No puedo decir que Jorge Wagensberg y yo fuésemos íntimos amigos porque sería faltar a la verdad, pero sí que he lamentado su temprano fallecimiento porque me caía muy bien y me parecía un gran barcelonés, signifique eso lo que signifique, ya que el difunto era hijo de judíos polacos y nació en Barcelona como podría haberlo hecho en Londres o en París. Tenía la ventaja, eso sí, de venir con el cosmopolitismo de fábrica, y puede que también con ese sentido del humor que distingue a los mejores judíos y que él practicaba sin incurrir jamás en el sarcasmo o la grosería. La única salida de tono que le conozco tuvo lugar durante una cena en la que también estaba Eduardo Punset, quien, como tiene por costumbre, llevaba un buen rato monologando cuando Wagensberg, que ya ni podía más, estalló: "Pero, Eduardo, ¡si tú no tienes ni puta idea de ciencia!". No volvieron a hablarse.
Conocí a Jorge Wagensberg allá por el pleistoceno, en las magníficas fiestas que montaban en su domicilio los editores (y cónyuges) Beatriz de Moura y Toni López de Lamadrid (cuya muerte también me sentó muy mal, pues era un tipo encantador). Yo era del sector juvenil, inferior en número al de los de la quinta de los anfitriones, y necesitaba del alcohol para no sentirme fuera de lugar. Cosa que nunca sucedió, pues todo el mundo era amabilísimo. Así conocí al Conde de Sert, al que todo el mundo llamaba Frankie, a Antoni Marí y a muchos mayores. Jorge era de los más ingeniosos y no hacía diferencias entre sus amigos de toda la vida y el chisgarabís con pretensiones que yo era entonces. No recuerdo el contenido de nuestras conversaciones, pero sí que eran muy entretenidas y que ambos parecíamos competir por ver quién se acababa antes el gin tonic.
Creo que el ayuntamiento no se acababa de cargar el proyecto del Hermitage porque Jorge Wagensberg estaba detrás de él y era un tipo respetado y prestigioso
No profundicé en la relación y me limité a admirarle a distancia. Prestaba atención cuando salía por la tele, pues nunca decía ninguna tontería, me leí alguno de sus libros --era muy bueno con los aforismos--, me quité metafóricamente el sombrero cuando se inventó el CosmoCaixa, y ahora confiaba en él para que se instalara en Barcelona esa delegación del Hermitage ruso que a Ada Colau no acaba de hacerle gracia (será que no forma parte de su modelo de ciudad, que no sabemos muy bien cuál es, pero no parece incluir ninguna propuesta ambiciosa). Wagensberg pretendía unir el arte y la ciencia en su Hermitage. Yo creo que el ayuntamiento no se acababa de cargar el proyecto porque Jorge estaba detrás de él y era un tipo respetado y prestigioso. Algo me dice que, sin Wagensberg, la cosa se irá a pique o se alargará como ese Museo del Cómic de Badalona, que no se pone en marcha ni a tiros, aunque hay edificio desde hace años. Ojalá me equivoque.