Hace dos años, Artur Mas definió su renuncia a la presidencia de la Generalitat como un “pas al costat” para salvar el procés, designando a un desconocido Carles Puigdemont, pero con la explícita esperanza de volver a ocupar algún día ese cargo. El entonces alcalde de Girona, que no tenía ningún peso real dentro de CDC, fue elegido in extremis para intentar culminar de algún modo la hoja de ruta independentista de 18 meses y no volver a presentarse a las elecciones. Mas dimitió ayer como presidente del PDeCAT, ya no para “echarse a un lado” otra vez a la espera de un momento mejor, sino porque ha llegado la hora del adiós a la primera línea de la acción política. No quiso reconocerlo en la rueda de prensa, pero su decisión está influida por la sentencia inminente del caso Palau, que confirmará la acusación de que Convergència se lucró con dinero público. Mas arrastra una responsabilidad indudable en todo ello (no judicial, pero sí política) como heredero de las prácticas clientelares del pujolismo. Obviamente no es nada nuevo, por eso los anticapitalistas vetaron su reelección tras las elecciones de 2015. Es cierto que CDC, a diferencia del PP, ha pagado un alto precio por la corrupción: ruina del partido y desaparición de sus siglas. También es muy posible que sea ya un asunto amortizado en la opinión pública catalana después de tantos años, pero para Mas el 3% era un lastre insuperable.

Y, aún más importante, por otra circunstancia que tampoco incluyó en su explicación de ayer: el PDeCAT es en estos momentos un cascarón vacío. En realidad, Mas dimite de un partido que apenas tiene influencia ni sobre Puigdemont ni en el nuevo Parlament. Aunque Mas explica el cuento de que la candidatura de Junts per Catalunya se pactó en Bruselas con la dirección del PDeCAT, lo cierto es que el president destituido por el 155 hizo lo que quiso con su lista y ni tan siquiera tuvo la deferencia de incluir como diputados a Marta Pascal y David Bonvehí, máximos responsables del partido. No solo eso, la coordinadora de su campaña, Elsa Artadi, se dio de baja del PDeCAT por razones poco claras, probablemente para disfrutar de absoluta autonomía y favorecer la imagen de una lista presidencial que jugó a ser la encarnación del independentismo suprapartidista, a semejanza de la ANC y Òmnium. El éxito del discurso legitimista de Puigdemont ha creado un nuevo universo soberanista, que erosionó el 21D las bases electorales de ERC y también de la CUP en la Cataluña interior, y que se dirige ahora mismo hacia un rumbo desconocido.

 

Mas dimite porque su fracaso político es palmario y su papel en la nueva etapa estaba condenado a ser irrelevante

 

Mas dimite con la excusa de las querellas judiciales y alegando la necesidad de dar paso a nuevos liderazgos, pero sobre todo porque su fracaso político es palmario y su papel en la nueva etapa estaba condenado a ser irrelevante. Además, ayer quedó claro que tampoco está dispuesto a discrepar públicamente de la estrategia personalista de Puigdemont. Mas entró en la política de la mano de Lluís Prenafeta, con un perfil empresarial y tecnocrático, poco nacionalista, y en 2000 acabó siendo elegido secretario general de CDC, ungido por Pujol, tras haber ocupado diversas consellerias. En su adiós cuesta encontrar algo que lo exculpe del enorme daño causado a la sociedad catalana por haber puesto en marcha un proceso de secesión ilegal e ilegítimo. En el giro independentista de Mas, que contradecía muchas de sus afirmaciones anteriores, hubo un claro oportunismo para sortear los recortes sociales de la crisis, su pacto inicial con el PP y las sospechas de corrupción que ya asediaban su partido. En su constante huida hacia adelante se convirtió en un pirómano y por ello habrá que señalarlo siempre como el principal responsable de la crisis política, social e institucional que sufre Cataluña desde 2012. El loco de Puigdemont es solo su epígono.