A diferencia del mundo anglosajón, aquí el mercado de las apuestas políticas es casi inexistente, pero si lo hubiera seguramente hoy la mayoría de los jugadores apostaría en contra de que Ada Colau vaya a renovar su mandato en 2019. Falta algo más de un año para las próximas elecciones municipales y la alcaldesa de Barcelona no ha hecho más que ir de mal en peor. Joan Coscubiela consideraba hace unos días que se había pegado "un tiro en el pie" al romper con el PSC como consecuencia de un análisis cortoplacista, creyendo que se ese gesto iba a atraerle votos soberanistas de cara a las elecciones del 21D. Pero los resultados de los comuns fueron un enorme fiasco tanto para quien encabezaba la lista, Xavier Domènech, como para la propia Colau, que cerraba simbólicamente la candidatura, aunque oliéndose el desastre que anunciaban las encuestas apenas participó en actos de campaña.

Lo incomprensible es que durante estos casi tres años no haya querido sacar conclusiones de un hecho incontestable: su frágil victoria en las municipales de 2015 se produjo en aquellos barrios donde meses después ganó Ciutadans. Ahora el 21D, pese al aumento de la participación y gobernar el ayuntamiento, el partido de la alcaldesa quedó quinto en Barcelona y perdió votos en relación a los ya malos resultados que obtuvo esa marca tan fea llamada Catalunya Sí que es Pot en 2015. Pero no todo se debió a la polarización identitaria en beneficio de Cs, o porque en unas elecciones con tanta carga emocional entorno a los "presos políticos" otra parte del electorado susceptible de votar a los comuns se vaya a ERC, también hubo un trasvase de antiguos electores de Iniciativa per Catalunya hartos de tanta frivolidad en beneficio de los denostados socialistas, expulsados de malas maneras del gobierno municipal por apoyar la aplicación del artículo 155.

Colau no ha sido capaz de imaginar un proyecto global para Barcelona, y su actuación política ha sido caprichosa y sectaria

Durante mucho tiempo, Colau afirmó en incontables entrevistas que tenía la solución al problema político en Cataluña. Se llamaba "diálogo", repetía, "el único instrumento capaz de evitar la DUI y el 155", insistía. Pues bien, la realidad es que la alcaldesa no ha sido capaz de acordar algo mucho más sencillo como es aprobar por la vía ordinaria unos presupuestos municipales. En 2016 los prorrogó y en 2017 los sacó adelante gracias a la moción de confianza, al igual que está a punto de hacer ahora después de intentar pactarlos con ERC y PDeCAT a cambio de renunciar a algunos de sus proyectos, como el tranvía por la Diagonal. En estos casi tres años, Colau no ha considerado prioritario tejer un pacto para hacer viable la legislatura, porque todo lo ha supeditado al tacticismo electoral. Tardó casi un año en firmar un acuerdo con el socialista Jaume Collboni, tras comprobar que ERC no quería entrar en el gobierno municipal, y luego lo rompió, no tanto por propia voluntad, pues la alcaldesa decía estar contenta con el pacto (del que ella era sin duda la principal beneficiada), sino porque fue incapaz de ejercer el liderazgo interno en Barcelona en Comú y optó por dejar hacer a sus lugartenientes Jaume Asens y Gerardo Pisarello.

Por desgracia, en medio de la parálisis de gestión en la que está instalada Cataluña desde hace tiempo, y no solo porque ahora no haya Govern ni se sepa cuando puede volver haberlo, la Barcelona de Colau no está siendo el contrapunto sino otro ejemplo más del escaso nivel político y la falta de competencia de los que llevan las riendas. Estos tres años se han caracterizado por grandes anuncios y mucha palabrería, pero sobre todo por una falta estrepitosa de gestión. En vivienda, que se suponía uno de los temas estrella de la antigua activista de la PAH, Colau solo podrá enseñar 300 pisos sociales frente a los 4.000 que se construyeron en el último mandato de Jordi Hereu. Lo mismo en guarderías, 40 en el haber del último alcalde socialista frente a las 10 que probablemente se acabarán ahora. Son cifras que conviene recordar, como hacía Collboni en el último pleno, ahora que por fin se ha decidido a pasar a la ofensiva contra el nacionalpopulismo, sin que Pisarello se atreviera a desmentirlo.

La alcaldesa no ha sabido liderar nada, podía haberlo hecho cuando Barcelona optaba a ser la sede de la Agencia Europea del Medicamento, en cambio, estuvo muda y desaparecida

Colau también llegó al ayuntamiento prometiendo no solo un giro en políticas sociales, que como vemos no está siendo muy fructífero, sino también en las formas. Sin embargo, ayer mismo conocíamos otra vuelta de tuerca en la práctica del nepotismo, en este caso para acallar las críticas en política de vivienda dentro de su propia familia política con el fichaje del portavoz de la PAH, Carlos Macías, como asesor del gabinete de presidencia. Otro elemento preocupante de los últimos días que añade deterioro a la situación general del ayuntamiento, es la guerra entre Barcelona en Comú e ICV por el control de Turisme de Barcelona, que ha precipitado la salida del director general, Jordi William Carnes, sin que haya quedado claro si ha habido algo irregular en su gestión o se trata de una maniobra interna para ensuciar su nombre.

Es difícil dudar de las buenas intenciones de Ada Colau, ni todo es ni mucho menos negativo, pero a estas alturas se puede afirmar que la legislatura está agotada. No ha sido capaz de imaginar un proyecto global para Barcelona, y su actuación política ha sido caprichosa y sectaria, como lo pone de manifiesto la polémica sobre los bolardos finalmente instalados en Las Ramblas o su actuación en los funestos días del atentado yihadista, amén de su completa sumisión al independentismo. Tampoco la alcaldesa ha sabido liderar nada, podía haberlo hecho cuando Barcelona optaba a ser la sede de la Agencia Europea del Medicamento; en cambio, estuvo muda y desaparecida. Políticamente, su liderazgo ha pinchado, ya no tiene ni esa frescura del primer momento ni ha ganado solidez como gestora de una política de izquierdas.