Todos conocemos ese dicho según el cual, si te cruzas en una escalera con un gallego, nunca sabes si la está subiendo o la está bajando. A veces, incluso, el dicho se hace realidad: yo aún recuerdo una foto de Mariano Rajoy en la portada de El País, congelado en una escalera, y que no me quedó claro si la subía o la bajaba. Lo que nunca pensé es que esa actitud pudiese llegar a las islas británicas, donde el asunto del Brexit está colocando en una escalera metafórica a dirigentes políticos, analistas y pueblo llano, dudando todos ellos en si seguir adelante con el abandono de la Unión Europea o si pedir disculpas por las molestias y solicitar el reingreso.
Nigel Farage, aquel demagogo sonriente del UKIP que siempre sale retratado en el pub, con una pinta de cerveza en la mano, quiere un segundo referéndum para volver a ganarlo y humillar de nuevo a la UE. Al mismo tiempo, Boris Johnson --el de la fregona amarilla en la cabeza-- acaba de proponer la construcción de un puente que una Inglaterra con Francia, algo muy coherente en alguien que pasó a estar a favor de la permanencia en Europa a exigir la retirada de un día para otro. Por su parte, Tony Blair --supongo que para ver si pilla algo, ¡menudo es el responsable de aquel timo llamado New Labour!-- se ha puesto a hacer campaña por un nuevo referéndum, argumentando --y no le falta razón-- que el pueblo metió la pata y la victoria del Brexit fue mínima y pírrica. Podría echarle una mano Jeremy Corbyn, pero me temo que ese hombre es de la misma pasta que Jean-Luc Mélenchon y nuestro Pablo Iglesias, otro bolchevique absurdo que lamenta enormemente no haber vivido en los años treinta, cuando se discutían asuntos mucho más serios que una unión de democracias burguesas.
Los británicos siguen diciendo que se van, pero no se acaban de ir nunca, como si temieran haber metido la pata
De Theresa May no se puede esperar gran cosa, pues ni ella misma parece entender cómo ha llegado a primera ministra. Los que votaron que no --los jóvenes, sobre todo, con su cosmopolitismo y sus Erasmus-- están que trinan. Y algunos de los que votaron que sí, también, pues lo hicieron para jorobar, pero convencidos de que no iban a ganar, momento en el que se echaron las manos a la cabeza y clamaron: "¡Dios mío” ¿Qué hemos hecho?".
Como nadie parece saber muy bien qué es lo que han hecho como país, los británicos siguen diciendo que se van, pero no se acaban de ir nunca, como si temieran haber metido la pata. Y ahí siguen, en su escalera metafórica, sin saber --ni ellos ni los demás-- si la suben o la bajan. Cunde la impresión de que lo más razonable sería volver a la UE, pero eso es considerado por parte de la población como muy poco británico. Peligra hasta una supuesta relación privilegiada con la UE, cuyos responsables llevan años hasta las narices de los caprichitos británicos. Ese país necesita una cura de humildad. Britania ya no domina las olas, pese a lo que diga el himno. Su idioma es el más usado en Occidente gracias a los americanos, no a los ingleses. James Bond es un personaje de ficción. La libra esterlina es una moneda de otra época. Están a tiempo de retractarse, a no ser que, además de la escalera, también hayan adoptado la divisa española Sostenella y no enmendalla.