Miles de mujeres entran cada año a Europa víctimas de las redes de tráfico de personas para alimentar un negocio, el de la prostitución, que se nutre en su inmensa mayoría de la trata de mujeres y niñas ¿Es ético regular?
No hay que ir muy lejos para encontrarlas. Están detrás de los desgastados carteles que anuncian los contornos de una mujer en las carreteras o en los discretos establecimientos que se diseminan por nuestras ciudades bajo el llamado eufemístico de la palabra “Club”.
Son las mujeres que ejercen la prostitución. Alrededor de medio millón en España. Una cifra incluso superior al de un país como Alemania que nos duplica en población. Más del 90% de estas mujeres no ejerce la prostitución de forma voluntaria. Así lo atestiguan los diferentes informes sobre esta cuestión, incluido uno de Caritas de 2016. La inmensa mayoría llega a España víctima de las redes de trata de mujeres y niñas.
Se trata de nigerianas, colombianas, dominicanas o europeas del Este que han abandonado sus países bajo la esperanza de escapar de la pobreza pero que al llegar se han encontrado una realidad muy distinta a la que soñaban.
La mayoría de prostitutas se ve obligada a trabajar 14 horas al día, 7 días a la semana, sin salir casi de los recintos donde se encuentran recluidas por los proxenetas. No permanecen en el mismo lugar por mucho tiempo porque la técnica de las mafias es trasladarlas constantemente para impedir que formen vínculos y puedan así pedir ayuda.
La mayoría de las mujeres que ejerce la prostitución declara que desearía tener una alternativa para salir de este mundo. Así lo atestiguan los distintos estudios que se han hecho sobre esta cuestión y en los que se constata también que ninguna de ellas querría que sus hijas tuviera el mismo destino. En las entrevistas confiesan que han sufrido torturas, humillación, violaciones y vejaciones de todo tipo. Algunas son “preparadas” con brutales violaciones y palizas para hacerlas sumisas al trabajo que les espera y confiesan que para soportar esta situación se disocian. Se tumban en la cama e intentan distanciarse de la realidad para tolerar el estrés que les provoca su situación de indefensión, un fenómeno que sólo se produce en situaciones de sufrimiento extremo.
Estos días vuelve a estar presente el debate sobre si debería regularizarse o no la prostitución. Catalunya en Comú, con motivo de las próximas elecciones en Cataluña, ha introducido en su programa la propuesta de regularla argumentando el derecho de las víctimas a llevar una vida digna. El Partido de los Socialistas de Cataluña, el único explícitamente abolicionista, se opone a cualquier regulación y propone una serie de medidas para erradicar la trata y el proxenetismo. El resto de formaciones políticas, en cambio, pasa por encima de un tema que debería uno de los principales retos de la legislatura que se abre tras las elecciones del 21 de diciembre.
No sólo por la vulneración de derechos humanos que representa para las miles de mujeres que son víctimas de la trata o de la simple desesperación sino porque Cataluña es un destino de turismo sexual. Un lugar donde por cinco euros, lo que cuestan unas cuantas barras de pan, se puede conseguir sexo oral. Y por 60 euros un completo en una habitación de hotel.
Son muchas las interrogantes que plantea esta cuestión pero probablemente una de las más importante es si es ético y legítimo regular una actividad que es ejercida por mujeres y menores de edad engañadas y traficadas, tratadas como ganado por las redes de trata.
¿El hecho que se pague una cantidad de dinero puede transformar algo que es un abuso en un empleo?¿Cómo podemos educar en igualdad en una sociedad donde está establecido que las niñas pueden convertirse en prostitutas y que los niños saben que podrán comprarlas si tienen el suficiente dinero para hacerlo? Si regulamos la prostitución, integrándola en la economía de mercado, ¿estamos diciendo que es una alternativa aceptable para las mujeres y que por ello, no es necesario erradicar las causas ni las condiciones sociales que la posibilitan?
Médicos del Mundo, una de las grandes ONGs que se opone a la regulación, denuncia en sus continuos informes que las mujeres que ejercen la prostitución sufren violencia, agresiones físicas, ansiedad, falta de autoestima y depresión, además de que muchas de ellas consumen drogas y alcohol para soportar su situación. La mortalidad de las mujeres que se dedican a la prostitución es 40 veces más elevada, tienen 18 veces más probabilidades de ser asesinadas, más del 71% de ellas padecen abusos físicos, el 65% han sido violadas y el 68% padecen el síndrome de estrés post-traumático.
Tenemos que reflexionar sobre todas estas cuestiones y preguntarnos si queremos convertir a los proxenetas en empresarios y legitimar una de las formas más extremas de violencia de género
El Parlamento Europeo también es contrario a su regulación. En un informe de 2014 constata que la prostitución, forzada o no, supone una violación de la dignidad humana contraria a los principios de los Derechos Humanos, “una forma de esclavitud incompatible con la dignidad de la persona y con los derechos fundamentales”. En el mismo documento asegura que la despenalización de la industria sexual y el proxenetismo desprotegería a las mujeres de la violencia y la explotación.
Tenemos que reflexionar sobre todas estas cuestiones y preguntarnos si queremos convertir a los proxenetas en empresarios y legitimar una de las formas más extremas de violencia de género. También si queremos que la prostitución sea una opción laboral normal para nuestras hijas, nuestras hermanas o nuestras madres. Tenemos que dejar de pensar en las prostitutas como “las otras” y empezar a pensar en ellas como “nosotras”. Si las mujeres de izquierdas, que hemos liderado las luchas feministas de las últimas décadas, no trabajamos por estas mujeres, nadie lo hará.