En los últimos meses, el melodrama en que se ha convertido el denominado procés va adquiriendo nuevas formas de maniqueísmo. Tras ponerse de manifiesto el "engaño global" --en palabras del periodista Jordi Basté-- en que ha consistido el relato secesionista, el independentismo trata de tapar sus vergüenzas fomentando no ya el consabido victimismo, sino, de una forma incluso más artera, la división entre buenos --los secesionistas-- y malos --el Estado español ,los españoles en general, los catalanes contrarios a la secesión y, última moda, los independentistas que tratan de aplicar la ética de la responsabilidad ante tanto desatino--.
Para ello, los influencers indepes, los medios de comunicación públicos y algunos privados no dudan en presentarnos la actualidad seleccionando y manipulando las noticias bajo ese prisma.
Por ejemplo, se insiste en las denuncias a las cloacas del Estado. El último episodio ha sido la denuncia de macartismo por la petición de información a la Generalitat de determinados pagos por si pudieran estar relacionados con la financiación del 1-O, mientras se corre un tupido velo sobre la documentación incautada a los Mossos cuando iba a ser destruida en la incineradora de Sant Adriá, en la que se pone de manifiesto presuntos seguimientos a políticos, periodistas, abogados y representantes de asociaciones por su perfil constitucionalista. En la misma línea, no hay ningún interés en hablar de los avisos norteamericanos sobre los atentados yihadistas de agosto, que contrasta con las explicaciones dadas por el máximo responsable del CNI sobre el imán de Ripoll en la Comisión de Secretos del Congreso en presencia de representantes del PDeCAT.
La deriva fascistoide de los sectores más radicales del independentismo irá a más en la medida que crezca la frustración secesionista, especialmente si nadie hace nada para poner remedio a la situación
Ante las fisuras cada vez más evidentes en el campo independentista, ya no se puede hablar de bloque. Los sectores más radicales quieren mantener la dirección del procés intensificando el numantismo, el maniqueísmo y el acoso a cualquier discrepancia. El acoso a Santi Vila y a otros dirigentes independentistas que han osado pedir responsabilidad se suma a las actuaciones de los denominados CDR, cada vez más agresivos sin que reciban contestación alguna desde las filas independentistas. Su último escrache al alcalde de Lleida es otra demostración de la deriva fascistoide de los sectores más radicales del independentismo que, desgraciadamente, irá a más en la medida que crezca la frustración secesionista, especialmente si nadie hace nada para poner remedio a la situación.
En definitiva, o los sectores más racionales del independentismo se hacen con el control de la situación y se elige un presidente y un gobierno que asuman la realidad, o nos adentramos en un proceso de degradación democrática que sólo hará que agravar las ya funestas consecuencias para la sociedad catalana del procés.