Cuenta George A. Akerlof, Nobel de Economía 2001, que su libro con otro Nobel (Robert J, Shiller, premiado en 2013), traducido como La Economía de la Manipulación, surgió de las conversaciones de ambos con otro Nobel de Economía (2002): Daniel Kahneman, psicólogo. Imaginen las conversaciones entre esos tres caballeros.
Kahneman escribió un maravilloso ensayo: Pensar deprisa, pensar despacio, que cito con frecuencia. En él, reflexiona sobre qué nos lleva a tomar las decisiones que tomamos, acertadas o no. Se refiere así a opiniones, elecciones, valores, deseos, creencias, expectativas, críticas, ceguera, racionalidad, sesgos, intuiciones, deducciones, errores...
En su libro, Kahneman propone el siguiente ejercicio que me gustaría compartir, de modo necesariamente abreviado, con los lectores de este artículo. Imagine por un momento que le preguntan con qué frecuencia emplea palabras abstractas (como pensamiento o amor) y palabras concretas (como puerta o agua). Una manera de responder es pensar en contextos en los que emplea esas palabras. Mientras me leen, ya habrán pensado en alguno. Habrán visto entonces que resulta algo más sencillo pensar en contextos en los que usan conceptos abstractos. Es posible que diga muchas más veces puerta que pensamiento pero los términos abstractos aparecen en una mayor variedad de contextos.
La gestión del agua es un terreno fértil para abstracciones necesarias pero hay realidades concretas, tangibles, que se imponen con una tozudez casi abusiva
La gestión del agua es un terreno fértil para abstracciones necesarias (bienestar, participación, transparencia, derecho) pero hay realidades concretas, tangibles, que se imponen con una tozudez casi abusiva. Lo saben bien los ciudadanos del área metropolitana de Barcelona y, en realidad, de las cuencas internas de Cataluña, similares a otras cuencas mediterráneas y de otras regiones del mundo.
El distrito de las cuencas fluviales de Cataluña (DCFC) representa el 51% de su territorio y concentra el 91,5% de la población, si bien únicamente el 37% de la demanda de agua de toda Cataluña. Frente a otras cuencas, donde los usos agrícolas superan el 70% del consumo total de agua, en el DCFC el 55% se destina a usos urbanos por esa densidad de población. Frente a lo que ocurre en la Cataluña bañada por el Ebro, donde predomina la agricultura, en las cuencas internas (de las que Ter y Llobregat, que abastecen al área metropolitana de Barcelona, son los más importantes), los usos urbanos e industriales son mayoritarios.
De acuerdo a la Agència Catalana de l’Aigua (ACA), la disponibilidad de agua a largo plazo en el DCFC es de 2.613 hm3 / año y la demanda proyectada es de 2.965. Es decir, hay un déficit de un 11,8%, lo que implica que la seguridad hídrica sólo estará garantizada si efectivamente se realizan una serie de intervenciones ya planificadas. Los desafíos son múltiples: es necesario aumentar la resiliencia frente a sequías (como las de 1945 o 2008 o la actual), prevenir el riesgo de inundaciones ante eventos de lluvias torrenciales, restaurar ecosistemas acuáticos dañados, mejorar ostensiblemente la depuración de aguas residuales, avanzar hacia la adaptación al cambio climático. Para ello, es necesario realizar actuaciones concretas: contribuir a la recuperación del acuífero costero del Llobregat, invertir en tratamientos avanzados de aguas residuales que además permitan aprovechar el enorme potencial de reutilización de agua regenerada o movilizar la capacidad instalada de las desaladoras del Prat de Llobregat o La Tordera.
En el ámbito del área metropolitana de Barcelona es importante reconocer que el modelo de gestión, centenario y reconocido como mejor práctica internacional, tiene el mismo carácter que Barcelona en sí: es más metropolitano que urbano, lo que implica una mejor articulación con el territorio y un mejor servicio, como en el caso de Madrid, donde el modelo (a través de una empresa pública), es igualmente supramunicipal. Durante décadas, se ha ido consolidando una alianza entre actores sociales que ayuda a entender no ya la provisión de servicios de agua sino el propio desarrollo urbano. Sin embargo, los retos son también múltiples: como en el resto de España, las redes de abastecimiento y alcantarillado envejecen de modo que es necesario invertir en renovación, mantenimiento y nuevos desarrollos; por otro lado, pese a los avances de los últimos años (¿recuerdan cómo se inundaba la Plaça Cerdà?), todavía es necesario mejorar en la gestión de aguas pluviales; hay que tratar nuevos contaminantes emergentes; profundizar en la mejora del gusto del agua procedente del Llobregat; avanzar en la transformación digital de la gestión del ciclo urbano del agua; no perder la sensibilidad por las familias en exclusión social acogidas a fondos de solidaridad para el pago de la tarifa; generar más incentivos para el uso eficiente de agua...
La defensa de lo público, esencial, no se realiza proclamando ideas abstractas como si fueran conjuros sino cooperando para conseguir un modelo cada vez más sostenible, equitativo y eficiente, con mejor regulación pública
Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía Moral y Política de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB), federalista y progresista (perdonen la redundancia), explica con cierta frecuencia que los agentes políticos y sociales tiene la responsabilidad moral de conseguir un equilibrio más generalizado entre el bien público y los intereses individuales de modo que no sea necesario plantearse si es mejor la gestión pública o privada pues ambas pueden ser buenas si las guía la búsqueda del interés general. Francesc Trillas, un lucidísimo economista, también de la UAB y federalista, me hacía reflexionar en una ocasión sobre cómo, más allá de la titularidad de los modelos de gestión, lo verdaderamente relevante es cuidar las transiciones entre un modelo y otro pues una mala privatización o una mala reversión a la gestión pública directa, podrían resultar (el mundo está lleno de ellas), calamitosas.
Nadie puede negar el atractivo inefable de conceptos como pensamiento y amor, muy superior al que sugieren agua o puerta, excepto cuando se trata de reconocer el carácter vital de una o se necesita entrar o salir de algún lugar. En ambos casos, se desvanece el carácter sugestivo de la abstracción y se impone lo concreto. En la gestión del agua se comete con frecuencia el error de pensar que ciertas cosas se consiguen meramente con invocarlas: la participación, la transparencia, los derechos humanos al agua y el saneamiento... Lamentablemente no es así: del mismo modo que una receta no equivale a un plato cocinado, invocar los derechos humanos no garantiza su cumplimiento. Algo similar ocurre con la imprescindible defensa de lo público, del interés general. En relación al agua, lo público se garantiza afrontando de modo cabal todos los retos que he señalado antes (y muchos otros que obvio por las limitaciones de este texto).
La defensa de lo público, esencial, no se realiza proclamando ideas abstractas como si fueran conjuros sino cooperando para conseguir un modelo cada vez más sostenible, equitativo y eficiente, con mejor regulación pública. La frivolidad irresponsable, sea business friendly para privatizar Aigües Ter Llobregat (ATLL) en 2011 o para pensar en eliminar la actual empresa mixta (Aigües de Barcelona) que presta los servicios de agua en el área metropolitana, tiene un coste fundamental que no se debe ocultar al ciudadano: aleja la gestión del agua del interés general para favorecer intereses individuales... demanda una miqueta de plata.