Las empresas cotizadas en bolsa han comenzado a publicar los habituales informes sobre la retribución de sus cúpulas directivas. Un año más, ofrecen una característica común. Me refiero a la enorme esplendidez que las sociedades muestran a la hora de gratificar a sus máximos mandarines.
Desconozco si los ejecutivos del Ibex figuran entre los más capacitados y despiertos de España. En todo caso, sí pueden presumir sin remilgos de otra marca, la de encabezar la tabla de los mejor remunerados.
Un año más, Banco Santander y BBVA enarbolan la palma de los estipendios. El consejo de administración del primero percibió, por todos los conceptos habidos y por haber, un total de 31,6 millones. Esta cantidad entraña un aumento del 3% sobre el ejercicio precedente. El beneficio de Grupo Santander subió un 7%, hasta 6.619 millones.
La presidenta Ana P. Botín ingresó 10,5 millones. Su segundo de a bordo José Antonio Álvarez, 8,8 millones. Matías Rodríguez Inciarte, 4,3 millones. Y Rodrigo Echenique, 4,2 millones.
Tales bicocas palidecen frente a los fondos de pensiones que los transcritos ya tienen acumulados. El de Botín asciende a 45,7 millones, el de Álvarez a 16,1 y el de Echenique, a 13,9. Matías Rodríguez llegó a embalsar 48 millones. Los hizo efectivos con motivo de su cese como miembro del consejo a finales de noviembre último, tras un larguísimo periodo de 33 años de servicios al banco.
Si del Santander pasamos a BBVA, las sinecuras del órgano de gobierno alcanzaron los 18,7 millones. El incombustible mandamás de la institución, Francisco González, con 73 años a cuestas, cobró 5,7 millones. Esta cifra entraña un incremento del 17%. El alza no guarda relación alguna con los resultados de la entidad, pues el beneficio neto de ésta avanzó un escuálido 1,3% y queda en 3.519 millones.
El consejero delegado, Carlos Torres, recibió un sueldo de 4,9 millones. Adicionalmente, el banco aportó 1,8 millones a su plan de previsión.
Las mamandurrias consejeriles de las grandes corporaciones cotizadas en bolsa se asemejan a un auténtico festín
Francisco González ya acopia 73 años de edad. Hace algún tiempo que se embolsó su fondo de pensiones. Ocurrió justo al cumplir 65, cuando aprovechó la oportunidad para jubilarse olímpicamente. De paso tomó posesión de su fondo, que a la sazón almacenaba la insignificancia de 79,7 millones. Ello no fue óbice para que el caballero prorrogara sine die su mandato presidencial y siguiera empuñando la batuta de la casa, con los chollos que lleva aparejados.
En materia de canonjías, se dan algunos casos sangrantes. Si no equivalen a un atraco a mano armada a los accionistas, se le parecen bastante. Me refiero al hundido Banco Popular, que en 2017 sufrió un quebranto sideral de 13.600 millones.
Pese a tan catastrófico resultado, el ya exjefe Emilio Saracho se asignó una recompensa de 4,4 millones por cuatro meses escasos de trabajo. A Saracho le cupo el dudoso honor de remachar el último clavo del ataúd del banco. Clama al cielo que por tal hazaña se llevara al zurrón semejante dineral.
El Santander, actual dueño de los destinos del Popular, reclama a su exlíder Ángel Ron --máximo responsable del desastre--, la pensión de 12 millones que le correspondió en su día. Al propio tiempo, exige a Francisco Gómez, primer ejecutivo hasta julio de 2016, que devuelva los 9 millones que allegó en concepto de prejubilación.
En resumen, de los datos que van apareciendo se desprende que las mamandurrias consejeriles de las grandes corporaciones cotizadas en bolsa se asemejan a un auténtico festín.
Siempre que se pregunta a los capitostes de las empresas si estiman adecuado el volumen de sus gratificaciones, lo justifican con el mismo argumento. "Mis retribuciones --vienen a decir-- están en línea con las de nuestros homólogos europeos". Y se quedan tan anchos.
Cabría formular una pregunta inocente a ese privilegiado cuerpo de élite. ¿Acaso el sueldo medio que recolectan los empleados de las compañías españolas está en línea con los salarios imperantes en Europa?