Hay que aplaudir la valentía del exconseller Santi Vila en darnos a conocer su versión de los hechos sobre una etapa tan trepidante y controvertida como ha sido el procés. Hay que agradecerle esta crónica urgente de recuerdos y experiencias políticas, De héroes y traidores. El dilema de Cataluña o los diez errores del procés, y que lo haga en general de forma bastante sincera. Sería muy conveniente que el resto de los protagonistas de la política catalana del periodo 2012-1017 hicieran lo mismo para poder tener una imagen global de lo sucedido y cotejar hasta qué punto encajan las diferentes versiones de los hechos.
La impresión es que Vila es alguien que ha intentado desarrollar una vocación política profesional de largo recorrido desde una ideología liberal reformista, impregnada fuertemente del clima nacionalista de su entorno sociopolítico, pero que se dejó arrastrar por el independentismo con el único objetivo de seguir en primera fila hasta el último momento, esperando su oportunidad. Esa es una legítima pero que chirría con las lecciones del procés que él mismo deduce a lo largo de su libro. Exhibe moderación y, sin duda, en todos los episodios que relata, particularmente en septiembre y octubre pasado, intentó reconducir el inevitable choque político e institucional a un escenario de males menores. Sin embargo, sobre figuras como las de Santi Vila recae una parte importante de la responsabilidad en el desastre que ha sucedido en Cataluña estos años.
Santi Vila se dejó arrastrar por el independentismo con el único objetivo de seguir en primera fila hasta el último momento, esperando su oportunidad
Sorprende que hasta hace poco no se diera cuenta de que la primera y principal oportunidad perdida para evitar los males que han venido después fue una mala lectura de los resultados de las elecciones del 27 de septiembre de 2015, en las que el independentismo perdió su plebiscito. Ese era el momento de haber virado hacia posiciones realistas, manteniendo la legítima aspiración soberanista sin plazos ni amenazas. El problema es que el diseño de la campaña electoral de JxSí con una promesa de independencia en 18 meses lo hacia muy difícil. Vila no se sumó entonces a las reflexiones posibilistas de Andreu Mas-Colell o de Antonio Baños. Y no lo hizo sencillamente porque, habiendo dejado de ser diputado en la cámara catalana tras la fuerte renovación en la lista unitaria con ERC y las entidades soberanistas por Gerona, aspiraba a seguir de conseller en el Govern. Se estaba jugando su posición política en un entorno muy radicalizado. En lugar de la cartera de Territorio tuvo que conformarse con la de Cultura, pero logró sobrevivir sin su mentor principal, Artur Mas en la presidencia de la Generalitat. No fue un momento fácil para él, pero ya entonces no había que ser un lince para darse cuenta de que la opción de seguir adelante con la unilateralidad y la desobediencia iba a acabar muy mal.
Sorprende que no fuera hasta el referéndum ilegal del 1-O que Vila constatase de manera "meridiana e inequívoca" que había otra Cataluña, igual de importante numéricamente que la independentista, que se sentía cómoda en el marco constitucional y estatutario. Y que, por tanto, tal como estos días ha reconocido de manera explícita en algunas entrevistas, la aventura secesionista no es posible sin una amplísima mayoría democrática detrás, que no existía en 2015 ni tampoco ahora. Es triste que para alcanzar esta conclusión tan obvia, que es la base para impugnar la vía unilateral emprendida por JxSí y la CUP, se haya tenido que descalabrar a la sociedad catalana. Y en eso Vila tiene también responsabilidad porque fue miembro del Govern hasta el penúltimo día.
Sorprende que no fuera hasta el referéndum ilegal del 1-O que Vila constatase de manera "meridiana e inequívoca" que había otra Cataluña, igual de importante numéricamente que la independentista, que se sentía cómoda en el marco constitucional y estatutario
Es cierto que en su descargo puede esgrimir que se trataba, por lo menos hasta julio de 2017, de llevar a cabo un pulso con el Estado, una disputa tanto en el terreno jurídico como político. Pero cuando estalla la crisis en el Ejecutivo de Carles Puigdemont ese verano, ante la guerra abierta entre el PDeCAT y ERC por las acusaciones de poco compromiso con el referéndum hacia algunos consellers (que acaba con la dimisión de cuatro de ellos y del secretario del Govern), Vila juega un papel turbio, extraño, sin que en su crónica aclare nada sobre los comentarios que entonces se hicieron en su contra como "delator" de los consellers críticos. A muchos sorprendió que, atendiendo a su actitud moderada, no dimitiera y que encima obtuviera una conselleria de mayor rango de premio, la de Empresa y Conocimiento del cesado Jordi Baiget. Justificar su permanencia en un Govern cuya única hoja de ruta era entrar en colisión con el Estado en la creencia de que, tras el referéndum del 1-O, ya convencería a Puigdemont de convocar elecciones inmediatamente, requiere de una mayor explicación. Era incongruente estar retóricamente en contra de la unilateralidad y formar parte de un consell executiu cuya misión era llevar a acabo una consulta ilegal. Eso por no referirnos a las bochornosas sesiones del Parlament del 6 y 7 de septiembre que supusieron un trágala antidemocrático hacia la oposición por parte de la mayoría independentista.
Es evidente que Vila solo aspirara a sobrevivir en esas difíciles circunstancias, esperando poder recoger el testigo de un espacio neoconvergente sacrificado en el altar del separatismo y la radicalidad izquierdista. Es cierto que estuvo muy cerca de conseguirlo si Puigdemont hubiera firmado la convocatoria electoral la madrugada del 26 de octubre como le urgió a hacerlo Oriol Junqueras en una pintoresca reunión del Govern junto al Estado mayor del procés. El destino quiso que Vila fuera esa noche el responsable, por una especie prurito simbólico, de que la firma se aplazara hasta la mañana siguiente. El torbellino desatado en el independentismo horas después truncó esa decisión. Pero Vila parecía encaminado, de no haber sido así, a encabezar una candidatura del PDeCAT menos soberanista y más de derechas en unas elecciones celebradas el 20 de diciembre sin la aplicación del artículo 155 y sin políticos en la cárcel. En su crónica nos brinda interesantes luces sobre lo sucedido, aunque también hay inconfesables sombras ligadas a su ambición política y una asunción de responsabilidades sobre los errores cometidos todavía parcial.