Durante la Segunda República hubo un concepto que se usó bastante que fue el de "inteligencia republicana", sobre todo por parte de Manuel Azaña, la principal figura política de la época. Apelaba a la unión, a la movilización y a la defensa de los valores republicanos frente a sus enemigos. No es que el periodo republicano deba ser un referente ineludible porque acabó en una cruenta guerra civil y si alguna cosa no hubo entre aquellos que querían consolidar un régimen democrático parlamentario fue precisamente eso, inteligencia. Una inteligencia política de la que tristemente tampoco andamos ahora muy sobrados. Ha sido desconsolador ver desde Cataluña cómo ante la mayor crisis institucional desde 1977 los partidos constitucionalistas se han comportado con un cortoplacismo extraordinario, se han mirado constantemente de reojo y han renunciado a esa inteligencia común que les debería haber llevado a dotarse de una estrategia compartida. Es cierto que a los partidos no se les puede pedir que busquen la verdad porque compiten por los votos, pero en circunstancias como esta les es exigible un mayor sentido de Estado.
Ahora que el independentismo se encuentra en un impasse, en un lío interno considerable, en medio de una pelea entre JxCat y ERC a la que se intenta poner sordina pero que puede acabar en nuevas elecciones, desde el otro lado debemos también señalar las muchas deficiencias del constitucionalismo. Es evidente que no todos los partidos tienen el mismo nivel de responsabilidad. No es lo mismo quien gobierna (PP) que quien está en la oposición (PSOE) o quien sostiene desde fuera al Gobierno (Cs). Sin embargo, los desencuentros entre las tres fuerzas han sido considerables, incluso cuando la situación en Cataluña ya era extremadamente crítica, por ejemplo, tras las jornadas del 6 y 7 de septiembre pasado, PSOE y Ciudadanos se pelearon en el Congreso para enorme regocijo de los soberanistas a cuenta de una moción de apoyo al Gobierno. No se trata de señalar culpables sino de subrayar el tacticismo incomprensible con el que se han movido socialistas y ciudadanos, también populares, claro está, cuyo Gobierno es sin duda el máximo responsable de la desunión con la que han actuado los llamados unionistas. Recordemos que la desolación en la que nos encontrábamos los catalanoespañoles la primera semana de octubre pasado solo empezó a cambiar tras escuchar el discurso de Felipe VI llamando a todos los poderes del Estado a defender el orden constitucional. Fue el Rey, no los partidos ni el Gobierno, el que encauzó la crisis.
Ha sido desconsolador ver desde Cataluña cómo ante la mayor crisis institucional desde 1977 los partidos constitucionalistas se han comportado con un cortoplacismo extraordinario
Capítulo aparte merece la aplicación del artículo 155, que tenía que haberse activado tras la aprobación de las leyes del referéndum y de transitoriedad jurídica de la república catalana en septiembre. Con eso nos hubiéramos ahorrado el fatal 1-O con unas imágenes de violencia policial inútiles que fueron un auténtico regalo para el separatismo. En los mentideros ahora se dice que Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría estaban dispuestos a activar el temido precepto constitucional pero que el PSOE no les apoyaba. Seguramente es cierto. En julio, la portavoz socialista Margarita Robles había dicho que su partido "nunca lo apoyaría" y todavía en septiembre las reticencias eran enormes, apuntaladas por un PSC que tenía pánico cerval al 155. Pero la responsabilidad del Gobierno era indelegable. A renglón seguido había la cuestión de para qué se aplicaba y hasta cuando. Nuevamente aquí, los intereses partidistas se sobrepusieron a un análisis más frío de la crisis independentista. Tanto Cs como el PSC creían que podrían sacar un beneficio electoral rápido y no querían prolongar una intervención sobre la Generalitat que parecía muy problemática. Y el Gobierno, muy débil y sin muchas convicciones, tampoco quiso. El resultado sería injusto calificarlo de desastre, pero sí de oportunidad perdida para normalizar institucionalmente Cataluña.
No tiene mucho sentido llorar por la leche derramada, porque probablemente era imposible haber hecho otra cosa con unos partidos constitucionalistas tan a la greña. Una rivalidad que va a acrecentarse los próximos meses, sobre todo entre PP y Cs. Lo estamos viendo en el tono despectivo con que los populares reprochan a Inés Arrimadas que no se presente a la investidura. No es muy normal que el popular Fernando Martínez-Maíllo la acuse prácticamente de bloquear la situación en Cataluña, de actuar como una "estatua de sal". Tal vez la líder de Cs debería escenificar y gestualizar algo más, su estrategia puede ser discutible, pero las agrías críticas de los populares son injustas y casan mal con una situación en Cataluña que sigue siendo muy critica. El separatismo ha sido derrotado pero no vencido. Sin inteligencia constitucionalista será imposible afrontar el empate de impotencias entre ambos bloques, obtener avances en la larga guerra de trincheras que nos espera.