Ponerse enfermo en días de maratón no es aconsejable. La carrera por antonomasia de Barcelona fue el inicio de un suplicio para un hombre de 89 años, que tuvo la desfachatez de enfermar en un día de maratón, ¡y domingo! Esta es la historia de sus tribulaciones que ponen negro sobre blanco la historia negra del ayuntamiento, del Servei Català de Salut y del Hospital Clínic.
A las 9.30 de la mañana, nuestro hombre --Armando, en nombre supuesto-- llama al servicio de teleasistencia que tiene instalado en su casa. Su mujer explica a la operadora la situación. De forma rápida, el servicio actúa y llama a una ambulancia del 061. La ambulancia llega a la media hora después de hacerse un recorrido extra por la Zona Franca para poder llegar al domicilio de Armando, sito en el Poble Sec, a escasos metros del Paralelo.
Los técnicos sanitarios del 061 hacen correctamente su trabajo y solicitan traslado a un centro de urgencias. El Servei Català de Salut le asigna a Armando el CUAP de Manso. La distancia desde el domicilio de Armando al CUAP es de apenas 300 metros. Pero el viaje se retrasa más de una hora porque es imposible atravesar el Paralelo por la maratón y porque no hay ni un solo policía municipal en los dos accesos posibles para llegar: las calles Manso y Calabria. Ante la imposibilidad de llegar al centro hospitalario, un técnico del 061 va andando hasta Manso, se hace con una silla de ruedas para transportar al enfermo, vuelve a la ambulancia bloqueada en el Paralelo y traslada al enfermo en la silla de ruedas hasta el centro. Felicidades a la señora alcaldesa por su gestión. Sólo recordarle que en días festivos y de actividades debe tener la previsión de controlar imprevistos. Armando ingresa a las 11.30. Lleva dos horas de aventura.
Por fin, llega al CUAP. Allí, rapidez. Analítica de sangre, placa y análisis de orina. Le administran un antibiótico que le hace volver en sí, recuperar las fuerzas y orientarse. El centro de Manso está hasta los topes, pero la gestión es rápida y eficaz. Un médico atiende las urgencias de menor importancia en una sala situada a la entrada de urgencias, y los enfermos con mayores complicaciones pasan a los boxes. Todo funciona. A la familia de Armando se le comunica que se solicita una nueva ambulancia para trasladarlo al Hospital Clínic. La espera, gracias a la maratón y a la previsión sin nombre del ayuntamiento, se hace eterna. Por fin, llega y lo trasladan al Clínic. Hora de ingreso: 16.30 de la tarde.
Las urgencias del Clínic tienen un aspecto desolador. Enfermos en los pasillos en camilla, y otros, con menos suerte, en una silla de ruedas. Armando se pasa cinco horas de reloj en una silla, a sus 89 años
Las urgencias del Clínic tienen un aspecto desolador. Enfermos en los pasillos en camilla, y otros, con menos suerte, en una silla de ruedas. Armando se pasa cinco horas de reloj en una silla, a sus 89 años. Después de protestar ante el servicio de urgencias, se le asigna una camilla. En el pasillo, of course. La media de espera se acerca a las siete horas. Espera sin que ningún médico atienda a los enfermos. Sólo una enfermera les toma la temperatura y la tensión. Armando, en la camilla, espera su turno. Aún tiene que esperar un poco más. Su médico llega a atenderle a las 22.30 horas. Aún ha tenido suerte. Otros siguen esperando su turno, mientras el personal de urgencias no da abasto. La pregunta es si hay muchos enfermos o pocos medios. Los trabajadores del Clínic capean el temporal como pueden: "Esto siempre es así", dicen en voz baja, "y algunos días todavía peor". Y eso que el Hospital Clínic se nos pone como ejemplo de nuestra sanidad. Un ejemplo más que penoso.
Por fin, el médico le atiende. Armando está mejor. La medicación hace su efecto pero se tiene que quedar en observación toda la noche en urgencias porque, asegura el personal, "no hay camas en el hospital". Pasa la noche bien. Sin duda, la atención médica está muy por encima de la pésima gestión del servicio de urgencias. Amanece y Armando se somete a más pruebas. A las 11 de la mañana le comunican que será trasladado al Hospital del Sagrado Corazón, una muestra de que el Clínic está colapsado gracias a la gestión de un señor que ahora reside en Bélgica y que quiere volver a ser consejero de Salud. Esperemos que ERC sea inteligente y le niegue a Comín esta posibilidad porque los ciudadanos catalanes no tenemos demasiado interés por el masoquismo. Al final, Armando llegará después de más de 24 horas de tribulaciones al Sagrado Corazón. Allí tiene una cama, en una habitación, y atención médica más que razonable. Por cierto, el Sagrado Corazón era uno de los hospitales que Comín se quería cargar. La pregunta es qué haría el Clínic sin el Sagrado Corazón.
Como conclusión habría que afirmar que el Clínic debe hacer un acto de contrición con su servicio de urgencias. Muy bonita y nueva la recepción de la planta 1, y tercermundista el funcionamiento y las instalaciones de la planta 2. Suerte del personal médico. La alcaldesa de Barcelona debería tener previsto que los barceloneses enferman, aunque haya maratón, y debería articular --o sea, trabajar entre declaración y declaración-- un protocolo para que los enfermos no sean humillados, en pijama y zapatillas, en su traslado en silla de ruedas por la calle. Y tres, la Consejería de Salud, ahora dirigida por David Elvira, debería tomar medidas en forma de recursos o en forma de ceses, porque la gestión de urgencias del Clínic bien vale un cese. Y de paso, felicitar al CUAP de Manso, que con apenas lo puesto hacen un trabajo encomiable, y a las ambulancias del 061 que, a pesar de Colau, hacen su trabajo.