilar su trayectoria a la necesidad de trabajar y callar para que, después de los hechos, los cadáveres amontonados no nos priven la visión del horizonte necesario. Es un rebrote del mejor George Steiner, según el cual la memoria solo puede sostenerse allí donde hay silencio, precisamente porque, en las sociedades occidentales, el silencio es casi un lujo. Para Steiner, después de Auschwitz, la educación necesitó el silencio y la memoria para que los campos de exterminio no se convirtieran en simples postales evocadoras del dolor. Hubo que esforzarse para devolver la palabra a las víctimas de la barbarie.

Todo seguirá igual mientras el bloque soberanista mantenga su discurso en el limbo y nosotros la desesperanza

El ruido atronador que todo lo inunda actúa como la lápida plomiza de un mausoleo. Los excesos de la política empiezan en los decibelios y lo inundan todo, como les pasó a los ready-made de Duchamp en el mundo de la estética. Repetir y machacar la misma idea llena cuencos, pero no te da la razón. Si nos alejamos de la moda (nuestra moda es la sinrazón del procés), ni que sean unos pocos metros, volcaremos la atención en un pensamiento sólido, seremos "budistas de Occidente", un peligro denunciado por Nietzsche, pero un peligro que humaniza. A los Junqueras y los Jordis, presos preventivos por delitos exagerados como rebelión y secesión, se les mantienen en el imaginario colectivo. Aunque les haya quedado la peor parte --la privación de libertad-- nada es tan cierto como que ellos tienen quien los defienda. Y sin embargo, ¿quién defiende a millones de ciudadanos que han perdido las instituciones autonómicas y la política de proximidad a causa del procés? Todo seguirá igual mientras el bloque soberanista mantenga su discurso en el limbo y nosotros la desesperanza.

En la semana de los dos polos --aislacionismo o futuro--, Jordi Sànchez abandona. Deja el escaño y huye de la política para salvar el pellejo con el “no lo volveré a hacer”; la única cosa sensata que podía decir en medio del ruido de Ginebra, la ciudad de Calvino, donde el lunes se debatió, con Anna Gabriel en habeas corpus ad subjiciendum y sin sonrojo, la presunta reducción de derechos humanos en España, un país de la UE, un Estado de derecho al que deberíamos defender a toda costa antes de volver la vista atrás y contemplar los pronunciamientos militares del XIX, el fin de la Gloriosa con el asesinato de Prim en la calle del Turco, la suerte de Riego o el caballo de Espartero (su figura ecuestre, dotada de prominentes criadillas, mira todavía al Retiro). Sí, para ver todo esto, antes de convertirnos en estatuas de sal.

Hagamos lo imposible para volver a lo posible

El político es como el pintor o el escultor; mientras avanza en su obra, no tiene conciencia del entorno; no le mueve el conocimiento global sino el feeling. Si, como dijo a menudo Romanones, “la política solo es el arte de lo posible”, hagamos lo imposible para volver a lo posible. Olvidemos las escenas patibularias de victimario en las que nos quieren meter los indepes de acuerdo con los ministros poca traza de don Mariano; dejen los políticos de representar al rubio de La malquerida y monten al fin un Govern más burocrático que bucólico, antes de que la próxima crisis de liquidez nos deje tirados en medio de ninguna parte.

Que nadie se rasgue las vestiduras si dice digo, donde dijo diego. La praxis tiende a la versatilidad y, si uno no rectifica, le dirán que no es dialéctico. Si algo nos sobra ahora a los catalanes, son principios inamovibles; lo que nos falta se acerca mucho al primor de los tránsfugas, los que tienen patente de corso para pescar en todos los ríos. Alrededor de una figura ayer denostada, como la de Joan Tardà, el oso de peluche izquierdoso y poroso, se levantan las murallas de la nueva Jericó catalana, una ciudad mestiza, como la Barcelona que quieren el notario Burniol, un servidor y muchos más, hastiados de la absoluta necedad política de los independentistas tabla rasa. Bastará con bajarse del burro, pero no confiemos en este milagro. Y si es necesario, a Tardà, le cantaremos al oído y por lo bajini aquello de Raimon: “No et trobes sol, company, no et trobes sol; en som molts més del que ells volen i diuen”.