El circo independentista es un bucle eterno sin melancolía ni belleza posible. Una máquina perfecta de fabricar hastío. Mientras los pensionistas salen a la calle para reclamar mejoras en unas pensiones que son básicamente una estafa, porque en los últimos años han perdido hasta diez puntos de diferencia relativa entre las cotizaciones que pagan y el fruto incierto que de momento reciben, los diputados del Parlament de Todas las Cataluñas Posibles --como el retorno a la cordura se dilata conviene empezar a hablar en plural-- han vuelto a votar, con suficiencia y marcial desahogo, una resolución para avalar no sólo los (falsos) resultados del referéndum-estafa, sino que además tienen la intención de gritarle al mundo, que no está escuchándoles, la “legitimidad” del pequeño Napoleón de Waterloo para dirigir la Generalitat desde su exilio, estando --como está-- fugado de la justicia. Con un par.
Los mentideros decían que antes o después los republicanos se saldrían del tablero de juego y terminarían desahuciando a Puigdemont, pero de momento lo único que han hecho es reafirmarse en las andadas hasta que el fugado ha consumado --unilateralmente, en plan estadista-- su autoexclusión temporal, la permanencia en su retiro y la designación (digital) de su sucesor, el tal Sànchez, que también está en el trullo. Todo muy democrático, como era de esperar. No podemos decir que los siguientes actos de esta comedia vayan a ser originales. Entre Forcadell y Torrent no encontramos más diferencias que el sexo y la barba. Escuchan lo que quieren, ignoran lo que no les agrada y avivan, desde sede parlamentaria, esta forma de demencia que consiste en situar la ficticia capital de los Països Catalans en Bruselas mientras aquí designan virrey al héroe patriótico que agitaba las calles y cercaba a la Guardia Civil.
Dicen ser gente de paz. Lo único malo es que también son supremacistas. Convivir con ambas cosas en la cabeza y seguir cuerdo se antoja imposible
“Legalidad autonómica, obediencia republicana” es el grito de estos nuevos tiempos que se parecen demasiado a los anteriores al 155, que ha tenido el defecto de ser demasiado efímero y la virtud de enfrentar por primera vez a los golpistas del soberanismo con el plano horizonte del muro de la cárcel. Vaya lo uno por lo otro. Que los independentistas se hagan otra vez las víctimas y nos cuenten el relato de la nación sojuzgada que busca su libertad con rosas (los libros hace tiempo que salieron de esta ecuación) no es ninguna sorpresa. Sigue siendo mentira. Sí supone una leve innovación que la función continúe con la incorporación de nuevos actores a la trama, una vez que la empresaria Gabriel ha optado por disfrutar de los fríos suizos, el Napoleoncito conoce ya los generosos vientos belgas y Sor Junqueras continúa rezando el Santo Rosario del Soberanista Pacífico en Estremera, cuyo nombre nos recuerda --arbitrariamente-- a una de las denominaciones de la rosa de los vientos.
Las filas de soldaditos amarillos están prestas para el relevo. Preparadas para mantener el pulso contra la democracia (el Estado es otra cosa) poniendo lazos en los aterciopelados asientos de la cámara catalana. Dicen ser gente de paz. Lo único malo es que también son supremacistas. Convivir con ambas cosas en la cabeza y seguir cuerdo se antoja imposible. No es que queramos desengañarles, pero volver atrás para recorrer otra vez el sendero previamente hollado no parece una forma inteligente de avanzar. A este paso Cataluña seguirá sin autonomía hasta el fin de los tiempos. Si piensan que todo este quebranto colectivo será fecundo para su causa están equivocados. Los catalanes perdieron el autogobierno y un sinfín de empresas por los excesos de sus políticos. Cataluña, en este tiempo, no se ha levantado en armas. Los ciudadanos se lo han tomado con tranquilidad. Sólo los fanáticos y los cachorros del fascismo estelado están de los nervios. Ellos verán. Si siguen así las encuestas que anuncian el aggiornamento de los gudaris independentistas van a terminar quedándose cortas. Quizás el día en que dejen de darnos a todos el coñazo está más cerca de lo que pensamos. Lo dijo Cela: el que resiste, gana. Y ellos, aunque lo parezca, no resisten; insisten.