La historia no se repite pero a veces rima: el carlismo del siglo XIX parece reencarnarse en el movimiento legitimista de Carles Puigdemont. Si el carlismo se basó en una legitimidad proscrita, lo mismo ocurre ahora con la causa del expresident. Para los partidarios de la dinastía que empezó con Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII, la subida al trono de la princesa Isabel fue una usurpación. Porque la Pragmática Sanción de 1830 alteró de manera fraudulenta la ley semisálica, establecida en tiempos de Felipe V, que daba prioridad a los varones en línea directa (hijos) o lateral (hermanos) sobre las mujeres. Para los partidarios de Puigdemont, Cataluña solo tiene un president legítimo, depuesto el 27 de octubre pasado por el Gobierno español mediante un acto ilegal que violaba el Estatut y la soberanía de la cámara catalana. Ahora solo se trata de restablecerlo (el Parlament “no puede elegir a nadie más”, se afirma insistentemente desde JxCat), y cualquier variación que se hiciera en relación a la persona que tiene que ocupar el cargo de president sería una intolerable “aceptación del marco mental del artículo 155, mediante el cual Rajoy puede cambiar al president de Cataluña”, denuncia Elsa Artadi.
Al igual que el carlismo, el legitimismo de Puigdemont va mucho más allá del enfoque jurídico. Si el carlismo se convirtió en el último baluarte de la españolidad, la última trinchera durante los siglos XIX y XX del “ser español” frente al liberalismo y la modernidad europea, el @KRLS(ismo) que encarna Puigdemont es la quintaesencia del movimiento separatista, libre de intereses partidistas hasta el punto que el PDeCAT fue prácticamente obviado en la configuración de su candidatura. El sorprendente triunfo de JxCat el 21D por delante de ERC se explica mirando la geografía: se impuso claramente allí donde el movimiento carlista tuvo más fuerza en el pasado (aparte de Girona por haber sido su alcalde). Curiosamente, los republicanos de Oriol Junqueras solo superaron a la lista del expresident en las provincias de Tarragona y Barcelona gracias al peso de las zonas metropolitanas, pero en todos los municipios pequeños y medianos ganó Puigdemont.
El sorprendente triunfo de JxCat el 21D por delante de ERC se explica mirando la geografía: se impuso claramente allí donde el movimiento carlista tuvo más fuerza en el pasado
La noche electoral escribí para Crónica Global que con esos resultados llegaba “la Cataluña surrealista”, porque la pulsión para reelegir al expresident iba a ser irrefrenable y ERC no iba a poder pararla. Aunque el diputado Gabriel Rufián haya dicho en Twitter que “Cataluña no puede tener un president por Skype”, los republicanos van a tener que acompañar a JxCat en su maniobra para reponer a Puigdemont. Luego, si fracasa, ya veremos; entonces podría llegar el turno de Junqueras si sale de la cárcel. Pero, entre tanto, con la Mesa del Parlament en manos de los independentistas, vamos de cabeza a la repetición de aquellas sesiones de septiembre pasado en las que las normas se interpretan al gusto de la mayoría política y en que la oposición acaba presentando un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional; esta vez para impedir una elección a distancia de alguien que pretende gobernar desde el extranjero.
Como los legitimistas de Puigdemont dicen no tener otro plan que no sea su reposición en el cargo, jugarán a fondo sus cartas, sin prisas, acogiéndose a cualquier treta jurídica posible para intentar su investidura. Me temo que la nueva legislatura catalana va a iniciarse de forma tan incierta y bochornosa como acabó.